La virulenta tormenta que en lo político vive el Gobierno de Sánchez, instalado en el vaivén y la incertidumbre constante desde hace ya más de un año, encuentra cierto alivio en lo económico. Si por algo puede sacar pecho el Ejecutivo es por los guarismos que en este capítulo se registran y, especialmente, al calor de las previsiones de crecimiento para el país. La última voz autorizada en replantear la calificación de la economía española ha sido la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) que acaba de mejorar de forma sustancial el avance que preveía del Producto Interior Bruto (PIB). Este organismo internacional ha incrementado en un punto porcentual la cifra prevista hasta situarla en el 2,8%, siendo incluso más optimista que el propio Ejecutivo, que la ubica en el 2,7%. Según estos cálculos, la economía patria se desarrollará muy por encima de la media que se plantea para la zona euro (0,7%), opinión que camina por los mismos derroteros de lo que ya han apuntado otros organismos como el Banco de España y la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF).
El Gobierno, experto en aprovechar cualquier resquicio de positividad para 'vender' los beneficios de que Sánchez siga en la Moncloa, tardó un suspiro en celebrar el horizonte esperanzador que dibujó la OCDE para España. De esta forma, desde el Ministerio de Economía, Comercio y Empresa dispararon su optimismo al «volver a confirmar la fortaleza de la economía española», puesto que la OCDE «se une así a la mayoría de los organismos nacionales e internacionales que han mejorado en las últimas semanas las perspectivas de crecimiento de la economía española». Del mal, el menos, deben pensar en el Consejo de Ministros. Y de la necesidad, virtud, debe entender el propio Sánchez, haciendo gala del peor mensaje político que se recuerda en mucho tiempo tras un resultado electoral del que han devenido una serie de pactos de difícil digestión para cualquiera. Sánchez y los suyos tienen que sacar pecho por ello porque la marejada en lo político no dibuja mueca alguna de alegría en sus rostros. Todo lo contrario. Junts tensa la cuerda más que nunca en este año de travesía en el desierto. La amnistía, la piedra angular del pacto de investidura, no es plena. El prófugo Puigdemont no puede regresar todavía a España sin ser detenido -más allá de alguna escapadita efímera con final de escapista- y eso no satisface a los supremacistas catalanes de derechas. Junts va a por todas, no tiene nada que perder y sí mucho que ganar en un mar revuelto en el que cualquiera con el mínimo ingenio pesca ante la necesidad de Pedro Sánchez. El Gobierno encuentra el salvavidas de las previsiones económicas mientras le llega el agua al cuello en la, nada baladí, supervivencia política.