Su abuelo Ángel fue vendedor ambulante en La Alcarria. Su padre Ángel también lo fue. Y su hermano Ángel le precedió en sus pasos. Juan Carlos Sedano (Logroño, 1977) lleva «toda la vida» rodeado de bacalao, queso, embutido riojano y encurtidos, los rubros que expone al público. Su dinámica, desde los 18 años, no ha cambiado aunque el oficio haya aligerado su carga. «Mi abuelo vendía miel y queso en alforjas. Mi padre, al que le conocían como el Mielero, bajaba con nueve años de Yagüe a Logroño pero nosotros lo hacemos todo con furgoneta», explica. Cada año, entre La Rioja, Rioja Alavesa, Ribera y Riojilla Burgalesa, recorre «20.000 kilómetros», sin descanso, «de lunes a sábado». Precisamente, si el primer día de la semana «suele ser algo flojo», por costumbre las jornadas de más rendimiento son las de los «sábados». Lo que se nota, y mucho, es «si es primeros de mes, mediados o finales». El circulante, a medida que avanza el calendario, mengua aunque, por ahora, parece que los lodosanos aflojan la cartera como antaño.
El mediano de los Sedano se siente depositario de una tradición heredada en la que, además de lucir buen género, hay que vender honestidad: «La principal lección que aprendí de mi abuelo es que detrás de un mostrador, ante todo, hay que ser formal». Y esa formalidad pasa por contener los precios y preservar la calidad, cuadratura no siempre fácil. «De un año a esta parte», lamenta, «se han disparado los precios una barbaridad».
El comercio tradicional sufre la falta de circulante y la competencia de internet. Lo ambulante también padece estos condicionantes aunque, tras prácticamente treinta años de ejercicio, confía en jubilarse en el mercado: «No sé hacer otra cosa así que espero que el oficio perdure. Tengo que reconocer que, por fortuna, tengo una clientela fiel que compraba a mi padre y que me compra a mí y a mi hermano. Pero tengo claro que la clientela es un perfil femenino y de edad avanzada y, por desgracia, no intuyo relevo».