Antes de que el tiempo lo ajara, un cartel de la RAE definía a la perfección el significado de abacería («puesto o tienda donde se venden al por menor aceite, vinagre, legumbres secas, bacalao, etcétera...») pero «lo quité porque apenas se leía aunque lo voy a volver a poner». Quien así se expresa es Eduardo Lacanal (Logroño, 1978), responsable de la Casa de la Abacería, uno de los pocos negocios del ramo: «Todos vendemos de todo pero abacería, como tal, creo que solo hay ésta». En los últimos estertores de la crisis, dejó atrás su profesión de delineante para tomar el relevo del negocio familiar. Cambió un desempeño técnico por un oficio más mundano pero esencial como el que más.
Entras a la abacería y un aroma dulzón y penetrante golpea con delicadeza tus fosas nasales. «La gente me dice cómo huele, que la tienda tiene un olor como las de antes», afirma. No le falta razón. Este colmado conserva el perfume de antaño.
El bacalao, y él lo corta al por menor, es el producto estrella de toda abacería. En su caso procede de las Islas Feroe. Pero además de este pescado, en sus anaqueles sobresalen conservas de distinto origen y condición: «Chicharrones, bonito, anchoas,...».
Además de productos del mar, los únicos «que no son de proximidad», en su colmado destaca la variedad de aceite riojana «procedentes de cinco almazaras diferentes» pero también «legumbre de la zona» y, por supuesto, 'una copiosa «selección de encurtidos» que se completa con productos más selectos como chocolate, Patatas Bonilla y «mieles» producidas en la geografía riojana: «Desde Ezcaray al Valle del Jubera». «¡Si tienes lo mismo que el Mercadona, apaga y vámonos!», afirma consciente de que la relación, física, con el supermercado es casi de contigüidad.
Pese a los «sacrificios» que exige levantar la verja de su abacería, está satisfecho de un oficio tan singular como necesario.