Tan catalán como riojano, tan benasqués como calagurritano, Jordi Corominas (Barcelona, 1958) recibió ayer en la localidad dolomítica de San Martino di Castrozza el Piolet de Oro, máxima distinción del alpinismo mundial. El decimosexto Premio Walter Bonatti recogió un galardón que, en el pasado, fue concedido a Reinhold Messner, Doug Scott o Voytek Kurtyka, maestros todos ellos del alpinismo mundial. Aunque se considera poco mitómano, reconoce la importancia del italiano y del polaco en el desarrollo de una disciplina tan exigente.
Nacido en Barcelona pero criado en Calahorra, descubrió la montaña en La Rioja. Sus padres contribuyeron a la creación del Club de Montaña de Calahorra y él siguió sus pasos. «Mi padre y mi hermana siguen en Logroño pero yo me fui a Benasque aunque viví una veintena de años en La Rioja Baja», rememora.
Ha hecho de las cumbres su sustento pero a la disciplina llegó «por casualidades de la vida». «En Logroño había un grupo de gente que hacía montaña. Entre ellos, los hermanos Elías y los hermanos Bahíllo, con los que sigo en contacto», enumera. Todos ellos, continúan en activo. La montaña riojana «fue mi primera escuela, donde empecé a andar y escalar» pero luego llegaron los retos, «primero por los Pirineos y después por el resto del mundo». Aunque habita vigilado por los picos oscenses, se considera«un culo inquieto» y por eso, pese a que el escenario que le rodea «está muy bien y muy a mano», quiere más y por eso «siempre estoy pensando en ir más allá».
La máxima distinción del alpinismo mundial le cogió «por sorpresa, no me lo esperaba», no onstante el calagurritano de adopción sabía «que estaban investigando sobre mí». «Se han dado cuenta que el alpinismo español existe y por eso este premio es un reconocimiento para todos», sonríe satisfecho de que un escalador de la periferia merezca este galardón «que, por lo general, reconoce a franceses, italianos y suizos que, obviamente, tienen una tradición contrastada».
El paso del tiempo ha morigerado su plenitud física («las fuerzas menguan», se sincera) pero ha mejorado su conocimiento del medio. Es consciente que tiene más pasado por detrás que futuro por delante pero no le desalienta «porque siempre ha habido más cosas de las que nos hemos bajado que las que hemos subido». «Es lo que pasa», razona, «cuando haces cosas difíciles».
Así, y cuando el alpinismo parece que ha desvelado todos sus secretos, justifica que «siempre hay cosas por hacer». «En el Karakorum», ejemplifica, «hay muchas montañas sin escalar». «Solo en Pakistán hay cientos de sietemiles en cordilleras agrestes que nadie ha subido por ahora», agrega.
Si sus primeras salidas le llevaron a Asia, no tardó en conocer también los Andes, «una cordillera con numerosos seismiles y muchísimas cosas por hacer».
Aunque el montañismo se ha democratizado, Corominas defiende la esencia de un deporte que le ha encumbrado: «Son mundos distintos, totalmente separados. Hay un alpinismo que consiste en pagar y subir por las rutas más fáciles, lo que es el alpinismo comercial, y luego está el alpinismo que busca la dificultad técnica, nuevos retos que no se acaban nunca».