«He tenido la suerte de vivir del arte desde los catorce años»

El Día
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Formado a las órdenes de Vicente Ochoa y Reyes, el logroñés Elías del Río lleva medio siglo «cultivando todos los palos»

Elías del Río, con La Redonda al fondo. - Foto: Ingrid

La columna vertebral le mantiene pegado al teléfono, esperando una llamada de la Unidad del Dolor que se hace de rogar, y alejado de su hábitat natural, su estudio en la Plaza Amós Salvador, al que no puede subir por sus persistentes problemas de espalda. Pero pese a este exilio involuntario, sigue teniendo a mano su pincel y su cincel, la misma rutina a la que se somete desde hace medio siglo. Elías del Río (Logroño, 1959) ingresó en la Escuela de Arte con trece años donde tuvo como maestros a Joaquín Reina, Vicente Gallego, Vicente Ochoa o Félix Reyes. 

Del último, al que admira como artista, «es amigo y colega». Del escultor cerverano, cuya obra se haya repartida por toda la región, destaca su «ejemplo de pundonor hacia el arte». «Vicente Ochoa», subraya, «era un perfeccionista, excesivamente bueno». Más allá de este magisterio, y tras reconocer que la Escuela de Artes fue un polo de atracción «para estudiantes de todo el norte de España», su vocación artística le debe mucho a «Emilio García Moreda», pionero de la vanguardia riojana. 

Aunque volvió a Logroño, tuvo tiempo de formarse en Barcelona, «a las órdenes de Teresa Llacer, que dominaba a la perfección el color», Zaragoza y también Florencia o Roma, «becado por el Gobierno de Italia». Pese a que vivió los años de plomo -finales de los setenta y principios de los ochenta-, disfrutó de la patria de Leonardo y Micheangelo, entre otros. «Aunque en España estáSevilla, con la importancia que tuvo en el arte, y Barcelona, esencial para entender la modernidad, hay que reconocer que Italia es la cuna del arte», afirma.  

En Florencia, además de contemplar Las Puertas del Paraíso de Ghiberti, aprendió el arte «de las incisiones». «Me defino como pintor y escultor. He modelado, he tallado, he hecho de todo. Se me da bien la acuarela y las aguasfuertes pero también la tinta china o el grabado. En Italia, aprendí la técnica de las incisioni», rememora.

El dibujo «se me daba muy bien» y no tardó en ser admitido en la Escuela de Arte. Pese a que la memoria está un poco en sfumato, de esa época es la primera obra que vendió. «No sé quién fue el cliente, ni a cuánto la vendí, pero sé que era una cara de payaso», afirma sin titubeos. Desde esa opera prima, a las actuales, han pasado cincuenta años de claroscuros. «He tenido la suerte de vivir del arte desde los catorce años pero sé que no es nada fácil», afirma con sinceridad. «Fui muy precoz, no me puedo quejar», continúa, «aunque en la actualidad está muy mal para vivir de esto».

La iniciativa privada ha menguado y la pública, en su opinión, es apenas inexistente. «La pintura, la escultura, las artes en general, siempre han sido unas disciplinas muy difíciles para rentabilizarlas, por así decirlo. Muchos seguimos pintando en las cocinas de nuestras casas y yo, que tengo estudio, no puedo pisarlo», se lamenta. «Las instituciones apenas se molestan y no existe la promoción. No es algo que sea de ahora, que conste, es algo de siempre que se agudiza en comunidades tan pequeñas como la nuestra», disecciona.

A la perenne crisis que siempre asola a las disciplinas artísticas, se sumó la irrupción de la Covid «que  fue muy dura para sectores como la hostelería pero también para nosotros». «Hay muchos artistas que daban clases en casas o en instituciones que no pudieron continuar con esta actividad», señala.

Superada la pandemia, y volcado en la «restauración», intenta superar los males de la edad para volver a su estudio. «Aunque he hecho alguna obra, es cierto que me está costando retomar la actividad. Soy consciente de que me encuentro en el otoño de mi vida artística pero espero exprimirlo al máximo», se despide no sin antes destacar la capacidad de sus pares Félix Reyes, en escultura, y Rosa Saénz de Pipaón, en pintura, «a los que admiro por encima del resto».