El Castañero, en funcionamiento desde 1982, tiene setenta y dos puestos de castañas repartidos por toda la geografía nacional y en el ubicado en las confluencias de Gran Vía y Daniel Trevijano quien oficia es la andaluza Rocío Martínez Ruiz (Sevilla, 1996) que lleva prácticamente un par de meses trabajando en Logroño. Vino para la temporada y, de momento, se muestra encantada con su profesión. Eso sí, reconoce que las castañas «se llevan mucho más en el norte» que en el sur. De hecho, en su tierra haberlas, haylas, «pero con sal y eso hace que me tiren menos», se lamenta.
El producto «fresco» que ella asa con mimo «viene de Galicia». Los tradicionales cucuruchos de castañas no han evolucionado, se mantienen fiel a su esencias.Solo cambian sus precios y su presentación. «Las vendemos en paquetes de 24, a cinco euros. Catorce cuestan tres euros y ocho castañas, dos», informa. Y si hay quien las necesita en cantidades industriales, «en la sede, en Alesón, también se pueden comprar por kilos».
Asar castañas (menester en el que se emplean «diez o doce minutos, según la cantidad que echemos») es algo muy añejo y, aunque las personas mayores se pirran por tener entre las manos estas delicatessens, «los niños también se vuelven locos por ellas». Eso sí, los puestos de El Castañero solo abren por la tarde:«De 16.45 a 21.45 horas». El día que más se factura es el «sábado», momento en el que logroñeses se echan pacíficamente a las calles.
No sabemos si el oficio de castañero está en riesgo de extinción pero sí está sometido a la temporalidad: «La temporada dura cuatro meses». Sin embargo, el cambio climático condiciona y mucho el desarrollo de una profesión muy tradicional.«Este año ha sido un poco caótico porque ha llovido muy poco y encima ha hecho mucho calor», recuerda. De hecho, Rocío, pese a ser sevillana, es «de las pocas personas a las que me gusta el mal tiempo». Al menos ahora.