Un peaje en el puente

Bruno Calleja Escalona
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El Ebro fue barrera física y fiscal. Junto al Puente de Piedra, las casetas para el cobro de impuestos por el paso de mercancías y personas formaron parte del paisaje cotidiano durante siglos

Un peaje en el puente - Foto: Archivo Bruno Calleja Escalona

La entrada a Logroño por el Puente de Piedra es uno de los accesos más antiguos de la ciudad. La existencia de este paso sobre el Ebro aparece ya reflejada en el Fuero de Logroño de 1095, donde se le cita como puente de San Juan, en honor a San Juan de Ortega. 

El cruce por los puentes ha estado ligado desde antaño al cobro de rentas en forma de pontazgos, que grababan el paso de mercadería y de personas. El Puente de Piedra no es una excepción y es de suponer que cerca de la desaparecida ermita de San Juan habría algún tipo de construcción para acoger la recaudación de estos impuestos. En grabados antiguos de la ciudad, se dibuja una caseta, situada en el arranque del puente, que cumpliría esta función. La información que se tiene de estos primeros momentos es aún escasa.

Ya en el XIX, el entorno de la margen izquierda del río se remodela y es a mediados de este siglo cuando se construirá una nueva caseta para el cobro de pasajes. Figura ya en uso en el año 1857, y consta que en ella vivía un caminero

En esos momentos, se encargó al arquitecto Maximiano Hijón la construcción de una nueva caseta, en este caso para carabineros y dependencias municipales. En el proyecto se indica que la antigua Casa de Portazgo ya no existe y que debe ser igual que la que hay enfrente. Sin embargo, la obra se dilató en el tiempo dos años.

Estas construcciones ligadas al cobro de tributos pronto recibieron un nuevo uso, como viviendas para camineros, que se encargarían del buen mantenimiento de un tramo de la carretera, permaneciendo así durante los años venideros. 

El 2 de mayo de 1918, se autorizó la construcción de una caseta que habría de servir para vigilar el cobro de los impuestos de consumo. El Consistorio la ubicó junto a la entrada del matadero y seguida de las casas de camineros. El encargado del diseño de esta sencilla construcción fue otro insigne arquitecto, Quintín Bello, que presentó un proyecto con más ornamento del que se realizó finalmente. El nuevo edificio presentaba una planta cuadrangular, con ventanas en tres de sus muros y una puerta, cubriéndose la construcción a dos aguas.

Las casetas de camineros acogieron a familias hasta la década de 1970, cuando la caseta de consumos ya no tenía su uso original.