Es muy duro. Me ha cambiado la vida. He vuelto a nacer y tengo una vida diferente. Hace un año tenía padre». Las palabras de Yolanda Castillo se entremezclan entre la emoción que aflora al recordar a Guillermo y la rabia, profunda cual raíz, que genera perder a un ser querido en condiciones tan excesivamente crueles. Hace exactamente un año que el conocido hostelero de Cuzcurrita del Río Tirón apareció muerto en su domicilio entre evidentes signos de una extrema violencia. Según los agentes de la Guardia Civil que desarrollaron la investigación, fue asesinado para robarle un ridículo botín de apenas seiscientos euros.
Un año complicado para la familia Castillo que ha tenido que lidiar con especulaciones, rumores, una investigación que por exigencias del guion no informaba de avances ni siquiera a los más allegados, detenciones, cambio de representación legal e incluso una batalla, a veces judicial y otras mediática, hasta materializar el funeral y el entierro de Guillermo a mediados del ya pasado mes de abril. «Haber podido dar sepultura a mi padre consuela un poco, pero tenía claro que si no me entregaban su cuerpo era para bien, porque continuaba la investigación», apunta Yolanda.
Ha sido un año muy difícil en el que «aflora lo mejor, pero también lo peor de las personas». Preguntada por si el Consistorio cuzcurritaino tenía previsto convocar algún acto en recuerdo de un vecino de la localidad riojalteña, la hija del hostelero se limita a esbozar una frase expresada entre dosis de tristeza y lamento: «No me he sentido apoyada por el Ayuntamiento de Cuzcurrita». Cierra la frase con contundencia, sin querer entrar en más detalles.
Yolanda ha recuperado el trabajo en la viña, a la que también solía acudir con su padre. «Ahora mismo vengo de espergurar», señala mientras atiende a El Día de La Rioja en unos momentos en los que brotan los recuerdos sin concesiones al olvido. «El viñedo hay que atenderlo y no necesito tener siempre buena cara». Sin embargo, el restaurante, el que cada día abría sus puertas junto a Guillermo, «aún no me he atrevido a recuperarlo. Quizá cuando salga la sentencia lo celebraré abriendolo, pero no me veo preparada aún».
De momento, el procedimiento legal va dando sus pasos. Hoy mismo, dos de mayo, exactamente un año después de que Guillermo fuera asesinado en su domicilio de Cuzcurrita, el caso se eleva a la Audiencia Provincial, tal y como traslada la propia Yolanda. Un paso más hacia un juicio, aún sin señalar, que se celebrará mediante Tribunal del Jurado.
Ahora bien, la investigación promovida por el bufete de abogados que comanda el mediático letrado Marcos García-Montes sigue su curso. Su irrupción en el caso no ha estado exenta de cierta polémica, fundamentalmente por las críticas vertidas a la investigación desarrollada por el Instituto Armado. Son varias las cuestiones que permanecen abiertas, tal y como detalla Yolanda. Entre ellas, las quejas, manifestadas por escrito al juzgado de Haro que desde un primer instante ha instruido el caso. Tanto el bufete de García-Montes como la propia Yolanda continúan pensando que la autopsia debería definir con una mayor concreción la data del fallecimiento y si Guillermo Castillo sufrió «agonía» tras la brutal paliza a la que fue sometido supuestamente por los dos detenidos en el transcurso de la investigación. Es más, la familia mantiene viva también la hipótesis de que los dos arrestados no actuaron en solitario y precisaron de la participación de algún colaborador.
«Solo nos separaba la noche». Más allá del devenir del procedimiento legal, Yolanda se enfrenta al primer año sin Guillermo con una mochila cargada de recuerdos. «Tengo mucho dolor porque nos llevábamos muy bien y estábamos muy unidos», expresa mientras rememora que «solo nos separaba la noche». Se refiere así al trabajo conjunto que desarrollaban padre e hija en un restaurante muy conocido en el ámbito de la Comunidad, pero también en otras regiones. «Ha habido noches en las que he pasado incluso miedo», apostilla la hija del hostelero riojano. «No nos separábamos nunca y tanto el campo como el restaurante lo llevábamos los dos.. éramos un equipo».
De cara al futuro, al margen del juicio que seguirá la Audiencia Provincial, «me toca plantearme la vida sin él porque era muy importante para mi. Estoy trabajando -prosigue Yolanda autoimponiéndose de alguna manera ciertas dosis de ánimo- para recuperar cuanto antes» una vida normal. «Las viñas -insiste- sí las estoy llevando porque no tengo que pensar tanto y si quiero llorar.., pues el campo es un buen sitio para hacerlo», concluye