Es un ejemplo vivo de fortaleza, de reponerse «a un mal momento» y de salir adelante. «Ahora me da asco». Son las palabras de una de las jóvenes, ahora ya en mayoría de edad, que se encuentra inmersa en un procedimiento judicial como víctima de los delitos de prostitución de menores cuando permanecía bajo la tutela de los Servicios Sociales de la Comunidad autónoma en la residencia Iregua. Recuerda las fugas, alguna de ellas prolongada en el tiempo, con la tímida sonrisa de quien materializa una travesura, pero su gesto vira hacia la repugnancia cuando menciona al hombre que le sumergió en una situación de prostitución. No fue la única, fueron varias y aunque constan cuatro testigos protegidas, las sospechan apuntan, al menos, a otras tres más. De las siete de las que existe constancia, habla una de ellas. Evidentemente, bajo el estricto compromiso del anonimato.
Tras una historia personal dura, muy dura, con catorce años quedó bajo el amparo de la Comunidad autónoma. Llegó a la residencia Iregua donde arrancó su nueva vida y con ella las escapadas y las fugas, el alcohol y las drogas y una situación de explotación sexual. Año y medio después de su ingreso en el centro de protección de menores comenzó lo que hoy analiza como un calvario. «Todo empezó una noche de fiesta en un conocido bar de Logroño donde J. nos ofreció bebida y droga».
Era la estrategia habitual del acusado. Observaba a las chicas que salían de Iregua para posteriormente, y ya de fiesta, proporcionarles bebidas alcohólicas ya que no les servían al ser menores de edad. «Esa misma noche -relata la joven- acabamos en su casa de la calle Padre Claret» donde el acusado hizo un auténtico despliegue de dinero, alcohol y droga. Un caramelo para unas jóvenes especialmente vulnerables. Tras la ostentación de poder, J. «me propuso mantener encuentros sexuales a cambio de dinero y le dije que sí». Todo ocurrió una noche «de 2019 o 2020 y tendría entonces 16 años», recuerda. «A los días quedé con él para hacerme fotos vestida y desnuda para ponerlas en www.pasion.com».
Con anterioridad al primer encuentro sexual «J. nos probaba». Es decir, se acostaba con las menores tuteladas con la excusa de saber si servirían para los citados encuentros con desconocidos a cambio de dinero y droga. «Cuando contactaba por mensaje algún cliente, él respondía haciéndose pasar por nosotras, tenía un teléfono móvil exclusivamente para esto». Si cerraban el acuerdo, «me llamaba, me decía que me pusiera ropa bonita o que si no tenía él ropa más provocativa y venía a buscarme donde estaba». Eran cien euros por un hora con la menor tutelada. El acusado «se quedaba con cincuenta y a mí me daba otros cincuenta». De hecho, los atestados, según las fuentes consultadas por El Día de La Rioja, recogen alguna de estas conversaciones a través de mensajería en las que constan cantidades económicas así como la dirección de Padre Claret.
También J. mantenía sexo con las jóvenes. «Nos daba cincuenta por un polvo y veinte más si había sexo oral sin preservativo».
El procedimiento que mantiene abierto el Juzgado de Instrucción número 3 de Logroño incluye a cuatro víctimas menores que fueron tuteladas en la residencia Iregua. En su declaración, una de ellas aseguró que se prostituyó de la mano del acusado en el piso de Padre Claret «entre finales de 2015 o principios de 2016 y hasta 2018». Posteriormente, siempre bajo la presunción de inocencia que ampara a cualquier acusado, J. engatusó a las otras tres. Sin embargo, hay constancia de, al menos, otras tres menores tuteladas que permanecieron bajo el negocio de la prostitución que presuntamente creó el investigado. También existen indicios, sin corroborar, de que no trabajaba solo ya que en alguna declaración se alude a otra persona que en aquellos años residía en Villamediana. Los primeros datos sobre prostitución de menores tuteladas que obran en atestados se refieren a finales de 2015 o principios de 2016 pero «llevaría muchísimo tiempo con esta historia», relata una joven que ha logrado, a base de fuerza y tesón, rehacer su vida.
«Siempre nos decía que si los clientes preguntaban les dijéramos que no había nadie detrás de nosotras, que lo hacíamos por nuestra cuenta» en un evidente intento de despojarse de problemas.
Una de las jóvenes inmersas en la instrucción judicial de la residencia Iregua declaró que en un momento dado el acusado le forzó a mantener sexo. «A mí no me pasó eso nunca. Sí que alguna vez, si contactaba algún cliente a altas horas de la madrugada, le decías que no y se enfadaba. Pero no me agredió nunca». También les invitaba a beber alcohol o consumir droga de forma previa a los encuentros sexuales con los clientes «para que estuviéramos más animadas».
De forma posterior al piso de la calle Padre Claret, consta también que el acusado, supuestamente, abrió otra vivienda en las proximidades del parque de las Chiribitas y del Carpa de la capital riojana exclusivamente para materializar los citados encuentros sexuales. El investigado, por su parte, siempre ha negado conocer a las menores e inducirlas a la prostitución.
La joven no sabe cómo llegó todo a oídos de los responsables de Iregua, ni quién lo contó. Sí era consciente de que aproximadamente desde el año 2020, coincidiendo con el operativo policial del caso de Calahorra, lo sabían en la residencia Iregua. Tal y como expuso la propia Jefatura, se detectó a dos menores tuteladas en situación de prostitución y se detuvo a cinco personas. «Yo jamás hablé con ningún educador ni trabajador social de esto».
Largas ausencias. Las cuatro menores que constan en el caso que sigue el Juzgado de Instrucción número 3 quedaron tuteladas en Iregua. De ahí, como tantos otros menores bajo el amparo de los Servicios Sociales de la Comunidad, pasaron a pisos tutelados. «No sé nada de lo que pasaba en Iregua, porque no iba casi». Relata así las continuas fugas de los centros de protección. «Veían que nos íbamos pero tampoco iban a salir corriendo detrás de nosotras», detalla al tiempo que esboza un tímido gesto que invita a la travesura. «Llegué a estar meses fuera. Sabíamos que a las 24 o 48 horas daban aviso a la Policía». Y los días que sí regresaban a la residencia, lo hacían fuera del horario establecido. «Sí, nos decían que estábamos castigadas con no salir, pero salíamos».
Recuerda un caso, en plenas restricciones de movilidad durante la pandemia del covid-19, que sucedió en un piso tutelado de Logroño en el que una menor descendió desde la ventana de un segundo piso anudando varias sábanas.
Su comportamiento le llevó al tristemente famoso centro de protección de menores de la localidad aragonesa de Ateca, en el que fueron denunciados cinco trabajadores acusados de agresiones sexuales y torturas en agosto de 2024. Puede dar fe de que las torturas existían. «Cuando estuve allí, me encerraban en una habitación en la que no había nada. Me ataban las manos y las piernas y me dejaban tirada en el suelo». Por si todo ello fuera poco, «luego se subían encima de nosotras... y lo que pesaban». También logró fugarse del centro aragonés tras «un tiempo de buen comportamiento». En Logroño permaneció meses sin regresar a su centro de tutela «hasta que un día que salí a la calle me topé con la Policía y me llevaron de vuelta a la 'resi'».
«Ahora mismo -insiste- me da asco», señala la joven al rememorar aquella etapa de su vida y sobre todo, al hombre que le engañó. «No quiero recordar todo eso. Fue un mal momento y ya está».