Asumo que en los tiempos raros que nos ha tocado vivir, la brújula moral habitual no funcione correctamente. Hay situaciones donde solo unos pocos elegidos tienen la sabiduría para saber desbrozar el camino y hay otras, donde hagas lo que hagas te equivocas. La defensa del mal menor es el mejor recurso de los cobardes, pero antes era salida inteligente en escenarios límite; ahora ya no puedes salir de casa sin enfrentarte a situaciones de un calado moral extraordinario.
Por tanto, no voy a caer en la vana pretensión de adentrarme en alguna de esas casuísticas que harían las delicias de la Escuela de Salamanca, ya que mi talento no llega ni al umbral de aquellos viejos doctos. Me quedo con un punto que reconozco que me fascina especialmente.
Es común encontrarse con gente que simplemente no comprende por qué la mentira está mal. Según la Real Academia de la Lengua el concepto consiste en esto.- Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.
Tal vez así expuesta pueda ser algo confusa y sea más sencillo decir que se falta a la verdad. Si se es un poco más preciso, el que miente busca engañar al receptor dándole una información que sabe le va a llevar a una conclusión equivocada.
Por derivadas extrañas, hay personas que circunscriben la verdad a los creyentes y consideran su uso un signo de ingenua estupidez, al entender que es la típica limitación moral de los católicos. En este punto, hay que reconocer que la cintura de algunos fieles es preocupantemente escasa. No hago ya una viva defensa del silencio, sino que a mayores hay preguntas que por improcedentes, insidiosas o maliciosas habilitan a una respuesta inteligente y esquiva que oculte nuestro conocimiento de la verdad.
Los romanos antes de Cristo no tenían dudas al respecto y por eso inventaron el Derecho. Es imposible una sociedad pacífica donde la verdad es ignorada y donde las personas deciden libremente cuándo mentir. Ahora sería habitual que expusiera los ejemplos históricos que confirman el daño colectivo e individual de una praxis extendida. El refranero popular tan sabio nos ilumina con facilidad.
Es más sencillo preguntarnos cómo nos sentimos cuando nos mienten. Si es en el instante, la mayoría opta por confirmar al mentiroso que le has descubierto, para demostrar la inteligencia propia. La mentira descubierta con el tiempo solo genera pena, porque al infractor le sigue acompañando y al engañado le provoca decepción.