Articulista de El País, Delia Rodríguez (Logroño, 1978) reconoce que ha participado «toda la vida en muchos comienzos» periodísticos desde que, como becaria, se sumara a la nómina del neonato El Razón, mancheta fundada en 1998. En este cuarto de siglo de intensa dedicación profesional ha publicado en las principales cabeceras del país, tanto en papel como on line. La logroñesa, licenciada por la Complutense, vivió los primeros pasos del periodismo digital, rama en la que ha hecho carrera y que le llevó hasta la Secretaria de Estado de Comunicación.
Aunque la mala prensa siempre ha acompañado a los digitales, Delia Rodríguez está orgullosa de haber vivido su nacimiento y eclosión: «Hubo una época en la que el periodismo era un buen oficio e internet estaba desprestigiado y era considerado algo freakie». «Pero para mucha gente el nacimiento de este medio fue una oportunidad y yo creo que la aproveché», asevera. Si por el día ponía al día sus estudios en Ciencias de la Información, por la noche «volcaba» a la web los contenidos impresos del diario madrileño.
Poco después llegaría el cataclismo, «una crisis salvaje del oficio, con la digitalización de la profesión» que ha trastocado por completo un periodismo lastrado por la falta de credibilidad y lectores.
Tras su etapa formativa en el rotativo del Grupo Planeta, se enroló en el digital soitu.es, «una de las experiencias más gratificantes de mi vida profesional», que a los dos años tocó a su fin. Fue entonces cuando se alistó en SModa, suplemento que daba sus primeros pasos, y el Huffington Post. De su mano para el Grupo Prisa nació Verne, publicación seminal y rupturista que abandonó para mudarse a Miami de la mano de la división digital de Univisión, una de las principales cadenas del mundo hispano. Dejó el Sushine State para, en febrero de 2020, ser nombrada directora de Comunicación Digital en La Moncloa. «Y todos sabemos lo que pasó poco después», bromea. «Me veía como una outsider. Sentía que la política no era lo mío pero también creo que no podía decir que no. No obstante, consideré que dos años era tiempo suficiente y me apetecía volver a mi oficio», agrega sabedora de que su regreso al periodismo llegaría de la mano de otro de los diarios con más prestigio en España, La Vanguardia. Fue nombrada subdirectora del rotativo barcelonés, con el objetivo de reorganizar su sección digital. «No sé si el sueño de todo periodista es ser director o subdirector pero fue una etapa fascinante afrontar la digitalización de una gran redacción como la de La Vanguardia», presume.
Pese a que es consciente de que la prensa escrita, a la que ha vuelto como articulista, atraviesa un período de gran complejidad, considera que «sigue siendo un lujo poder leer en papel». «Sé que las ventas se han reducido y que faltan voces nuevas pero creo que el papel va a seguir teniendo su mercado en la medida en la que sea contemplado como un producto lujo. Leer el papel sigue siendo una experiencia inmersiva, como desayunar con calma o como ver con tranquilidad una serie», razona. «Y mientras exista esta percepción, creo que los periódicos y las revistas puedan sobrevivir», completa. Porque aunque internet sea gratis, «la experiencia de navegación no es comparable al infinito mundo de información y entretenimiento que, por dos euros o menos, te da un periódico», defiende una redactora confiada de que el periodismo impreso está cargado de futuro.