Nunca España ha vivido un año más convulso, con dudas sobre el respeto del gobierno a normas esenciales de las democracias, deterioro creciente de las instituciones que llegan a la cúpula de la Fiscalía General del Estado, sospechas de corrupción moral y económica en el círculo político y familiar del presidente, y política exterior controvertida con distanciamiento de algunas posiciones de la UE entre las que destacan el apoyo indirecto a la dictadura de Maduro al no defender el derecho de Edmundo González a tomar posesión de su mandato tras haber ganado, arrasado, en las elecciones; falta total de diálogo con el principal partido de la oposición, ataques desde la misma sede de la presidencia del gobierno a jueces y periodistas, sin respeto a la libertad de unos y otros a ejercer en libertad sus responsabilidades profesionales…
Año también difícil en las relaciones del gobierno con la Corona, con un presidente que no ha perdido ocasión en marcar distancias con el Rey permitiendo así que sus socios de investidura, e incluso miembros de su gobierno, incumplieran sus obligaciones protocolarias con el Jefe del Estado y cometieran intolerables faltas de educación.
En ese clima generalizado de preocupación, decepción y enfrentamiento, D. Felipe se refuerza como la figura que mejor representa la defensa de la ley y la Constitución. Ha cumplido diez años como Rey colocando a la Corona como el principal referente de estabilidad y de seguridad ante el mencionado deterioro de organismos cuyos dirigentes han dado prioridad al servilismo a Moncloa más que a defender los derechos de los ciudadanos.
Ha conseguido D. Felipe transmitir cercanía con los problemas de los españoles, en un año complicado porque los gobernantes han tomado iniciativas que han afectado gravemente a sus economías domésticas ya muy menguadas por las decisiones condicionadas por compromisos políticos; sin garantías de seguridad laboral, imposible acceso a una vivienda, y promesas de ayudas que no llegan aunque se anunciaron con gran despliegue propagandístico.
La dana, lo ha recordado D. Felipe, ha sido una tragedia que ha conmovido a toda España y provocó una ola inconmensurable de solidaridad. Conmovió al propio Rey, lo ha demostrado en su discurso pero sobre todo con hechos. Para desgracia de Pedro Sánchez, con un comportamiento tan frío en su única visita a Valencia que destacaba más el de la familia real.
Felipe VI ha pedido que por encima de cualquier decisión se piense en el bien común, que se llegue a un gran pacto de convivencia, que la "contienda política atronadora" no impida escuchar y tomar decisiones en serenidad, que no se cuestione la validez de la democracia… Conceptos todos ellos que, porque faltan en estos momentos de política tensa, conviene recordar para que recuperen su cauce, la normalidad.
Al Rey se le entendía todo, era fácil concluir que con ese discurso, probablemente el más comprometido de su reinado porque España vive momentos delicados, quería transmitir D. Felipe que siente la inquietud generalizada ante una situación inquietante. Lo hizo de forma inteligente; estuvo cauto, emotivo, cercano, prudente.
Institucional. Medidamente institucional.