Suele sentenciar la sabiduría popular cuando alude a que en pueblo pequeño, problema grande. El pequeño municipio de Herce, situado a un puñado de kilómetros de Arnedo, se ha sumergido estos días en una polémica que enfrenta al propio Consistorio con la concesionaria del antiguo bar del jubilado, ahora propiedad del Ayuntamiento. Y como se sabe, en localidades de tales características, un bar es bar, pero también centro de reuniones, núcleo de socialización municipal e incluso informativo diario del pueblo.
La polémica arrancó a finales de mayo pero la historia se remonta a finales de 2022. Tras meses cerrado, el bar del jubilado, en manos ya municipales, salía a concurso para la adjudicación de su gestión. El pliego de condiciones fijaba, como no podía ser de otra forma, sus condiciones. El pago mínimo de 1.452 euros euros anuales, una concesión por cuatro años más dos de prórroga y un horario mínimo de apertura de 12 horas a 15.30 y de 19 a 22.30 horas en laborables, y de 12 horas a 23.59 de forma ininterrumpida en sábados, domingos y festivos nacionales, autonómicos y locales exceptuando los domingos y festivos inmediatamente anteriores a un día laborable.
Y aquí reside precisamente la discordia entre Nerea, adjudicataria y actual gestora del bar, y el alcalde, el socialista Jesús Ibáñez Martínez-Aldama.
Al concurso celebrado en 2022 concurrieron tres interesados, uno de ellos quedó fuera al no subsanar errores en su propuesta. De las dos candidaturas que quedaron vivas, Nerea resultó ser la afortunada al presentar una mejora de los horarios. Tal y como ella misma relata entre una barra de bar poblada de bocatitas y pinchos varios, «abro a las 8 de la mañana y cierro pasadas las 22 horas».
La llegada del calor le ha hecho comprobar, según su propio testimonio, que entre las 16 y las 19 horas, «la demanda cae considerablemente» con lo que propuso cerrar el establecimiento durante esas tres horas. Lo formalizó por escrito ante el Ayuntamiento, desde donde le respondieron con una negativa a la solicitud. No aspiraba a mermar tres horas el horario comprometido, sino a su modificación. Es decir, abrir a las 8 horas en lugar de a las 10 como incluyó en la mejora aportada al concurso, y permanecer abierto más allá de las 22.30 horas. Aludía así a «las preferencias de los vecinos y de usuarios del bar» y haciendo referencia a la resolución del Consistorio en la que solo se permitiría una modificación de horarios en base a cuestiones de «interés general». Nerea ha recogido 231 firmas de lo que considera «interés general», «el 70% de la población» cebollera, asegura sentada en su propia terraza.
Sin embargo, el primer edil matiza que «la mayoría de las firmas no pertenecen a empadronados en Herce». Y quizá lleve razón, ya que Nerea presume de «haber dado una vuelta al bar y conseguir que además de los vecinos venga mucha gente de fuera, incluso de Arnedo». Junto a Nerea, en plena terraza del bar, una mujer de Préjano asiente cada palabra de la adjudicataria del establecimiento. «Yo la anima a seguir con el bar», se introduce la prejanera.
Postura municipal. Jesús Ibáñez, por su parte, argumenta su decisión en que la propuesta de Nerea sumó puntos gracias a la mejora del horario y de no cumplirse, «supondría un incumplimiento de contrato que podría derivar en la rescisión del mismo». Había, señala el veteranísimo alcalde de Herce, «otro interesado» que quedó fuera «precisamente por esa mejora horaria». Pero la historia no solo camina entre pinchos, cerveza, vinos y horarios. Como muchos pueblos que se precian, la verdad, más que por barrios, deviene por bandos y un par de escritos son capaces de transformar un pequeño problema en uno enorme.
Herce también cuenta con el bar de la piscina, también de adjudicación municipal, pero en este caso «el Ayuntamiento no pone ninguna pega. Me entiendes ¿no?», señala una evidentemente molesta Nerea. Llegó hace aproximadamente año y medio a Herce con su pareja procedente de Tudela. Vio el bar cerrado, optó a su gestión, la ganó y solicitó una excedencia en el establecimiento de hostelería en el que trabajaba.
Jesús Ibáñez, preguntado por la polémica cuestión, también se muestra molesto y alude rápidamente a pliegos, contratos, cláusulas e incumplimientos.
Mientras tanto, ajenos a papeleos, instancias y la legalidad documental, cuatro trabajadores ataviados con mono de uniforme almuerzan unos bocatitas en el interior del establecimiento. Un vecino, con sombrero de paja veraniega y bermuda de vacaciones, demanda los servicios de Nerea. Minutos después se asienta en la terraza con pincho y birra.
Una polémica en la que se la juega Herce
Muchos pueblos de la geografía riojana pagarían, quizá sea solo un decir, por disponer de un bar como el de Herce. Mientras en la localidad cebollera unos aluden a intereses políticos de un alcalde que lleva cuatro décadas en el sillón de mando, a envidias por el devenir del negocio y demás argumentos, otros se escudan en que ha habido vecinos que han expresado su queja por el cierre de 16 a 19 horas. Nerea esboza su deseo de que al bar de las piscina «le vaya bien» al tiempo que lanza al aire un contundente «pero que me dejen trabajar». Con todo, lo que está en juego es, precisamente, Herce.