Diego Urdiales y Ginés Marín, puerta grande

Luis Ruiz Gutiérrez (Efe)
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Sobresaliente actuación del joven diestro jerezano, tarde de maestría del matador riojano, ambos premiados con dos orejas, y aciaga despedida de El Juli de la afición riojana

Diego Urdiales y Ginés Marín salen a hombros en La Ribera. - Foto: Raquel Manzanares (Efe)

TOREROS: Julián López 'El Juli': Pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada (ovación).

Diego Urdiales: Gran estocada (dos orejas); pinchazo y estocada (ovación).

Ginés Marín: Dos pinchazos y estocada algo desprendida (silencio tras aviso); media algo tendida (dos orejas).

GANADERÍA: Seis toros de Juan Pedro Domecq, el tercero como sobrero, bien presentados, sosos y descastados. El sexto fue un manso encastado que nada más que quería rajarse pero que tuvo emotividad por la buena puesta en escena de su matador. 

 

En la tarde de este martes hasta el sol presumía de esa fuerza que aún retiene en septiembre. Se anunciaba la segunda de la feria logroñesa y el entorno envolvía un cierto ambiente taurino que nos hacía viajar a otros tiempos. El gesto se había mutado en optimista. Ya por la mañana, los rincones aledaños al coso de La Ribera habían variado el rictus del frío inicio mateo y todo apuntaba que la tarde de ese  martes festivo había encajado mejor en las apetencias de un público, que sin ser el que otrora dibujaba mareas camino del coso logroñés, sí  que mantenía como cierto el rito. La extraña seducción tenía sus sellos: la presencia en el cartel de aquel torero que ayer cumplió 25 años de alternativa, Julián López 'El Juli' y de otro, Diego Urdiales,  quien hace otros dieciséis cambió su sino en tarde similar.

Otro síntoma que alimentó la esperanza fue ver que esas  gradas, que en Logroño aún permiten a un grupo de aficionados presenciar el apartado y enchiqueramiento de cada festejo al mediodía, se habían completado. Era un buen presagio. Lo demás estaba por venir. 

 Y así arrancó la tarde en La Ribera, que registró media entrada en los tendidos.

El joven Ginés Marín protagonizaba en Logroño una sobresaliente actuación, la mejor de lo que va de feria, y salió a hombros junto a Diego Urdiales, que también exhibió su maestría para cortar dos orejas en el aciaga despedida de El Juli de la afición de la capital riojana.

El episodio de la tarde tuvo lugar casi ya en su ocaso, en el sexto, un manso que nada más que quería la huida a la querencia y con el que Ginés Marín sacó a relucir el poder de su toreo para poner firma a una emotiva y vibrante labor.

El inicio andándole por bajo fue de una torería exquisita, pero pronto tuvo que ponerse el mono de trabajo para sujetar al manso, aguantar miradas y tarascadas con una gran firmeza y acabar imponiendo su ley para sacar el fondo del animal y dominarlo absolutamente con temple y mano baja, logrando naturales excelsos para el deleite de unos tendidos totalmente entregados.

Media estocada fue suficiente para despenar al astado y pasear dos orejas que premiaron el valor y la gran dimensión mostrada por un torero que entró a última hora en el cartel por el convaleciente Morante de la Puebla.

Antes, en su primero, un sobrero del mismo hierro, Marín instrumentó una entonada faena en la que se dejó venir de largo al «juanpedro» de primeras para enjaretar varias series por el derecho limpias y bien rematadas con el de pecho. Manejó muy bien el extremeño también los tiempos para dar desahogos al toro, al que extrajo también naturales de mucha cadencia y suavidad antes de abrochar faena con alardes de mérito en la corta distancia, manoletinas incluidas. Dos pinchazos enfrió tanto el ambiente que ni siquiera le sacaron a saludar. 

El otro pasaje de la tarde llegó en el segundo, al que Urdiales recetó hasta ocho verónicas, a cada cual mejor, en el recibo, amén de unas bonitas chicuelinas al paso para llevarlo al caballo, donde le midieron mucho el castigo.

Tras un emotivo brindis al Juli, el de Arnedo fue ahormando poco a poco a su blando y protestón antagonista, al que fue consintiendo poco a poco sobre la mano diestra para que la faena comenzará a tomar vuelo al natural, por donde Urdiales extrajo muletazos sueltos de extraordinaria pureza.

Gran estocada de Urdiales. Inmaculada técnica de Urdiales, que, sin ser su mejor faena en La Ribera por la condición de su antagonista, sí tuvo el mérito de lograr sacar agua de un pozo prácticamente seco. Gran estocada y dos orejas para el torero de la tierra.

Con el quinto volvió a brillar Urdiales con el capote tanto en el recibo como en un quite por arrebatadas chicuelinas.

El toro fue el que más aportó de la corrida lo poco que duró y el riojano lo exprimió en una labor argumentada sobre la diestra y en la que mostró su buen sentido del temple y su consabida torería en los doblones y trincheras con las que abrochó su quehacer. Un pinchazo previo a la estocada final dejó todo en una ovación.

Al Juli, que se despedía de la afición de Logroño, le faltó toro en su primer turno, pues de el Juan Pedro Domecq, totalmente vacío de casta y sin apenas recorrido, no le permitió más que conducirlo con suavidad a media altura en una labor tan fácil y pulcra como insulsa y de escaso eco por la nula condición del animal.

Tampoco dijo gran cosa el cuarto, con el que El Juli salió a por todas, luciéndose en el recibo de capote y en un vistoso quite por lopecinas. Brindó al público su última faena en La Ribera y para mostrarse después con oficio ante un animal muy soso y descastado, con el que nuevamente lo intentó el madrileño en una labor que no levantó demasiado entusiasmo.