«La música culta no tiene relevancia en la sociedad actual»

El Día
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El arnedano Tomás Garrido, tras medio siglo de intensa dedicación musical, dirige en la actualidad Camerata del Prado

Tomás Garrido, en una estampa de la década pasada. - Foto: Foto cedida

Descubrió la música clásica gracias a Frank Zappa, ha tocado en lo que ahora es el Wizink con Led Zeppelin y ha compartido pupitre y estudio con un tal Julián Hernández, líder de Siniestro Total. Hablamos de Tomás Garrido (Arnedo, 1955) que pudo ser una estrella de rock, a la altura de los bateristas Lars Ulrich, Charlie Watts o Taylor Hawkins, pero que decidió dedicarse «a lo underground de lo undergroud», al género más subterráneo y sofisticado. «La música culta no tiene relevancia en la sociedad actual», lamenta. 

Con 16 años, y después de haberse subido al escenario en toda la ribera con el grupo Robinson Taj, dejó Arnedo para seguir estudiando en Madrid. «Dudaba entre la escuela de cine y la música», y acabó optando por la segunda aunque «me vine a estudiar para ser rockero», bromea. Han pasado más de cincuenta años desde entonces («hacía muchas cosas para poder vivir de la música aunque, a partir de los ochenta, sí que hubo una explosión cultural», rememora) y ha tenido tiempo para tocar muchos palos pues Tomás Garrido ejerce de compositor, de director de orquesta y de musicólogo al tiempo que cambió el contrabajo por el violonchelo (estudió con Lluis Claret) y toca la viola de gamba. «Me defino como músico y eso engloba todo lo demás», asegura.

Su carrera tiene miles de notas y matices pues ha sido partícipe de bandas sonoras de clásicos modernos del cine patrio (Acción Mutante, La flor de mi secreto, La buena estrella o el Milagro de P. Tinto) aunque en los noventa se desvinculó del séptimo arte: «Creo que en España, con excepciones, no sabemos tratar la música en el cine. Tengo la sensación que se considera más como ruido de fondo». Además, colabora con la Fundación Juan March en la recuperación de la música española de inicios del XX, tiene crítica publicada en el New York Times (tras actuar en el Merkin Concert Hall), obra estrenada en Tokio (Diferencias sobre un tiento, interpetada por el chelista Aldo Mata) y ha sido seleccionado, en Bruselas y Manchester, por la Sociedad Internacional de Música Contemporánea.

Aunque se ha formado en Madrid («hasta la Guerra Civil, había una grandísima tradición musical»), siempre está dispuesto a volver a casa. Así recuerda las buenas dotes «como programadora musical» de Carmen Hernáez gracias a la que pudo estrenar en el Bretón el Oratorio Tobía.También presentó la ópera Pompeo Magno in Armenia en la platea logroñesa (firmada por el naldense García Fajer, uno de los músicos más influyentes del XVIII) y, ahora, dirige el ClasicArnedillo, festival que cumple ya dieciséis ediciones.

Consciente de que la música vienesa no le entusiasma, entre sus referencias en la composición cita a Edgar Vàrese, Béla Bartók o Ígor Stravinsky, pero también a «Witold Lutos?awski». En 2006, en Varsovia, recibió el primer premio en el Concurso Internacional de Compositores Premios Lutoslawski, uno de los muchos honores que jalonan su dilatada carrera musical.

Y, con una batuta en las manos, sus referencias han sido Carlos Kleiber -«un tipo excéntrico», relativiza-, Zubin Mehta o Celibidache. Sin abandonar el solar patrio, subraya la importancia de «Cristóbal Halffter, Odón Alonso, al que seguía mucho en la Orquesta de RTVE, y el compositor navarro Agustín González Acilu».  Pero, en su interior, sigue latiendo el pulso de un rockero («no somos para na nada elitistas») que descubrió la música con 14 años y a la que, más de medio siglo después, sigue dedicándose en cuerpo y alma, ahora al frente de Camerata del Prado.