Desear tiene sus riesgos. Uno de los peores, que lo deseado se llegue a cumplir. Desear puede ser peligroso, sobre todo si se está dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir esos anhelos. Y es que, ¿hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para saciar su codicia? La sombra de los sueños (Planeta) es el título del nuevo libro del escritor Gonzalo Giner (Madrid, 1962) y la sombra de los sueños es la que recorre las páginas de la novela más ambiciosa del autor, en la que los caballos vuelven a tener gran protagonismo.
A lomos de Marengo cabalgó Napoleón, sobre Incitatus lo hizo Calígula, Alejandro Magno montó a Bucéfalo y a Palomo, Simón Bolívar. Falta otro mítico equino en esta ristra del que se desconoce su paradero final y que es clave en esta historia: Shujae, la yegua con la que Saladino, conquistador de El Cairo y de Damasco, logró la unificación del islam por vez primera en la guerra santa contra los cristianos. Tanto ella como su jinete son dos de los protagonistas de esta aventura en la que el arte y la magia conviven con los sueños y unos personajes en un punto límite de su vida.
Será Jalid bin Ayub, emir del imaginado reino de Fuyarja y una de las personas más ricas del planeta, quien haga girar los destinos de todos en torno a su oscuro objeto de deseo: una réplica genéticamente calcada de Shujae. Pero habrá que indagar en la propuesta de Giner para saber si sus anhelos, bañados por el ingente dinero que le produce el petróleo de su pequeño emirato, se quedan ahí.
Para lograr su fin, Jalid recluta al mejor equipo. Sarah, una ladrona de arte nacida en Israel y de madre kurda; Amina Al Balud, una joven egipcia zooarqueóloga; y Mao Zhao Yang, un científico chino, con una moral bastante discutible en cuanto a experimentos genéticos. Todos ellos -junto a Saladino en la trama histórica- serán los autores «de un gran truco de magia» que solo se resolverá al final del libro. Y el autor tiene claro cuál será la reacción del lector cuando pase la última página: «No me lo puedo creer».
Como si les susurrara la historia que le ha ocupado los dos últimos años de su vida, Giner se acerca a los caballos nobles y dóciles de la Yeguada de la Cartuja-Hierro del Bocado, en Jerez de la Frontera (Cádiz), enclave elegido para presentar su nueva obra. Atrapado por la magia de este animal, que ya fue protagonista en El sanador de caballos, deja ver su faceta de veterinario y asevera que los animales son una parte fundamental de su vida, «por eso están siempre en mis novelas», y evoca en particular el poder que el hombre ha ejercido sobre estos grandes mamíferos, los únicos a los que a lo largo de los siglos ha sabido domar.
Los cartujanos Bienvenido, Animoso, Altanero y Osado, entre otros, relinchan de fondo mientras el autor desgrana -en la medida de lo posible- su nuevo trabajo, una historia que está llena de acción, aventura y suspense en una trama que cabalga entre los siglos XII, XX y XXI «con dos hilos conductores muy importantes, uno es un caballo histórico que Jalid va a querer recuperar y otro es la figura del mítico Saladino».
Dos hilos conductores perfectamente entretejidos en torno a los cinco personajes y cinco grandes temas: la historia, la ciencia, los sueños y, cómo no, los caballos, sin olvidar el arte, una de las grandes pasiones del escritor madrileño.
Hacía años que la sombra de Saladino planeaba en la vida de Giner. Apunta que siempre se ha conocido su vida desde el punto de vista cristiano, pero que a él le llamaba la atención lo que se opina desde el otro lado, de ahí que protagonice la parte histórica de La sombra de los sueños. «Para los musulmanes era un verdadero héroe del que se sienten muy orgullosos. Quería resolver las dudas que tenía y cuando cayó en mis manos un libro sobre su correspondencia personal me di cuenta de que tenía un personajazo entre mis manos», explica.
Ahí descubrió que fue un hombre generoso y compasivo con sus enemigos. «Al margen de los tiempos, es sabido que cuando los cristianos entraron en Jerusalén arrasaron con todo y hay crónicas (que pueden ser ciertas o no) que hablan de que toda la ciudad era un charco de sangre. Sin embargo, cuando él entró en la ciudad, respetó la vida de los cristianos y les ofreció la opción de quedarse o salir de allí sin tomar represalias».
De los deseos a la historia pasando por los caballos, todo empieza en este libro con al arte y la magia, o más bien el ilusionismo porque de todo hay en estas nutridas 650 páginas que arrancan con Sarah Ludwig a punto de hacer su magia en el parisino Museo d'Orsay, como ya lo hizo su abuelo ante el mismísimo Adolf Hitler, al que arrebató la lanza con la que Longinos atravesó el corazón de Jesucristo...
«Me encantan la pintura y la música. Son las dos disciplinas que más disfruto. Siempre he tenido ganas de meterme en los cuadros, de conocerlos sin entrar en la técnica. No paso nunca al lado de uno y me quedo sin mirarlo, por eso son temas frecuentes en mis novelas», explica. «Entendí en El jinete del silencio la capacidad que tiene el arte, en este caso un poco diferente, como es el que tienen los caballos bailando, para provocar emociones. Es una maravillosa forma de expresión», concreta el escritor.
líneas rojas en la ciencia. Pero si hay un tema que está en el corazón de esta novela es la ciencia, concretamente los límites de la ingeniería genética.
El equipo de Bin Ayub no sabrá exactamente cuál es su misión cuando son reclutados, pero tienen unos desorbitados medios a su alcance para cumplirla. Solo la ética a la hora de plantearse la máxima maquiavélica puede frenarles.
Giner explora unas líneas rojas que nunca se había atrevido a traspasar en la literatura, temas muy polémicos que afectan a un mundo real en el que la ciencia va muy por delante de lo que muchos se pueden imaginar.
«Es muy probable que en algún laboratorio se estén manipulando embriones humanos, no solo de animales. Me adelanto a algo que estoy seguro de que va a traer polémica», explica el autor, que personifica esta no tan quimérica idea a través del personaje de Mao Zhao Yang, un científico chino condenado a pasar el resto de su vida en la cárcel por un error en una investigación que la comunidad científica considera antiética.
«¿Qué nos falta por vivir? Quién lo sabe, pero cuando tienes herramientas de edición genética podemos hacer lo que queramos. Hasta hace poco no las había, pero ahora sí las hay», ahonda Giner, anticipándose al futuro.
Porque el dilema ético está ahí. ¿Dónde hay que frenar el avance? ¿Quién puede tener la potestad para hacerlo? ¿En qué caso el fin justifica los medios? Estos son algunos de los interrogantes que el escritor deja en el aire para que acompañen a la lectura.
«El truco final en este libro es tan gordo que he tenido que rodear las situaciones de una manera muy delicada hasta el ultimísimo momento y esto exige mucho control, dibujar muy bien los perfiles de los personajes y plantear el juego de hasta dónde piensa el lector que será capaz de llegar cada personaje», cuenta.
Que el dinero del petróleo lo puede comprar todo, Giner lo sabe. De hecho, fue partícipe «del capricho del emir en el que está basado el personaje de Jalid. Él quiso tener la raza de vacuno con la carne de mejor calidad del mundo y ahí contactaron conmigo por la raza morucha, originaria de Salamanca, que tiene una carne bárbara. Teníamos hasta una visita pensada para que viera la finca».
Ante todo, su vocación
Aunque en sus libros se prodiguen los caballos, las vacas son las protagonistas de la vida profesional diaria de Gonzalo Giner, que desarrolla su trabajo en el campo de la nutrición bovina.
«En una realidad en la que parece que siempre nos están intentando engañar, yo convivo con los animales, que son como un refugio para mí. Con ellos todo es fácil. Son predecibles y sus respuestas son sanas. Hay una cosa que tengo muy clara y es que abandonaría la literatura antes que la veterinaria. Si tuviera que elegir, lo tendría claro».
En boca de Saladino escribe que él «sentía la energía de los animales en su propio cuerpo». A él le pasa lo mismo. «Una de las cosas más fascinantes es intentar entender su comportamiento. Hay que tener paciencia, tiempo y ser observador. Hay vacas que son macarras, las hay cotillas también y glotonas o envidiosas. Cada individuo animal tiene sus roles e incluso su mirada o expresión facial», explica.
Ese amor a su profesión hace que la figura del veterinario tenga siempre presencia en sus historias. En este caso, es Pawel Zalewski, aunque bien podía haberse llamado Eduardo Rodríguez porque, como este con las yeguas cartujanas de Jerez, Zalewski acompaña en la novela a las hembras durante su proceso de embarazo con la esperanza de cumplir su misión. «Es un personaje muy interesante que cree que los sentimientos son un síntoma de debilidad personal», explica. El veterinario ha fracasado ya en un proyecto de Jalid... Pero esta vez fallar no es una opción.