Pese a tener concedida la declaración de Bien de Interés Cultural y estar datado en el siglo IX, la situación del castillo de Ocón es deplorable. Hasta tal punto que la prestigiosa asociación para la defensa del patrimonio español Hispania Nostra lo acaba de incluir en su afamada Lista Roja.
No faltan motivos. En su informe destaca que su estado de conservación es «muy malo».
La entidad subraya que «es necesario un compromiso de consolidación por parte de la propiedad», porque «de lo contrario acabará en ruina total».
Hay «partes del paño exterior de cada muro que se están cayendo, así como parte de la almena». También indica que, en general, «se encuentra en muy malas condiciones el amurallamiento perimetral».
Y así lo corroboran los vecinos del valle que ven como día a día su estado de conservación es peor.
Propiedad. Fuentes consultadas por El Día apuntan a que esta fortificación se encuentra en manos de la mercantil Vino de Mesa Vega La Reina, que la adquirió hace 50 años por unas 8.000 pesetas de la época que, con la inflacción y las subidas del IPC acumuladas a lo largo de los años, equivaldrían a unos «irrisorios» 1.000 euros actuales.
Fue gracias a un Real Decreto, firmado en 1973 por Carrero Blanco, que permitió la venta de gran cantidad de castillos en mal estado de conservación a cambio de su mantenimiento y restauración, si bien las mismas fuentes indican que la seguridad jurídica de entonces «no es la actual, por lo que dicho incumplimiento podría haber prescrito al haber pasado ya 50 años» del cambio de titularidad.
Historia. De origen musulmán y datado entre los siglos IX y XII, fue construido durante el gobierno de la villa por parte de Fortún Garcés.
Según informó la asociación, más tarde, durante la primera guerra civil castellana, con el reinado de Pedro I y el enfrentamiento con su hermanastro Enrique II, la villa perteneció a Juan Alfonso de Haro, quien la donó en 1379 a Diego Gómez Manrique.
Tanto la villa como el castillo pertenecieron a los duques de Nájera y Condes de Treviño. Uno de los últimos usos fue el de cuartel tras sufrir la ocupación durante las guerras carlistas. La fortaleza contaba con una zona principal construida en sillería y un recinto exterior realizado en mampostería macizada con morillo.
De esta zona exterior queda parte del alzado de los dos lienzos de la muralla, uno de mayor longitud, grosor y calidad que el otro.
El primero, que asoma hacia el escarpe de la montaña en dirección noreste, finaliza en un torreón redondo, macizo y con basamento de sillería en su ángulo norte, el otro con orientación este-oeste, se dirige hacia la ladera baja de la montaña.
El recinto principal tenía una planta similar a un pentágono pero con carácter irregular, ya que se debía de adaptar a la cima del terreno donde se alzaba. Estaba formado por un patrio irregular ubicado en el centro que alojaba en su interior una torre pequeña de planta rectangular que haría las veces de torre del homenaje y otro recinto de forma trapezoidal adosada al anterior.
En el siglo XIX, al ser utilizado como cuartel durante las guerras carlistas, los lienzos de la muralla fueron reedificados, sin intervenciones posteriores.