Si el adagio de Max Aub es cierto («se es de dónde se hace el bachillerato»), Nuria Ruiz de Viñaspre (Logroño, 1969) es vallisoletana porque a esta ciudad se trasladó su padre, enólogo de profesión. Pero ella, y su hermana mayor, nacieron en Logroño, antes de que obligaciones ajenas la alejaran del terruño. Tras media vida repartida entre Valladolid y Madrid, donde ha ejercido como editora además de trabajar dos décadas en nómina del Grupo Anaya, ha echado raíces en la sierra madrileña, en Torrelodones. «Reconozco que no voy mucho a Logroño», se sincera, «y eso que tengo familia por los dos lados viviendo allí». «Pero sí que tengo que decir que con la enfermedad de mi padre, redescubrí esa plácida ciudad donde nací y me acercó más a mis raíces tanto riojanas como navarras», completa.
Gracias a AC/E, Acción Cultural Española, ha participado en varias ocasiones en el Encuentro Nacional e Internacional de Mujeres Poetas de Cereté (Colombia) y ahora acaba de volver de La Paz, donde fue invitada por la Feria Internacional del Libro de El Alto, escenario que le ha servido para presentar al público boliviano Las abuelas ciegas, libro editado por Ediciones Arlequín, editorial mexicana de larga trayectoria que ha confiado, ciegamente, en la escritora riojana.
Con este poemario en el que los poemas bailan a modo de caligramas (en su opinión, la poesía y la danza «son dos disciplinas que se adoran», dos artes que comparten el sentido del ritmo y la musicalidad), ha sacado a la luz los estragos de una de las enfermedades que marcarán este siglo XXI. «Estoy muy satisfecha de cómo ha sido acogido este libro y de todo el feedback positivo que está generando», señala.
Las abuelas ciegas, Premio de poesía Nicolás del Hierro (2022), nació en unas vacaciones lanzaroteñas y es hija de un encuentro casual con una enferma de Alzheimer. A partir de esta casualidad, el poemario funciona como metáfora silenciosa y sentida reflexión sobre la memoria, el lenguaje desestructurado y la propia enfermedad del Alzheimer.
Su faceta como poeta que le ha permitido alumbrar títulos como El temblor y la ráfaga, Células en tránsito (dedicado a su padre), Todo se hará público, Capturaciones entre otras composiciones, nació «de forma autodidacta» aunque es fruto de su «melomanía». «Mi madre siempre tenía un libro entre las manos y siempre me intrigaban sus lecturas», rememora. Su querencia por los lieder (canciones breves basadas en poemas musicalizados) le acercaron «a la poesía romántica alemana» que fue germinando en su interior hasta el punto de que su producción poética ha sido traducida al inglés, francés, portugués pero también al persa. «Me complace mucho llegar a esos lectores lejanos gracias a la traducción. Es emocionante poder atravesar esas fronteras», se entusiasma. «Cuando me mostraron la traducción de una obra al portugués de Brasil me emocioné y eso que era incapaz de entenderlo», rememora.
Además de su faceta como poeta, ha desarrollado una proteica actividad en el campo de la edición, destacando su labor al frente de la Colección Eme (Escritura de mujeres en español), de Ediciones La Palma, donde llegó a publicar, entre tantos otros libros Preguntas al lenguaje, ensayo de Ivonne Bordelois, amiga íntima de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. «Fue muy gratificante porque me permitió descubrir muy buenas voces, especialmente de Hispanoamérica, literaturas que para nosotros quizás eran un poco desconocidas», informa. Además, colabora desde hace años en el Festival Ellas Crean, dirigido por Concha Hernández, en el que coordina textos y firma reseñas de danza, la gran pasión que alimenta su producción poética.