Escucho y leo que se abre un "futuro incierto" en Francia tras la contundente victoria electoral de los partidos demócratas de diverso signo que se conjuraron para abortar la llegada al gobierno de los nostálgicos de Vichy. Dejando a un lado que el futuro siempre es incierto de suyo, mejor un futuro incierto que uno cierto con Le Pen.
Diríase, por lo que se oye por ahí, que un suceso tan admirable y benéfico como el del acuerdo entre partidos de tan distinto y hasta divergente signo, de izquierda, de centro y de la derecha tradicional, que en Francia es antifascista, ha sumido al vecino país en el marasmo, en el caos, al conseguir su propósito, mayoritariamente avalado por la ciudadanía, de salvaguardar los fundamentos de la República con su victoria en las urnas. Una victoria defensiva, sí, pero que puede augurar una contraofensiva igualmente exitosa contra la ultraderecha que ya andaba vendiendo la piel del oso antes de cazarlo.
Los ciudadanos de cuatro de las cinco mayores potencias europeas, Alemania, Francia, Reino Unido y España, más los de otros países importantes, ya han plantado cara al resurgimiento más o menos enmascarado del nazi-fascismo, que anegó con tanto horror, tanta devastación y tanta sangre Europa. A tenor de este hecho objetivo, uno no ve el futuro tan incierto, o, en todo caso, prefiere la incertidumbre natural del porvenir en un mundo tan enloquecido, que la certeza de lo que traerían los que quieren enloquecerlo del todo.
Lo que se abre en Francia tras la victoria de los demócratas sobre el partido de Le Pen es, sin más, el endiablado juego de la política para generar un cesto en condiciones con tan heteróclitos mimbres. Esto es: la política. No el energumenismo, el racismo, la xenofobia, el autoritarismo, el odio. Tal es el futuro incierto que se abre, más para la democracia sigue habiendo, al parecer, futuro.