"En el Teléfono de la Esperanza escuchamos mucha soledad"

Gustavo Basurto
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Magdalena Pérez Trenado (1969), psicóloga clínica, preside el Teléfono de la Esperanza en La Rioja desde que este servicio de atención y ayuda a personas con problemas de desesperanza se puso en marcha en la región hace 20 años

Magdalena Pérez, en la sede del Teléfono de la Esperanza. - Foto: Óscar Solorzano

El equipo de voluntarios del Teléfono de la Esperanza se enfrenta cada día al reto de encender una luz en el abismo de soledad o conducta suicida de muchas personas que marcan su número en busca de acompañamiento y alivio para salir de situaciones límite. Su presidenta, Magdalena Pérez, arroja también claridad sobre una cuestión que trata de dejar atrás el tabú y la estigmatización y busca la implicación de toda la sociedad.

Hace un mes se conmemoraba el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. ¿Que 30 personas se quitasen la vida el pasado año en La Rioja es un fracaso como sociedad? 

 

Significa que hay muchas personas que sufren y que debemos abrir los ojos y los oídos para ver y escuchar que en nuestro entorno ese sufrimiento está presente. No hablaría de fracaso como sociedad, pero durante mucho tiempo hemos mirado hacia otro lado y negado la realidad del suicidio, que es la de un sufrimiento extremo. Durante mucho tiempo, incluso desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), se nos decía que no se hablase de esto para que no hubiera un efecto contagio. Y eso ha hecho que como sociedad hayamos ido tapando y estigmatizando un montón de cosas; pero de lo que no se habla no existe y lo que no existe no se puede prevenir. La prevención no es algo que corresponda solo a las administraciones, las instituciones o los profesionales, sino que podemos hacerla todos. Con una serie de mínimas conexiones humanas podemos ayudar a una persona que esté en una situación difícil. 

La organización que usted preside en La Rioja recibió en los seis primeros meses del año más de 3.700 llamadas de personas que pedían ayuda. ¿Qué preocupa más? 

Lo más preocupante es la conducta suicida. La soledad está presente en un porcentaje altísimo de las llamadas de todo tipo. En 2023 tuvimos 8.878 llamadas y de esas en 6.658, es decir el 75 por ciento, había presente soledad. Llamadas de soledad explícita, intensa, profunda, tuvimos 1.679. Pero en las demás, aunque no había esa soledad profunda, detectamos que las personas que nos llamaban se sentían muy solas. Cuando hay conducta o ideación suicida siempre hay soledad. Lo que no quiere decir que siempre que haya soledad hay conducta suicida, de hecho la mayoría de las veces no. Lo que más nos preocupa es la ideación y la conducta suicida, porque cuando alguien llega ahí nos habla ya de mucho sufrimiento y de mucho riesgo. Lo que más escuchamos en el Teléfono es soledad, la conducta suicida es lo que menos, pero es lo más grave. 

El suicidio ha sido durante mucho tiempo un tema tabú y de alguna manera sigue siéndolo. ¿Hay que hablar sin ambages sobre ello? 

Ahora el debate no está en si hay que hablar o no de ello, porque la respuesta es que hay que hablar. El debate está en cómo hablamos de esto. Con alguien que está sufriendo podemos hablar sobre lo que le está ocurriendo, preguntar si está agotado emocionalmente y no tiene ganas de vivir, pero debemos hablar bien, porque eso ayuda a que esa persona pueda conectarse, sentirse escuchada y aliviada. En el caso del hablar social, hay que hacerlo con responsabilidad, respeto y rigor; no para contar si alguien se ha suicidado, cómo o dónde, sino para decir que tenemos recursos de ayuda, que es una realidad que se puede prevenir y que todos debemos hacer algo. El silencio es algo que nos pone en riesgo, pero hablar mal, el ruido, también nos pone en riesgo. 

¿Hay una implicación real de la ciudadanía en la prevención del suicidio o solo cuando toca de cerca? 

Reaccionamos cuando nos toca de cerca. Pero sí notamos que cada vez hay mayor sensibilidad social; queda muchísimo camino por recorrer, pero cada año al encuentro del 10 de septiembre acude mucha más gente. Y además estamos avanzando en la sensibilización de todos los profesionales relacionados con intervenciones de personas en situación de sufrimiento extremo y conducta suicida. En La Rioja llevamos años formando a profesionales de salud, de servicios sociales, del ámbito de las emergencias, a educadores, voluntarios de otras organizaciones...Y esto se nota en una sensibilidad muchísimo mayor. En esta Comunidad cada vez que pido una colaboración a alguien en este tema automáticamente me da una respuesta positiva y eso antes no pasaba y en otros sitios todavía no pasa. 

¿Hay suficiente atención por parte de las instituciones públicas? 

En 2019 ya se puso en marcha un primer plan de prevención de suicidio, aunque han sido años complicados. La Administración actual está especialmente sensibilizada con la salud mental y emocional e implicada con la prevención del suicidio. Desde el Gobierno de La Rioja se están desarrollando proyectos muy importantes que darán una atención mucho mayor. Hay voluntad política y recursos para hacerlo. Es esperanzador. 

¿La herramienta institucional más potente será el Plan Riojano de Salud Mental, una de cuyas líneas se centra en prevención del suicidio?

No solo a nivel autonómico, sino que a nivel nacional se está trabajando en un plan de acción que saque la estrategia de prevención del suicidio de la estrategia de salud mental y la ponga como un proyecto con entidad y financiación propia. Y esa es la tendencia también en esta Comunidad autónoma. 

¿Hay mucho que hacer desde el ámbito sanitario para detectar indicios de conductas suicidas? 

Cada vez los profesionales sanitarios están más sensibilizados, concienciados y formados, aunque queda camino por recorrer. A veces, la dificultad está en hacer seguimiento a personas que están en estas situaciones con un sistema en el que la atención  se realiza en consultas cortas en el tiempo y largas en la distancia. Y esto es lo que poco a poco tenemos que ir cambiando. Ahora hay mucho trabajo que hacer sobre todo en Atención Primaria, que es la puerta de entrada al sistema. Hay que encontrar la manera de que se pueda atender desde ahí situaciones que probablemente no vayan a más si se detectan y se interviene a tiempo. 

En la raíz de la conducta suicida, ¿hay un componente genético o tiene más que ver con circunstancias sociales?

Las causas de la conducta suicida son múltiples, diversas y complejas. No hay una causa que lo explique. No está demostrado que haya una genética suicida; a veces tienen componentes genéticos algunos trastornos mentales en los que puede haber un porcentaje mayor de ideación o conducta suicida. Sabemos que en una depresión o en un trastorno bipolar puede haber vulnerabilidad, pero en muchos de estos trastornos no hay conducta suicida y sin embargo en mucha conducta suicida no hay ningún trastorno. Las causas son diversas y suponen una suma de factores personales y experiencias que consideramos factores de riesgo, sufrimientos y traumas que debilitan a la persona y la colocan en una situación de sufrimiento crónico extremo. Tendemos a considerar que estas situaciones pasan por causas muy concretas, sin  embargo esto no suele ser así, esas causas suelen ser desencadenantes de sufrimiento y si lo que desencadenan no se atiende el proceso de complica. A veces en los medios de comunicación se dice que alguien se ha suicidado, por ejemplo, por un desahucio. Esto no es una causa es un factor precipitante. Cuando alguien está al límite de lo que puede soportar emocionalmente, con varios factores de riesgos activos, y con alta vulnerabilidad, un desahucio puede ser un factor precipitante, pero nunca una causa.  

Hoy todo el mundo tiene un móvil a mano y puede estar en las redes sociales. ¿Cómo cuadra eso con tanto problema de soledad extrema? 

La comunicación tecnológica y las redes son algo bueno, pero si se convierte en la forma de conectar y comunicarse con otras personas tendremos relaciones empobrecidas. Una escucha de calidad y calidez, de voz a voz, de contacto, hace que la persona se sienta persona y tenga un encuentro que sí nutre. Somos seres sociales y vinculares, necesitamos nutrir el vínculo para sentirnos vivos. Y las redes sirven para conectarnos, pero no para alimentar el encuentro cercano y personal. 

A ustedes les preocupa el aumento de jóvenes y adolescentes que llaman al Teléfono de la Esperanza para pedir ayuda. ¿Cómo lo interpreta? 

Las demandas de los jóvenes no suelen entrar por teléfono, sino por los medios de comunicación que utilizan ellos. Cuando en el Teléfono de la Esperanza abrimos un correo electrónico vimos que entraron un montón de solicitud de ayudas de jóvenes y pusimos en marcha el programa del chat, que se abrió en 2022; ese año tuvimos 3.971 demandas de ayuda y en 2023 subieron a 9.935. El Teléfono de la Esperanza es mucho más que un teléfono; recibimos llamadas y atendemos a través de la escucha, pero también tenemos muchos proyectos presenciales y algunos de cuidado de salud emocional con personas jóvenes. Necesitan hablar y compartir, porque viven en un momento con acceso a tanta información tan temprano y tan fácil que no tienen capacidad de procesar lo que les pasa y cortocircuitan emocionalmente. Y ahí surgen autolesiones, sufrimiento, estado de ánimo depresivo, crisis de ansiedad. Y escuchamos mucha soledad. Muchos jóvenes hiperconectados se sienten solos emocionalmente, aunque tengan miles de amigos. 

La palabra soledad aparece de continuo en los casos que atienden. 

La soledad es algo que está ahí presente. Vivimos en una sociedad que ha cambiado mucho, de la de nuestros padres y abuelos en la que se vivía más conectado de una manera comunitaria a la actual, mucho más exigente y centrada en la razón, en el hacer, en la eficacia...Las mismas relaciones afectivas en las generaciones jóvenes, con un porcentaje enorme de ellos que entran en relaciones de pareja sabiendo que durarán un rato, no para construir un proyecto de vida; o con relaciones esporádicas o múltiples. Aunque son cosas que en un momento dado generan mucha adrenalina, les dejan vacíos y solos. 

¿La prevención de la conducta suicida debería empezar en los colegios? 

Sí. Debería incluso empezar antes de que una pareja se plantease ser padre o madre. Hay que tener muy claro que lo que más necesitará un hijo o un hija después de sus necesidades básicas materiales es que se le cuide emocionalmente. Su bienestar emocional dependerá de la calidad de los cuidados que se les vaya proporcionando durante la vida. Y cuando llegan a la escuela esto tiene que estar presente también en ese contexto desde el principio. En el colegio se pone el foco en los aprendizajes académicos y en sacar una nota suficiente en la EBAU para acceder a la carrera que interesa, pero se nos suelen olvidar los niños/as, los adolescentes y jóvenes  como personas, lo que les sucede fuera y dentro, cuidar de que los centros educativos sean espacios  de cuidado para ellos, siempre seguros. Hay que hacer cambios transversales para que además de formarnos haya un acompañamiento como personas. En el colegio se nos enseña a leer y escribir, incluso a hablar, pero en nuestro sistema educativo no se enseña a escuchar a la persona de enfrente. 

¿En una sociedad cada vez más envejecida la soledad irá a más? 

Va a más. Hay muchos factores que ponen a la soledad en un punto de riesgo y una de ellas es el envejecimiento de la población. Hay muchísimas personas que van envejeciendo que se sienten y se encuentran solas. Nosotros hablamos de soledad emocional y en las personas mayores es un riesgo. En la sociedad actual vivimos un poco de espaldas al sufrimiento, al envejecimiento, a la enfermedad y a la muerte. Estamos muy centrados en ser todos guapos, listos, ricos y con vidas estupendas, que es lo que hay en las redes, pero eso no es real, es falso. Y a los mayores los dejamos ahí, y muchos se van saliendo del carril de la vida poco a poco.

¿Qué otros problemas, además de pensamientos suicidas y soledad, refieren las personas que les llaman? 

Cualquier cosa que puedas imaginar, sobre todo muchos conflictos relacionales, que generan sufrimiento, con personas de su entorno, parejas, familiares, amigos o compañeros de trabajo. Y hay muchas personas que nos llaman con situaciones de pérdida afectiva y procesos de duelo, u otras que viven crisis de ansiedad o estados de ánimo depresivos. También hay llamadas de situaciones de maltrato, de acoso o abuso. 

¿Cómo hacen los voluntarios del Teléfono de la Esperanza para mantener el ánimo todos los días, cuando se está en contacto con testimonios de amargura y desesperación? 

Cuando alguien quiere ser voluntario en el Teléfono de la Esperanza, entra en un proceso de formación de dos años y hasta que no lo pasa no se plantea en qué área podrá colaborar. En los primeros siete u ocho meses hay un proceso de conocimiento y crecimiento personal, ver lo que me pasa a mí antes de ayudar a otros. Después se entra en un programa de capacitación técnica para aprender a escuchar por teléfono en situaciones de crisis y finalmente a unas prácticas tutorizadas. Y después cuando ya se pertenece al equipo activo la formación continuada es obligatoria. Y hay una cosa muy importante que es el trabajo en equipo, con apoyo emocional entre todos, lo que hace que nos sostengamos unos a otros. 

¿Hay que ser de una pasta especial para tener la empatía y la capacidad para disuadir a una persona de que ponga fin a su vida? 

Todos podemos ayudar de una manera u otra, puede ser un vecino o personas desconocidas. Pero cuando alguien decide que quiere ser voluntario hay algo ya en esa intención que le hace tener una pasta diferente. Si eso es auténtico, cuando entra se va a capacitar con recursos y sentirse sostenido. En los procesos de formación hay gente a la que le decimos que no puede continuar, porque por muchas ganas que tengan si no son capaces de gestionarse con ciertas cosas a nivel interno o de empatizar o romper ciertos obstáculos, no puede.

 ¿Y qué se siente cuando el resultado de una escucha es efectivo? 

Nosotros hacemos una escucha que generalmente ayuda a la persona. El 90 por ciento de las personas que cuelgan el teléfono lo hacen agradecidas y se sienten ayudadas. Y esto es muy satisfactorio. Nuestro objetivo no es resolver ningún problema ni salvar vidas, sino que la persona que está en una situación difícil se encuentre con alguien que le acompañe, se sienta escuchado, comprendido, valioso y reconocido. Y cuando eso sucede, la persona se coloca en otro sitio. Cada día vemos el milagro de ese cambio, que la persona tenga otra perspectiva de lo que le pasa. Aunque es duro, esto nos da sentido.