Juventud al servicio del espionaje

Teresa Díaz (EFE)
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El CNI organiza jornadas para captar a jóvenes promesas que reclutar para que formen parte de un servicio muy desconocido por la ciudadanía, pero que vela por su seguridad en la sombra

Juventud al servicio del espionaje

Todos nos hemos imaginado alguna vez siendo espías, emulando las aventuras de James Bond en las películas y convirtiéndonos en los sabelotodos de los entresijos de organizaciones, bandas y distintas entidades. En el mundo real, a mucha distancia de la ficción, el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) se presenta como el organismo español encargado de servir a la Inteligencia del país, facilitando al Gobierno las informaciones, análisis, estudios o propuestas que permitan prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la integridad territorial y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones. Pero, ¿cómo se accede a esta prestigiosa institución?, ¿se puede contar que se trabaja ahí? 

Para este trabajo, el CNI se focaliza, sobre todo, en reclutar talento joven. Para acceder, en primer lugar, los chavales se tienen que inscribir en el Sistema Nacional de Garantía Juvenil del Ministerio de Trabajo, donde pasan a formar parte del Programa Integral de Cualificación y Empleo (PICE) de la Cámara de Comercio de Madrid. Previamente, todos realizan alguno de los cursos de 210 horas y totalmente gratuitos que ofrece este organismo en campos como la ciberseguridad o la programación informática.

Después, en una jornada de reclutamiento, la sesión comienza con una petición a más de 50 asistentes para que apaguen sus móviles y los dejen sobre una mesa.

Un beneficio para la sociedad

Javier, el responsable del evento, rompe el hielo y transmite a los jóvenes que el «esfuerzo, sacrificio y disponibilidad» están en el ADN del personal del centro, aunque no sin recompensa. «Producimos algo que genera un beneficio a la sociedad», asegura. Ante las principales amenazas para la seguridad, las respuestas van bien encaminadas: las que proceden de otro país, los atentados terroristas, las económicas, las que afectan a infraestructuras, a las fuentes de energía...

En este sentido, el CNI está sometido a diferentes controles, uno de ellos el judicial. Todas las actuaciones que afectan a derechos fundamentales tienen que ser autorizadas por un magistrado del Tribunal Supremo. «El organismo no espía lo que le parece, está totalmente controlado», recalca Javier.

Ni superhombre, ni supermujer

¿Y qué hay que hacer para formar parte del centro? Los trabajadores no son funcionarios, sino personal estatutario que accede mediante un proceso de selección realizado por un tribunal. Aunque no se publica la oferta de empleo en el Boletín Oficial del Estado (BOE), todos los años hay vacantes que cubrir. Por ello, necesitan disponer de solicitudes en su base de datos.

En la web están claramente detallados los requisitos, los perfiles profesionales y la forma de tramitar las solicitudes. A partir de ahí empieza el proceso de selección, que puede durar entre tres y seis meses, en el que se valora el currículum y la experiencia, pero lo importante es el factor humano. «Para nosotros no vale todo el mundo. No hay que ser un superhombre ni una supermujer, pero sí hay que tener total disponibilidad, entrega y espíritu de sacrificio», recuerda Javier a la multitud.

Una vez dentro, empieza la formación, primero general y luego específica del puesto de trabajo, antes de encuadrar a la persona en un equipo, por lo que no se llega a experimentar la sensación de «soledad». A partir de ahí, comienza un período de dos años con una serie de evaluaciones, durante el cual el contratado también puede decidir abandonar.

El «salario emocional», un plus

De los 3.000 miembros del CNI, unos 700 son del ámbito TIC, referido a las tecnologías de la información y las comunicaciones. De ellos, 450 ostentan una titulación superior mientras 250 son de formación profesional de ciclo medio.

Por ejemplo, Juan Carlos es informático y lleva 20 años en el servicio tras pasar más de una década en la empresa privada. Es el encargado de explicarles los perfiles TIC, algunos de los cuales se ajustan a la formación de estos jóvenes. Les detalla que estos profesionales no trabajan aislados, sino codo con codo con los agentes de Inteligencia, analistas o traductores en lo que denominan «equipos combinados», donde se necesitan especialistas en varios campos como la informática, la estadística o la matemática. Los asistentes se sorprenden cuando Juan Carlos les cuenta que en el CNI usan más el cableado que el wifi, además de fabricar sus propios «cacharritos», como aparatos que utilizan para realizar escuchas. No los pueden encargar a terceros por razones obvias.

Al mismo tiempo, también interesan candidatos que sepan buscar en internet profundamente porque una fuente de datos fundamental son las redes sociales de los malos, a través de las cuales contactan con diferentes implicados.

Pero si existe alguna diferencia entre trabajar en la empresa privada y en el Centro Nacional de Inteligencia, Juan Carlos lo tiene claro: el plus del salario emocional, ya que asegura que lo normal es que todo el mundo que entra se quede toda la vida

Según transcurre la jornada, llega la pregunta del millón: ¿Cuánto se cobra?. Desde el CNI, explican que depende del subgrupo y está relacionado con la titulación, al igual que ocurre en la administración, pero el sueldo oscila entre 35.000 y 55.000 euros anuales.

«El salario para nosotros no es importante, pero tenemos que comer y pagar la hipoteca», afirma Javier con seguridad.

No es un trabajo, es un modo de vida

La discreción es otro de los requisitos que se exigen, lo que da pie a la pregunta: ¿Puedes decir que trabajas en el CNI? Juan Carlos señala que si se cuenta, se corre rápido la voz. En su caso solo lo saben su mujer, sus hijas, ya mayores, y sus hermanos. «Cada uno tiene que adaptar lo que cuenta a su contexto personal, pero es complicado no caer en contradicciones», atestigua.

Las dudas para muchos de los presentes también llegan a la hora de saber si el puesto se puede incluir en el currículum. Ante ello, el ponente recomienda decir que se ha trabajado para la Administración, por ejemplo, en el Ministerio de Defensa.

No poder presumir ni alardear de este empleo «es un poco ingrato», reconoce Gabriel, con más de 40 años de experiencia en «el mundo operativo», es decir, como «espía». «Nuestra misión no es vender lo que hacemos, sino hacerlo para que no pasen cosas», subraya este veterano a punto de jubilarse. Para que los asistentes lo entiendan, les pone el ejemplo de cuando en el telediario informan de la desarticulación de un comando yihadista. «La Policía y la Guardia Civil les han detenido, pero detrás hay muchos años de trabajo e investigación de los servicios de inteligencia».

«No es un trabajo, es un modo de vida», les dice a los jóvenes Gabriel, que logra transmitirles la pasión con la que habla de su largo trayecto por el CNI.

El relato de estos «espías» hace mella en algunos de los asistentes, como es el caso de Laura. Tiene 24 años, es graduada en periodismo y lleva dos años en el paro. «Entrar en un sitio tan importante y tan indispensable para este país sería muy guay», asegura convencida.