Termina la semana con los ecos del desastre cosechado por Biden en el debate frente a alguien en teoría tan vulnerable como Donald Trump. Y junio se va a despedir con otro acontecimiento que amenaza con cambiar, más aún, nuestras vidas: ¿qué va a ocurrir en las elecciones francesas de este domingo? Mucha gente salía este fin de semana en sus automóviles, en trenes, aviones, lo que fuera, en busca de unas vacaciones de solaz. Pero, a poco que sigan leyendo los periódicos, que debería ser tarea irrenunciable, descubrirán que, en el mundo subterráneo y también en la superficie, está ocurriendo multitud de cosas. Estas, entre otras:
El Gobierno español, muy preocupado por la situación internacional. Una victoria de Le Pen en Francia comprometería muchas cosas en las relaciones con el vecino del norte. Y una (probable) victoria de Trump en Estados Unidos se define como "una catástrofe" en los ambientes diplomáticos, donde constatan que la única 'ventaja' del candidato/delincuente es…¡llevarse bien con Putin!. La inestabilidad en la UE, tras la renovación del pacto conservadores-socialdemócratas-liberales, que deja fuera y con protestas a la ultraderecha, presagia no pocos nubarrones. Creo que todos, y no solo el Consejo de Ministros y su presidente, deberíamos preocuparnos algo también por cómo anda el mundo.
Las noticias sobre lo que ocurre en Cataluña han pasado a las páginas pares de los periódicos. La gente está harta de Puigdemont y del laberinto político catalán. Sin embargo, esta, la de la investidura o no de Salvador Illa y la de las reacciones del aún fugado --¿por cuánto tiempo? ¿Alguien se acuerda ya de las polémicas por la amnistía? Pues volverán-- ante su fracaso en la Generalitat, va a ser la serpiente de este verano. Solo que no es una serpiente inventada, como el monstruo del lago Ness: que la permanencia de Pedro Sánchez en La Moncloa depende en buena parte de lo que ocurra en Cataluña es un dato bien real. Y en La Moncloa, donde insisten, sin convencernos del todo, en que Pedro Sánchez agotará la Legislatura, bien lo saben.
Hombre, la pretensión de convertir a León, Zamora y Salamanca en una nueva autonomía, la número 18, no tiene por qué cambiar la Constitución –en ella ni se reflejan los nombres de las autonomías españolas—pero sí induce a reflexionar seriamente sobre la fragilidad de la estructura territorial española. Esta del 'leonexit' va a ser no la serpiente de verano, sino la del otoño, el invierno y la primavera que vienen, porque ahí están las elecciones castellano-leonesas, que tienen mucha más importancia de lo que podría en principio pensarse.
La renovación del poder judicial, que se sustanciará en plenos del Congreso este mes – ya nadie se toma en serio la regulación de los períodos de sesiones parlamentarias del artículo 73.1 de la Constitución—, podría extenderse a un pacto para la designación del nuevo gobernador del Banco de España. Y quizá de los organismos de control, CNMV y CNMC, que ya han demostrado –estas dos últimas, digo—que no sirven para casi nada. Perdamos toda esperanza acerca de un consenso sobre la otra institución pendiente, RTVE, territorio salvaje.
Ignoro, estas alturas, si Begoña Gómez comparecerá o no ante el juez Peinado que la imputa un presunto tráfico de influencias. Seguramente sí. Pero esté usted seguro de que el tema, como el del hermano del presidente, irá perdiendo gas y potencia tipográfica en los titulares: no hay caso (penal. Otra cosa es la estética). Como tampoco lo hay, creo, en los presuntos delitos de alta traición y terrorismo atribuidos por sendos jueces a dirigentes del 'procés', el mentado Puigdemont en particular. Y tampoco veo yo mucha expectativa acerca de si el fugado Comín vendrá o no este lunes a jurar presencialmente la Constitución para convertirse en eurodiputado, que será, supongo, que no.
Al final, lo de Cervantes: 'miraron al soslayo, fuéronse y no hubo nada'. Lo que ocurre es que aquí, el país donde la disputa es deporte nacional, la nada hace mucho ruido, impidiéndonos fijar nuestra mirada en la luna, y no en el dedo que la señala. Un estrépito vano, efímero, que nos hace escapar, a quien pueda, hacia las vacaciones de verano. Cuidémonos, pues, de los idus de julio, pero sigamos atentos a los periódicos: hay noticias apasionantes como espadas de Damocles sobre nuestras cabezas.