Pedro Sánchez, se ha dicho ya tantas veces, es un resistente. Hizo del congreso del PSOE un acto numantino: todos contra nosotros. Ladran luego cabalgamos, y cabalgamos, por cierto, mejor que nadie, insistió: "no perdonan que estemos gobernando mejor que ellos". Ni ha cedido las cabezas que se le pedían, algunas de ellas muy razonablemente puestas en cuestión, ni hizo una mención a los muchos casos angustiosos que pesan sobre su entorno, más allá de atacar a quienes le acusan de algo, ni ensayó la menor autocrítica. No podía ser de otra manera: los entusiastas, que, pese a quien pese, son bastantes, no podían quedar decepcionados. Y al fin y al cabo un congreso de un partido, aunque debería serlo, no es un acto para la reflexión, sino para cerrar filas ante los enemigos, que ya se ve que son muchos, y para dar un toque de atención a los indiferentes, que son cada vez menos en un país crecientemente polarizado.
A mí, pese a todo ese entusiasmo y aparente seguridad que derrocha, me parece que Sánchez está acorralado. Ni los medios que le critican, que son muchos más de los que él desearía, ni los jueces que de él recelan, que no son pocos, ni esa sociedad civil atónita, para lo que valga, para no citar, claro, a la oposición, también para lo que valga --durísimo discurso el de Feijoo en Valladolid este domingo, por cierto, para contrarrestar el 'efecto congreso' del PSOE--, van a cesar en la pelea, porque pelea agónica es, al fin. Ahora más que nunca.
Porque ahora viene la avalancha sobre todos los casos pendientes. El relevo esta semana del presidente de la Sala Segunda del Supremo, Manuel Marchena, abrirá una nueva pugna judicial que desgastará aún más una institución que, para muchos, se ha convertido en apoyo de las penúltimas protestas de la democracia. Suena la campana, Tercer round.
El combate, hasta ahora, ha sido agotador: piénsese, apenas, que Marchena presidió aquel tribunal contra el 'procés' que condenó a trece años, en 2019, a Oriol Junqueras y a penas diversas a otros encausados. Hoy, con todos libres y Puigdemont en una confortable fuga, Junqueras, triunfante, está a punto de recuperar el liderazgo de su partido y la voz protagonista en la política española. Y esto, y muchas otras cosas aún más sorprendentes, ha ocurrido en apenas cinco años. Creo que el congreso de un partido gobernante debería haber pasado revista a cuanto de anómalo ha ocurrido desde el último congreso, el 40. Pero nadie quiere echar la vista atrás y menos para ejercer la autocrítica.
Pasamos, con algo de pena y sin demasiada gloria, y con muchos aplausos, eso sí, la página del congreso del PSOE. Ahora 'solo' queda todo lo demás. Yo diría que este 2025 que viene está lleno de presagios por muchos conceptos. Pero me parece que los congresistas en Sevilla no es que no hayan entendido el mensaje; es que no han querido siquiera escucharlo. Por eso mismo están acorralados. Y lo peor es que no lo saben, o actúan como si no lo supiesen. Fíjese que el presidente/secretario general hasta dijo en su discurso que su partido fue el ganador de las últimas elecciones*