De la mano de Bodegas Mazuela, Javier Gil Berceo (Logroño, 1972) ha dado el salto al mundo del vino y lo ha hecho con un caldo que entra por los ojos, por los oídos y, fundamentalmente, por el paladar. Si su debut enológico hubiera llegado hace una década, su marca comercial debería haber sido 2.08, su altura entonces. Como el paso del tiempo todo lo puede, ha menguado una cuarta y su cota actual, 2.03, da nombre a una añada que arrancó en 2023 y que, este 2025, tendrá continuidad con una colección de blancos.
«Conozco a Manolo (Jesús Manuel García, enólogo y dueño de la bodega cenicerense) por el ciclismo y me retó a dar nombre a un vino», rememora. Pese a que su experiencia profesional y familiar estaba en las antípodas de la viticultura, aceptó el reto «aunque en realidad, yo solo he puesto el nombre porque el vino es su propia creación».
Su altura es tan singular que, en el último cuarto del pasado siglo, «me conocía todo el mundo porque no había nadie tan alto en Logroño». Si en la actualidad, de vez en cuando se topa con algún paisano «al que tengo que mirar hacia arriba», por aquel entonces era una rara avis. «Ahora es más habitual medir dos metros pero, por aquel entonces, era el único», señala. Su padre, responsable de Automóviles Gilvier, medía unos respetables 180 centímetros, «aunque la estatura de la familia se la debemos a nuestros abuelos».
De sus más de dos metros salió un mote, Peque, que es como le conoce todo el mundo. «Pensamos llamar Peque o El enano al vino pero éramos conscientes de que este juego podía resultar ofensivo o que no se entendiera», informa.
Por su altura no estaba predestinado al mundo del vino y sí al baloncesto. De hecho, llegó a probar con elReal Madrid hace casi cuatro décadas. «Obviamente, con dos metros de altura, jugaba al básquet y lo hacía en el Cantabria, uno de los equipos que había por entonces. Un ojeador vio un partido y me dijo de hacer una prueba. Me desplacé a Madrid, al barrio de San Blas, la hice pero nada más acabar, me fastidié la rodilla. Entiendo que, de no haber sido por la lesión, podría haber llegado a profesional pero tuve que cambiar la canasta por la bicicleta», rememora. Y, aunque los pedales se le daban bien -la Escuela de Ciclismo se ejercitaba por aquel entonces en los bajos del Polideportivo de Las Gaunas-, quien sí hizo carrera bajo los aros fue Salva Díez, «más mayor que yo pero al que también entrenó el Hermano Agustín».
Ahora que Rioja, y otras denominaciones, se afanan en la viticultura en altura, Javier Gil ha lanzado al mercado un nombre con gancho «que está funcionando muy bien».
La uva, crecida a 615 metros sobre el nivel del mar, ha fermentado en barrica de hormigón y tiene un intenso color de cereza picota. En la boca, su sabor es «fresco e intenso». «El retorno que nos llega», explica, «es que el vino está gustando mucho».
«Personalmente, estoy muy agradecido a Mazuela que se haya lanzado a esta aventura, que se haya atrevido a apostar por un vino cien por cien tempranillo, de Rioja, clásico y moderno», agrega un experimentado comercial que, una vez satisfecho su debut enológico, aspira a continuar esta experiencia «con un blanco». «Los blancos están creciendo exponencialmente y me parece que es un buen momento para que 2.03 duplique su catálogo», completa consciente de haber dado nombre a un vino «con altura».