Es desalentadora la sospecha acreditada en los sondeos de que mueve más votos al alza gruñir a Javier Milei que los que mueve a la baja el mal funcionamiento de los servicios públicos (trenes que se paran el día del estreno o colas en la sanidad pública, por ejemplo). Pero es lo que hay en el campo de una política nacional que se embarra en absurdas controversias que no quitan ni ponen a los intereses de la gente.
A saber: retirada de nuestro embajador en Buenos Aires, la carrera de sacos por saber quién fabrica fango más y mejor o, en fin, esas provocadoras palabras de Díaz Ayuso sobre la presunta tendencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a premiar a los que matan en Israel (Hamás) o a los que mataban en el País Vasco (ETA).
A los líderes se les va la fuerza por la boca en vísperas de unas nuevas elecciones (acaba de arrancar la campaña para las urnas europeas). Lo malo, lo peligroso, es que por el mismo desagüe también se va yendo el prestigio de las instituciones. No es el caso de la Monarquía Parlamentaria, un seguro de vida para la Democracia española.
Al hilo del veinte aniversario del enlace matrimonial del Rey Felipe VI con doña Letizia, viene a cuento celebrar el buen desempeño de la Corona en sus funciones constitucionales. Sin duda es la única institución medular del Estado no contaminada, hoy por hoy, por las salpicaduras del fango en el que chapotea una clase política cada vez más alejada de las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos de a pie.
A punto de cumplirse la primera década del reinado de Felipe VI se multiplican las señales de que esta institución ha remontado la crisis asociada a episodios poco ejemplares en la vida pública y privada del hoy rey emérito, Juan Carlos I. Y no ha sido por casualidad que se haya reforzado a lo largo de estos últimos diez años en lo que los juristas llamarían legitimidad de ejercicio.
Se ha ido ganando día a día el reconocimiento y el cariño del pueblo soberano. Es oportuno ponerlo de manifiesto en tiempos de polarización y fango, a los que tampoco son ajenas ciertas instituciones entre sí. Véase el conflicto Congreso-Senado por cuenta de la ley de amnistía, el choque del fiscal general del Estado con el Tribunal Supremo, o el del Poder Judicial con un Poder Ejecutivo que procesa en clave política las intenciones de los jueces en un régimen de separación de poderes.
No serán esas brumas las que empañen los actos que, con motivo del Día de las Fuerzas Armadas, los reyes de España presiden este sábado en Oviedo. Las brumas asturianas solo pueden ser meteorológicas. En todo caso, insuficientes para enfriar los aplausos de la gente, que están asegurados cuando la celebración junta a las dos instituciones más queridas en la calle por los españoles: la Corona y los Ejércitos.