Fermín Alamo construyó en 1930 un edificio que, casi un siglo después, es un icono de la capital riojana y sigue satisfaciendo las necesidades para las que fue creado. Se trata del Mercado de San Blas, un inmueble singular en el que el contenido está a la altura del continente. Yno siempre es fácil que estos dos elementos respondan a las exigencias.
Con más de noventa años a sus espaldas, la Plaza de Abastos, que se enseñorea sobre las calles Sagasta, El Peso, HermanosMoroy y Capitán Gallarza, disfruta de un gran momento y eso que, años ha, la costumbre de ir a los mercados parecía pasada de moda. Lejos de estarlo, el Mercado de San Blas gana adeptos, conserva a su clientela y la expande.
Alfredo Iturriaga (Logroño, 1969) es el responsable de la asociación comercial que engloba a casi treinta negocios que se ubican en este emblemática construcción. Sus puestos dan servicio «a los vecinos de la zona pero también a muchos clientes de toda La Rioja, e incluso de Rioja Alavesa y la ribera navarra que confían en nuestros productos y que vienen ex profeso a hacer aquí su compra». Su tupida red clientelar se completa con «la hostelería de Logroño, que es muy potente y se acerca a aquí de forma mayoritaria a adquirir sus productos», y también «los turistas que están de paso y se acercan a curiosear y, por supuesto, a comprar». Porque todo el mundo tiene claro que si la mejor forma de conocer una ciudad es andando, la mejor manera de saborearla es «acercándonos a sus mercados y descubrir qué productos autóctonos y únicos tiene ese lugar».
La globalización desenfrenada ha hecho que todas las ciudades se parezcan, que los establecimientos no se diferencien unos de otros y, por supuesto, que los lineales de las grandes superficies estén llenos de comida elaborada lejos del consumidor y de dudosa, o dificultosa, trazabilidad. «Una cosa es una hamburguesa checa, envasada al vacío que no es cien por cien carne y otra cosa es la hamburguesa recién picadita, que tu carnicero te hace con esmero», añade. Eso busca el consumidor que se acerca a la Plaza de Abastos. «Cada vez estamos más concienciados de la importancia de la alimentación. Somos lo que comenos y si no miramos lo que comemos, no sabremos lo que somos», sentencia el presidente de la asociación que se maravilla porque al cliente tradicional se ha sumado «una numerosa clientela joven que valora la importancia de los productos que les ofrecemos».
Porque con excepción de la leche y azúcar, «que es cierto que no vendemos y las grandes superficies sí lo hacen aunque esto no es un hándicap», la despensa de La Rioja satisface en su interior «las necesidades básicas de toda la familia». Sus puestos presumen de variedad y calidad de sus viandas, sus hortalizas, etc.