El campillo no es fantasmal

David Hernando Rioja
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Esta barrio cuenta con muchos más vecinos, más viviendas y más servicios que antes. Está previsto que se abra una farmacia y una lavandería, además de que la tienda de alimentación se ha renovado con más productos

Vista general del barrio de El Campillo desde el Monte Cantabria. - Foto: Ingrid

Hasta hace unos años, si una persona o una familia se iba a vivir al barrio del Campillo significaba irse  a una zona desamparada y «fantasma». Situado al otro lado del río Ebro, con escasos servicios y pocos accesos. Muchos vecinos han estado años quejándose  demandando a las autoridades una mejora del  lugar durante años. 

Esta zona empezó a tener movimiento gracias a la construcción de unas casas de protección oficial, y más adelante se construyeron algunos bloques de edificios más. Pero la crisis inmobiliaria hizo que todo esto se parara durante unos cuantos años.

El secretario de la Asociación vecinal El Campillo, José Manuel Mahía, recuerda que a partir del año 2015 fue cuando los bancos empezaron a vender o alquilar los pisos de estos edificios, que finalmente se completaron al 100%. «Ahí fue cuando el barrio empezó a crecer de verdad», remarca. 

Pero el barrio no solo ha crecido en vivienda en los últimos años, sino que cada vez hay más servicios que dan vida al barrio. Los servicios pioneros en el barrio fueron unos bares pero poco a poco, fueron ampliándose. Actualmente, está prevista la construcción de una lavandería y de farmacia, «un servicio que solo está a la espera de que se encuentre una ubicación porque ya está asignada a una persona», indica Mahía.

También ha abierto un local el restaurante que posee una estrella Michelín, Kiro Sushi y la tienda de comestibles del barrio, que actualmente actúa como pequeño supermercado, se renovó hace unos dos años cuando dos jóvenes logroñeses decidieron comprar el negocio y revitalizarlo.

En este punto, destaca que la edificación y la creación de nuevos negocios va creciendo poco a poco en el barrio pero «aun no hay muchos servicios básicos». 

El servicio que más echan en falta los vecinos de este barrio de Logroño es un colegio, ya que «es la infraestructura a partir de la cual se crea un barrio porque es el lugar de encuentro de las familias». También una guardería es necesaria. Asegura que El Campillo y sus alrededores tiene datos más que suficientes como para construir un colegio, con más de 2.000 familias, que tienen más de 500 niños, de los que 80 tienen entre 0 y 2 años.  

Son servicios, detalla, que se llevan reclamando desde hace años. «Nunca nos han recibido en la consejería de Educación y desde el Ayuntamiento de Logroño nos dicen que el colegio es potestad del Gobierno regional», lamenta.

También critica que el colegio más cercano se encuentra a dos kilómetros de distancia, una situación que puede afectar a la decisión de las personas de vivir en este barrio. «Esa sensación de que seguimos siendo un barrio apartado, con falta de servicios sigue estando ahí», asegura.

Accesos. Por otro lado, José Manuel Mahía denuncia que otro de los problemas de este barrio son los accesos que tiene, tanto para entrar al centro de Logroño como para volver a sus casas o negocios. El Campillo solo tiene cuatro calles de acceso a la capital riojana, que son los dos puentes que tiene cerca y las circunvalaciones.

«Tanto el puente Sagasta como la carretera que pasa por el cementerio son circunvalaciones, por lo que si queremos acceder al centro, son cuatro o cinco kilómetros que hay que hacer de más para recorrer la ciudad», critica.

En este aspecto, asegura que los vecinos del barrio no se oponen a la peatonalización o al cierre de determinadas calles al tráfico, sino «a que se nos tapone el acceso al resto de la ciudad».

Esta asociación, añade, no entiende que la planificación que se hace desde el Ayuntamiento de Logroño y desde el Gobierno autonómico, sea la de reducir la movilidad cuando «va a ser necesario que esta aumente».

El motivo de esto es que «los vecinos tienen problemas en hora punta para cruzar el puente de Piedra, concluye Mahía.