Como aquí ya no nos extraña nada, tampoco es que se hayan concedido grandes alharacas a la peor historia de pésimos espías que agita las subterráneas, y no tan subterráneas, cloacas del Estado: ahí es nada, un espionaje desde ese Estado (¿o era el Gobierno?) a una parte de ese Estado, representado por el presidente de una autonomía. Que, por cierto, negociaba en ese momento una cierta paz territorial con el Gobierno central que le espiaba. ¿Qué no se entiende bien todo esto? Pues espere un momento, que hay más. Mucho más.
Ahora sale un juez diciendo que de ese espionaje se puede deducir incluso la existencia de un terrorismo que impediría el logro de la inminente ley de amnistía de la que depende la estabilidad del Gobierno. Un terrorismo que hasta, siguen las sospechas del magistrado García Castellón, habría estudiado atentar contra el jefe del Estado. Todo ello, sin demasiadas pruebas, con ninguna explicación convincente, con algunas mentiras patentes por parte de casi todos, salpicando de lleno a los servicios de inteligencia, a la judicatura, al judicial. Una historia, lo dijo el principal de los espiados, como de Mortadelo y Filemón.
Déjeme ordenar los hechos, a ver si hacemos esta trama algo más comprensible: una investigación universitaria canadiense desvela en 2021 que los servicios secretos (españoles) han investigado, con el sistema israelí 'Pegasus', a decenas de independentistas catalanes, comenzando por el entonces vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Pocos días después, quizá para alejar hacia otras playas la atención de este espionaje a un independentismo con el que por entonces ya se empezaba a negociar, nada menos que el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, comparecieron --¡en un día festivo en Madrid, un 2 de mayo!-- en La Moncloa para revelar que 'Pegasus' también había espiado al presidente del Gobierno, a la ministra de Defensa, y que había tratado de espiar también al ministro del Interior y al de Agricultura (Luis Planas estuvo a punto de ser director del CNI antes de ir de embajador a Rabat).
Claro, todos entendieron que era Marruecos quien había espiado al presidente y a sus ministros, algo jamás oficialmente explicado, claro. Pero no lograron que la atención se desviase del CNI español y de las 'escuchas' a los independentistas. Aragonès jamás olvidó aquello, y menos va a olvidar ahora que se diga que la justificación de aquel espionaje se basó en la sospecha de que él era el dirigente oculto de los CDR, esos Comités de Defensa de la Revolución independentista a los que ahora un juez acusa de incurrir en delitos de terrorismo para evitar que se los amnistíe y que, de paso, se amnistíe a Puigdemont, que es quien, a cambio de mucho, apoya la pervivencia de Pedro Sánchez en el poder. Es más: las investigaciones del juez llevan presuntamente hasta una sospechosa trama, en al que se implica a un fantasmal 'xuxu rondinaire', que nadie sabe quién es, que habría intentado atentar contra el Rey Felipe VI durante una visita a Cataluña. De esto tampoco jamás se supo. Ni nada se ha explicado ahora, por supuesto.
Creo que es urgente que el propio Gobierno de Pedro Sánchez aclare cuanto antes esta historia de espías, a la que Aragonès, en privado, calificó como 'de Mortadelo y Filemón'. Es urgente que los medios pidamos aclaraciones, y no huidas de los ministros más o menos implicados, a los que no hay manera de sentar estos días en foros periodísticos, más allá de las declaraciones de Bolaños y del titular de Interior en el sentido de que el Gobierno ¡no tiene por qué enterarse de las investigaciones que lleva a cabo el CNI, que depende del Gobierno! ¿Cooomo? ¿Que el Gobierno no tiene que enterarse de investigaciones que, dice el juez García Castellón, pueden implicar hasta delitos (por lo demás dudosos, a mi entender) de terrorismo?
Es urgente que doña Paz Esteban, exdirectora de la casa de los espías, que declaró a puerta cerradísima este viernes ante un Juzgado por aquellos hechos del 'Pegasus', que estallaron en 2021, pero que comenzaron ya con la 'operación Cataluña' del PP, acuda al Parlamento a dar explicaciones. Y es urgente que la propia directora actual de 'los servicios', doña Esperanza Casteleiro, sucesora de doña Paz Esteban, acuda también, acompañando a los ministros de Presidencia, Defensa e Interior, a explicar, ante la comisión de secretos oficiales, cómo ocurrió todo aquello, qué relación guarda con las negociaciones 'secretas' con el independentismo catalán y si, en verdad, aquí hay, o más probablemente no, un delito de terrorismo que frenaría en seco la puesta en marcha de algo que, por lo demás a mi juicio es inconstitucional, como la amnistía a los implicados en el 'procés'. Ya no cabe que el CNI siga amparándose, en esta cuestión concreta, en el secreto inherente a los servicios de inteligencia, ni que el Ejecutivo aluda a razones de Estado para no explicar lo inexplicable.
Porque de que se aclare de una vez toda esta trama dependen cosas esenciales: primero, nuestra credibilidad democrática en una Europa que vergonzantemente tiene que mediar ahora para que se resuelva una inconstitucionalidad como la no renovación --cinco años, un mes y veintidós días de plazo vencido-- del gobierno de los jueces. Segundo, la buena marcha, o al menos la 'conllevanza', de las relaciones entre Cataluña y el Gobierno central también pende de un hilo mientras 'Pegasus', y todas sus ramificaciones, se vayan infectando. Y tercero, claro, la propia permanencia de Pedro Sánchez en el poder depende de que esa infección, agravada por el secretismo de las concesiones a Puigdemont, no invada todo el cuerpo nacional y sus instituciones. Comenzando por ese Tribunal Constitucional al que un relevante miembro del PP, que para colmo será uno de los negociadores en Bruselas sobre la renovación del Consejo del Poder Judicial, con el comisario Reynders como 'verificador', calificó como 'un cáncer'.
Una situación política, a mi modo de ver, gravísima, que para nada se compadece con esa 'normalidad' que quieren presentar los portavoces oficiales, ni se compadece con la buena marcha del país en otros aspectos. Y, si no, mire usted a esa Fitur que ahora llega a su clausura y que muestra la potencialidad de una España que trabaja bien y a la que, sin embargo, se la gestiona, en no pocos asuntos, mal. Gestión casi como de Pepe Gotera y Otilio, más que como de Mortadelo y Filemón.