«Hubo un tiempo en el que evitamos hablar del tema»

Laura Merino
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Luis Merchán y Ana María del Río, trabajador y usuaria de la residencia Santa Cruz, recuerdan cómo vivieron la pandemia hace cinco años. Él aprendiendo «sobre la marcha» y ella encerrada entre las mismas cuatro paredes

Ana María del Río y Luis Merchán en la residencia de Santa Cruz en Logroño - Foto: Carlos Caperos

Las personas mayores fueron, sin duda, las más afectadas por la pandemia. Para muchos, aquel marzo de 2020 marcó un antes y un después en sus vidas ya que cada uno lo vivió diferente. De igual manera, cada una de las residencias actuaron como pudieron y en el caso de la de Santa Cruz en Logroño no solo lo hicieron de la mejor forma posible y pensando siempre en sus mayores, sino que también tomaron medidas antes de que se decretara el estado de alarma. 

Luis Merchán, responsable higiénico sanitario de la residencia, se acuerda de que «los primeros días de la pandemia fueron un desconcierto y un descontrol al no contar con todo el material necesario y había que aprender sobre la marcha». En cambio, Ana María del Río, una de las residentes de Santa Cruz lo vivió, en cierta manera, diferente. Fue decisión propia pasar la pandemia en la residencia y aunque destaca que desconoce cómo fue en otras, también está orgullosa de que en su caso lo llevaran «todo estrictamente y bien».

«Resulta muy difícil tener que encerrarnos en la habitación. Todo fue tremendo», expresa Ana, destacando que ella tuvo la suerte de comprender la gravedad de la situación cuando se la explicaron a diferencia de otros compañeros. La incomprensión se sumaba a la soledad y quienes padecían de enfermedades como el Alzheimer o el deterioro cognitivo, «la situación fue aún más dura», subraya del Río. 

«¿Cómo le explicas a alguien que no puede salir de su habitación cuando antes deambulaba por los pasillos o que no pueden ver a su familia?», reflexiona Luis asegurando que al ver que lo estaban pasando mal y sin saber cómo explicarles lo que ocurría  fue la parte más complicada,pero en todo momento intentaron ser la familia que los residentes necesitaban. Asimismo, tampoco les resultó nada fácil «los movimientos de habitaciones con residentes» porque trataban que los casos positivos se situaran en las habitaciones más alejadas a las de las personas sanas con el fin de evitar un aumento de los contagios.

Además, la falta de contacto con sus seres queridos fue uno de los mayores golpes. Una vez que consiguieron mantener en la medida de lo posible «todo bajo control», fue cuando decidieron ir a las habitaciones con las medidas de seguridad necesarias y los equipos de protección individual para hacer videollamadas con sus familiares. «Hay a quienes recibían visitas de su familia diariamente y eso sí que lo echaban de menos», remarca Merchán. «A ellos les daba la vida porque era la única forma que tenían de poder ver a sus familiares en esos momentos y de verdad que los estados de ánimo cambiaban un montón», asegura. Y a pesar de que el protocolo indicaba que el tiempo para entrar en un dormitorio debía ser el mínimo posible, muchas veces los trabajadores se ponían el EPI aunque solo fuera para pasar «5 minutos» con los residentes y que al menos «tuvieran una visita en la que charlar», confiesa Luis por lo que la «comunicación siempre fue muy fluida».

Sin embargo, el personal también sufrió. Al fin y al cabo les costaba trabajar con EPIs que les asfixiaban, haciendo turnos interminables, un calor insoportable en verano y el miedo al contagio. «Recuerdo entrar a una habitación con el EPI, con una temperatura alta y caerme unos goterones de sudor por la frente y con las gafas empañadas, lo pasé realmente mal», admite Luis, pero haciendo hincapié en que en ese momento «todo el equipo hizo un trabajo excelente» dando siempre su mejor versión.

En este sentido, Ana asegura que siempre se ha sentido muy acogida  por parte de la residencia y que la dirección ha sabido actuar porque «ante cualquier problema contaba con la ayuda necesaria». «Se esforzó muchísimo y más protegidos no hemos podido estar», expresa contenta.

¿Nueva normalidad?. Cuando la pandemia dio tregua, volver a la normalidad no fue inmediato. Ana lo recuerda bien: «Yo noté muchísimo que cuando salimos y nos juntamos e hicimos vida normal, entre nosotros hablábamos de todo, menos del confinamiento. Hubo un tiempo en el que se quiso evitar el tema». Pero el reencuentro fue un alivio y ambos rememoran con cariño el momento en el que una compañera al tener que estar más días en aislamiento porque «la PCR siempre le salía positivo aunque no tenía síntomas», por fin pudo salir y lo celebraron todos en el pasillo «con globos y aplausos». 

Ahora, tras un lustro, Luis cree que la residencia tras la pandemia ha cambiado porque cuentan con protocolos más claros y están más preparados. Sin embargo, admite que muchas lecciones aprendidas se han ido diluyendo con el tiempo: «El esfuerzo que hicimos fue increíble, pero parece que olvidamos demasiado rápido lo que pasó». Ana, por su parte, ha retomado su rutina con serenidad de quien ha vivido mucho. «Después de todo aquello, volví a cuidar de mis flores y a leer mis libros. La vida sigue», dice con una sonrisa. 

Cinco años después hay algo que tanto residentes como trabajadores tienen claro: «La importancia de estar juntos, de cuidarse y de no olvidar nunca lo vivido».