En breve tendrá en sus manos la edición de su séptima colección de poemas que le han valido el PremioInternacional Alfonsina Storni pero, hasta que el Grupo Editorial Sial Pigmalión lo publique, sigue recibiendo la visita de las musas. «Escribo poesía casi todos los días. Me nace así, sin horarios. Aunque no todo lo que sale tiene calidad», se sincera María José Marrodán (Logroño, 19¿?), pedagoga y poetisa a partes iguales.
La cita tiene lugar en el Cervantes, cafetería a la que se hizo fija en sus años como presidenta del Ateneo. Y aunque desde 2008 no preside la institución -es la única fecha exacta de su biografía que no tiene pudor en airear- siempre para en Muro de Cervantes.
Se reconoce «ilusionada» por la distinción recibida por un jurado plenamente internacional, por colegas españoles, franceses y americanos. Los poemas que forman parte de La franca intimidad de los violines se dividen en seis partes: «Entorno familiar; el amor y su envés, el desamor; los males de la sociedad; la soledad; la infancia; y las vivencias». Va a tener tiempo para incluir una composición más, a modo de coda, que no formó parte de la selección premiada:«Escribí un poema sobre Gaza que espero que pueda incluir».
Pese a que la situación no invita al optimismo, María José Marrodán siempre busca en el entorno cercano «motivos para la esperanza». «Algún día sí que lo veo todo demasiado negro pero también soy consciente de que si no haces nada, será más negro aún», afirma.
Practica un género «que cuesta y tiene fama de ser difícil» y apuesta por «volver a educar en la sensibilidad poética». Ella, como tantos otros, creció leyendo «a Bécquer» aunque ahora es de «Concha Méndez, Josefina de la Torre, Juana de Ibarbourou o Ida Vitale». También de «Brines y García Montero», poetas con los que más trato ha tenido.
Consciente de que el ser humano a veces involuciona más que evoluciona, considera que la poesía «sirve para hacer pedagogía y terapia». No teme el juicio, siempre inclemente, del dios Cronos: «Me queda mucho por hacer. Espero que sí». Más allá del inexorable paso del tiempo, le infunde respeto la «soledad» y el poder desenfrenado de las «redes sociales» (le apena, por ejemplo, que los adolescentes confundan «el porno con una relación sexual-afectiva sana»). Quizás estos males no tengan cura aunque la literatura y la instrucción «ayudan a combatirlos».