A seis leguas de Logroño, leyenda e historia languidecen bajo escombro en el sobrecogedor paraje de Monte Laturce, donde uno imagina las voces de Berengario o Malaquías, en El nombre de la rosa, aunque aquí fuesen el abad Adica y sus monjes, estos sí reales, quienes oraban y trabajaban según la regla de San Benito. El monasterio de San Prudencio de Monte Laturce no tiene el pedigrí académico de San Millán, ni el simbolismo de Valvanera y ni siquiera conserva la silueta imponente de una abadía separada de Clavijo por los escarpes rocosos de una montaña de reminiscencias míticas, pero sus ruinas y los ecos de su agitado pasado evocan una atracción solo comparable con la belleza del lugar.
Rescatar sus restos del olvido y promover su conservación es el reto de la joven Asociación Salvemos el Monasterio de San Prudencio. Y la clave en ese camino está en tratar de convencer al Gobierno de La Rioja para que declare este enclave Bien de Interés Cultural (BIC), una figura legal que garantizaría su protección y abriría las puertas a posibles ayudas para ponerlo en valor. La asociación formuló esa petición en abril de 2023 y espera reunirse en breve con la Consejería de Cultura para insistir en la solicitud.
«La zona es víctima del expolio; se informó a la Consejería de Cultura de que alguien está haciendo sendas, cuando lo primero que hace falta es consolidar las ruinas y un plan de seguridad, porque hay muros a punto de caer», explica Bruno Calleja Escalona, presidente de la asociación. «No entendemos por qué un lugar como este, documentado históricamente, con las ruinas que conserva y un entorno espectacular no está declarado ya BIC», añade el vicepresidente, Miguel Ángel González Muro, que echa en falta mayor implicación oficial.
Los promotores de la recuperación del monasterio se plantean también buscar apoyos en Álava, cuna de San Prudencio y donde su figura tiene predicamento como patrón de la provincia, y que lo fue también de Logroño hasta 1521.
En el ánimo de Salvemos San Prudencio está que a la consolidación de las ruinas le sigan excavaciones arqueológicas para sacar a la luz partes del recinto monástico, como los claustros y las iglesias, ocultas por una acumulación de piedras y tierra de hasta cuatro metros. «Cabe pensar que debajo de toda esa colmatación de escombro hay elementos de interés parar saber cómo era aquello», apostilla Calleja. Bajo las ruinas, aún son visibles vestigios de la iglesia antigua, con bella portada a caballo entre el románico y el gótico, dos aljibes y restos de los claustros.
Además de su valor histórico y patrimonial, el paraje es sobrecogedor por su belleza y singularidad geológica, apunta González Muro, que destaca que la restauración sería un reclamo turístico, en una zona aquejada por la despoblación.
De cómo era el monasterio y su importancia hay fuentes documentales, como el libro de Gaspar Coronel, monje en San Prudencio y judío converso descendiente del último rabino de Castilla, que en 1726 copió parte del archivo monástico. Ese manuscrito original se perdió en Valvanera y solo queda una copia en el IER. Pero las referencias a la abadía son mucho más antiguas. En un texto del año 950, un escribano documenta en latín que el abad Adica y sus monjes se autodonaban al monasterio de San Martín de Albelda en busca de protección ante las razias musulmanas, ya que aquella ladera del monte Laturce tenía mala defensa.
Donde se detuvo la mula. Remontarse más en el tiempo es caminar entre hipótesis y leyendas. El enclave pudo tener origen eremítico y su localización en un lugar tan escarpado se relaciona con la leyenda de la muerte del santo. El alavés San Prudencio, natural de Armentia, murió en el 586. En vida, habría cruzado el Camero Viejo camino a Soria, donde estudió con San Saturio, antes de desplazarse a Calahorra a predicar y a Tarazona, donde le hicieron obispo. De allí fue a Osma, donde falleció. Y ahí comienza el relato legendario: su sobrino Pelayo sentenció que la voluntad del santo era ser cargado en una mula y enterrado donde se parase. Y la acémila se detuvo en Laturce, monte de resonancias legendarias por la batalla de Clavijo, a seis leguas de Logroño y junto a una cueva que el santo ya conoció de niño en su viaje a Soria.
Las historias populares y algunos estudiosos hablan de esa cueva y de una cripta con los restos del anacoreta, que hoy reposan en un arca en La Redonda, en Logroño. Se supone que Pelayo y el resto del cortejo se asentaron en el lugar y erigieron una iglesia dedicada a San Vicente, germen de la abadía. Pero el espaldarazo para convertir aquel paraje montaraz en un monasterio medieval lo dieron los poderosos Señores de Cameros, Fortún Ochoa y Mencia, infanta de Navarra, al elegirlo, a comienzos del siglo XI, como lugar donde ser enterrados.
Fue también esa familia la que patrocinó la llegada de monjes del Císter en 1162 desde Sacramenia (Segovia) a Rute, en Ventas Blancas, antes de trasladarse al abrigo del Monte Laturce para convertir aquel cenobio en lo que después llegó a ser, con elementos como la iglesia vieja, casi una copia de la francesa de Cîteaux. En el siglo XV los cistercienses levantaron otra iglesia sobre la antigua. El lugar era antagónico con los lugares llanos y con agua que siempre buscaba el Císter, lo que lleva a pensar que el emplazamiento se debe a la voluntad de los Señores de Cameros, cuyos restos yacen allí. La presencia monástica fue casi continua, salvo dos periodos en la Guerra de la Independencia y el Trienio Liberal, hasta su ocaso, la venta y dispersión de sus bienes tras la Desamortización de Mendizábal en 1835.
Como primer paso para sacar a San Prudencio del olvido, al menos desde el punto de vista popular, el pasado el pasado 28 de abril, festividad del santo, la asociación organizó una romería al estilo de las que antaño celebraban una veintena de localidades, incluida Logroño, con el propósito de recuperar el recuerdo popular y hacer partícipes a jóvenes y niños de la tradición. La idea es seguir promoviendo actividades, como conciertos en el propio paraje, o la edición de un libro sobre su historia.
Del expolio francés a los bandidos 'Caldereta' y 'Mundín'
Del patrimonio del monasterio de San Prudencio, disperso tras su abandono, quedan muestras en distintos lugares, como Villamediana o Ribafrecha, donde se conservan las sillas del coro y cajonería de madera. El retablo mayor está en Barriobusto (Oyón); la mitra del abad y las reliquias (el cráneo) de San Félix en Lagunilla del Jubera; y la primigenia talla de la Virgen de la Esperanza, en Clavijo, lo mismo que el púlpito de hierro. Antes, la abadía había sufrido el expolio de las tropas francesas y de los propios vecinos del entorno. En sus momentos de esplendor, el monasterio de San Prudencio tenía tanto poder que la autoridad del abad se sobreponía a la del obispo en Lagunilla, Ventas Blancas y Villanueva. El cenobio poseía muchas tierras de pastos y granjas en Villamediana, Lagunilla y La Noguera, aunque sus propiedades alcanzaban también a Clavijo, municipio al que pertenece el monasterio, al Valle de Ocón, Ausejo y hasta Logroño, donde poseía casas. El monasterio, ya abandonado, llegó a ser refugio de bandidos, como el famoso 'Caldereta', que buscó sin éxito supuestos tesoros entre las ruinas; 'Mundín', ajusticiado por garrote vil en Logroño; y 'Rompecazuelas', que, entre otras fechorías, asaltaban a arrieros que cruzaban el Camero Viejo hacia Soria.