«Por lo que dicen soy una histórica. No sé si me gusta»

El Día
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La política Juana Clavero acaba de publicar Zarza, memoria personal que narra el drama tan actual de la inmigración interna y el hacinamiento

Juana Clavero, ex diputada regional de Izquierda Unida, acaba de publicar Zarza. Posa para el reportaje en La Rosaleda donde da rienda su suelta a su pasión por el ajedrez. - Foto: Óscar Solorzano

Es zarzeña y riojana de adopción porque su marido, El Barragán, fallecido hace casi cinco años, y sus dos hijos son logroñeses. Esta querencia por su tierra natal, Extremadura, la ha reflejado en Zarza, primera parte de unos memorias que recorren los años de mocedad de Juana Clavero Molina (Zarza la Mayor, 1949), militante del PCE, «desde muy joven», integrante de Izquierda Unida desde sus orígenes («formé parte de su lanzamiento», acota) y ex diputada en el Parlamento regional, «en sustitución de Jesús Rodríguez», en la cuarta legislatura (1995-99).

«Por lo que dicen, soy una histórica aunque no sé si me gusta», bromea. Su militancia en la izquierda, sin epítetos, es clara. Como profesional, trabajó como esteticista y aunque su desempeño laboral y el ideológico pueda parecer un contrasentido, no lo es. «Eso refleja la pluralidad del PCE», acota.

Zarza, publicado este invierno, relata sus primeros años de existencia en la localidad homónima cacereña. Este repaso vital se centran en los primeros años de posguerra, en un tiempo en el que la familia Clavero Molina sufrió el ambiente revanchista de los vencedores.

«Éramos hijos de rojos por los dos lados», rememora. Y esta herencia familiar, que se llevó por delante a uno de sus abuelos («lo ajusticiaron en el Puente de Alcántara o en la Mina de la Paloma, seguimos sin saber dónde está», critica) y que estigmatizó tanto a su padre Justo como a su madre Chon, les obligó, como a tantos otros, a emprender el exilio interior.

En 1965 arribaron a Irún donde prosperaron «gracias al empeño de nuestra madre». En la vecina Hondarribia, instalaron un locutorio y fue ahí donde conoció a El Barragán, también emigrante. Pero, entonces como ahora, había, en su opinión, migrantes de primera y de segunda. «Mi percepción era que a él, por su condición de riojano, le trataban mejor que a nosotros, que éramos extremeños», acusa. Pasó de vivir cerca de la Raya a hacerlo a la vera del Bidasoa pese a que nunca cruzó la frontera. Ganas no le faltaron. «Aunque de eso hablaré en la segunda parte, vinimos a Irún porque en el exilio, en Tarbes, vivía mi tío Juan, que nunca quiso volver», adelanta. Si esta segunda ración autobiográfica se centrará en los años guipuzcoanos(1965-1972), la tercera recorrerá «a partir de mi casamiento, que nos venimos a La Rioja». 

Zarza, en su centenar de páginas, recuerda el ánimo cainita que anidaba en el franquismo de los cincuenta y sesenta pero también recoge otros dramas que no pertenecen al pasado y se han perpetuado: «La inmigración sigue siendo un drama como también lo es el hacinamiento y la lucha por unas condiciones de vida dignas».

Las últimas dos décadas(el libro fue escrito en 2003 y acaba de ser publicado gracias al esfuerzo de Jenny Boada, Amalia Vegas y Raquel Marín, «todo mujeres», apostilla) no han hecho sino acrecentar la desigualdad en la distribución de los recursos, en una época «de retroceso políticosocial». «Se están perdiendo los logros feministas. Ya no se valora a las personas. Es muy doloroso lo que pasa en Palestina, un drama similar al de la inmigración. ¿Cuántos seres humanos se ha tragado el Mediterráneo?», se despide una mujer militante que pide un proyecto de izquierdas«unitario, participativo y respetuoso como quería ser IU».