La displicencia con la que Pedro Sánchez acogió las reiteradas peticiones de entrevista por parte de Fernando Clavijo, el presidente de Canarias desbordado por la masiva llegada de inmigrantes, retrata la frialdad y la falta de empatía del inquilino de La Moncloa. Tardó once días en acceder a la entrevista, once días en los que siguió sus vacaciones en Lanzarote.
Para hacerse una idea no virtual, a través de la televisión, sino de contacto con la realidad acerca de la magnitud del problema que plantea la constante llegada de nuevos cayucos cargados de inmigrantes y la saturación de los centros de acogida, le habría bastado que salir de la torre de marfil del Palacio de la Mareta y acercarse a uno de ellos. En Canarias hay más de cincuenta y en ellos están siendo atendidos 4.200 niños y adolescentes que están bajo la tutela del gobierno canario. Habría podido comprobar que están desbordados, pero no hubo ningún gesto en esa dirección.
Sus vacaciones eran sus vacaciones. Después se produjo la entrevista y ya hemos visto lo que ha dado de sí. Una promesa de aportar 50 millones pero sigue sin resolver el problema de fondo: aliviar la presión a la que está sometida Canarias estableciendo un criterio de reparto para trasladar a la Península a los que siguen llegando. La displicencia culminó al hurtar su comparecencia en rueda de prensa encargando al ministro Ángel Víctor Torres que actuara de portavoz del silencio presidencial. Mejor enviar a otro ante un asunto complejo y con periodistas con ganas de preguntar, también sobre el concierto pactado con ERC, otra bomba de relojería.
Se dirá que se reservaba para hablar tras el viaje Mauritania, Senegal y Gambia. Es posible, pero quienes padece el problema son los canarios y estoy seguro de que les habría encantado escuchar que el presidente, además de solazarse en La Mareta, traía alguna solución al problema de los traslados. En la práctica, como ha señalado el presidente Clavijo, estamos dejando a Canarias sola, al borde del colapso.