Chavismo y antichavismo, capital Madrid. Zapatero, por un lado. Y ahora, Edmundo González por otro. Milagritos en la España de Sánchez, con un desmesurado ruido mediático porque, por mor del derecho al asilo de los perseguidos por razones políticas, el ganador de las recientes elecciones generales en Venezuela viene a pasar unos días entre nosotros. Al menos hasta el 10 de enero: toma de posesión del presidente alumbrado por las urnas. Aunque vaya usted a saber, si tenemos en cuenta que el titular, Nicolás Maduro, invocando el pronunciamiento de las instituciones controladas por el régimen, se adjudica la victoria sin presentar ni una sola prueba, mientras que el aspirante dispone de una muestra suficiente de actas que acreditan su holgada mayoría.
Ahora recalemos en la dimensión española del asunto. No entiendo el ruido mediático y político por la noticia en sí del asilo español a González. Solo es la enésima prueba de que estamos ante un régimen antidemocrático conducido por un tirano que además hace trampas en las elecciones. Lo demás es cotilleo.
Que el aterrizaje en Madrid del líder antichavista haya sido negociado, o no, por Delcy Rodríguez, la vicepresidenta, y Rodríguez Zapatero -al que aquella llama "mi príncipe"-, no quita ni pone respecto al deber moral del Gobierno español de acoger a un perseguido político en un país tercero. Con más razón si se trata de un país hermano en la lengua, la historia, la cultura, que además se ha convertido para los venezolanos en el referente democrático que echan de menos en su propio país.
Lo que pasa es que la concesión del asilo supone reconocer que en Venezuela reina hoy por hoy un régimen represivo. Y en ese punto es donde el Gobierno de Sánchez echa el freno, en vez de decirlo explícitamente y sin miedo a reconocer también que Moncloa y Ferraz se han equivocado al dispensar un trato condescendiente al tirano.
Todo lo demás es secundario. Disponible en el juego de las conjeturas y la perspicacia de los finos analistas. Por esa vía es legítimo llegar a la conclusión de que el asilo político a González en España es bueno tanto para Maduro como para Sánchez. Nadie les impide jalearse como grandes defensores de los derechos humanos. Aquel, concediendo el salvo conducto para que el solicitante de asilo pudiera salir libre y pacíficamente de Caracas. Y éste, el de la Moncloa, tan hospitalario, acogiendo con los brazos abiertos a un líder cuya vida estaba amenazada. Maduro, encantado, porque se libra de un testigo impertinente de su masivo fraude electoral. Y Sánchez, feliz de colgarse la medalla de servidor de causas humanitarias.
Si además el expresidente Zapatero consigue que su ruidoso silencio sobre su amistad con el tirano se interprete como un postrero ataque de dignidad, pues todos contentos.