Hace solo un año, el 'planeta-fútbol' intentaba explicarse por qué Luis Enrique lo dejaba fuera del Mundial de Qatar'22. España tenía el juego, pero le faltaba el gol, y a estas alturas de la 22/23 ningún futbolista nacional había generado más goles que Iago Aspas: siete tantos propios y tres 'ajenos' (asistencias) en apenas 12 jornadas y en un equipo al que le costaba horrores pisar campo contrario. Su capacidad de desmarque, juego entre líneas y aprovechamiento de espacios era descartada por un seleccionador que siempre funcionó por cabezonerías (para lo bueno y para lo malo).
Hoy por hoy, Aspas aún se rebela a su destino. Todavía no es (o no-juega-como) el veterano abatido que perdió el último tren. El escudo le importa demasiado… pero el Celta se le va muriendo entre las manos, cada año un poquito más. Sus sensaciones después de un tercio de campaña son malas y en Vigo cada vez tienen más claro que el proyecto se irá al garete el día que al capitán se le acabe la gasolina.
Este parece el año. El '10' aterrizaba en San Mamés de 'milagro', gracias a que Hernández Hernández no reseñó en el acta arbitral del Celta-Sevilla cómo Iago Aspas había tirado al suelo de un manotazo la pantalla del VAR, aquella que sirvió al colegiado para desdecirse y anular un penalti favorable a los locales en el último suspiro. «Cuando queremos sacar la cabeza, nos hunden más», dijo en caliente. «Pido perdón por mi gesto», en frío. Se había librado de una sanción mínima de dos partidos…
El destino quiso dedicarle otro final cruel, el tercero consecutivo: a pesar de haber marcado el 0-1, falló el penalti que pudo suponer el 3-4, al cuadro gallego le anularon dos goles por fuera de juego y, la broma final, el choque se decidió con un penalti en el minuto 97. Uno de esos partidos que pueden hacer mucho daño en un vestuario.
En la relación juego-goles, el Celta es el 24º bloque de las cinco grandes ligas que más dispara y el 31º en tiros a puerta. Sin embargo, su ratio de conversión es de poco más del nueve por ciento. Solo hay 16 equipos de los 96 con peor porcentaje y, en España, solamente el Alavés presenta peores guarismos.
Sin acierto
La 'culpa' de esos números es del cuatro veces Zarra (mejor goleador nacional de LaLiga). El gol que Aspas marcó en el minuto 24 puso fin a la mayor sequía de su carrera. Había anotado su última diana el 18 de marzo, desde los 11 metros ante el Espanyol. Han sido casi ocho meses y un total de 1.742 minutos, más de 28 horas sin festejar un tanto. Volvió a señalarse el escudo y a tirarse de rodillas al suelo, un gesto que estaba cayendo en el olvido.
A base de insistir ya había logrado superar otras dos crisis similares. La primera, siete meses y 10 días transcurridos entre su último gol con el Celta y el primero (y único) que logró con el Liverpool en la 13/14; la segunda, nueve largos meses entre aquella diana que marcó en Anfield y su primer gol con el Sevilla una campaña después. La gran diferencia entre aquella etapa y la actual está en que antes no tenía continuidad y ahora es un fijo indiscutible: esta sequía ha sido la más profunda estadísticamente.
Su aportación había sido de apenas tres asistencias y un penalti fallado, el pasado 8 de octubre ante el Getafe. Claramente insuficiente. Y de esta forma llegó, por primera vez desde su regreso a casa en 2015, el debate sobre su suplencia. En estos ocho años han pasado por el banquillo de Balaídos Berizzo, Unzué, Mohamed, Cardoso, Escribá, Óscar García, Coudet, Carvalhal y Benítez… y todos ellos han considerado a Aspas como la 'piedra angular' del ataque. La afición, aún más. Sin embargo, este curso la duda era razonable: mientras Aspas seguía sin marcar, Douvikas (el fichaje más caro de la historia del club, 12 millones) había hecho dos tantos en 177 minutos.