La película Calle Mayor proyectó sobre las pantallas de los cines de toda España la imagen de una pequeña ciudad de provincias, seguramente bastante ajustada a la realidad. Al rodaje de esa cinta, con Juan Antonio Bardem al frente y Betsy Blair y José Suárez como estrellas del elenco, se asomaba, con seis años, el pequeño Eustaquio de la mano de sus tías, que como casi todo el paisanaje logroñés del año 1955 acudía a ratos a contemplar el trajín de cámaras y actores que convirtió la calle Portales en un gran estudio cinematográfico al aire libre y en todo un espectáculo y, además, gratis. Logroño ya no es aquel 'pueblo grande' de mediados del siglo XX, pero las estampas de esa época siguen vívidas en la memoria de miles de logroñesas y logroñeses, entre ellos el polifacético Taquio Uzqueda, dibujante, pintor, apasionado de la historia y del patrimonio local y articulista de El Día de La Rioja, que explora ahora su faceta de escritor con su trabajo más personal.
Uzqueda presenta este miércoles (19,30 horas en Fundación Ibercaja, en la PlazaDiversidad) su libro Entre la Nostalgia y el Recuerdo, editado por Siníndice en el que recoge, en 144 páginas, vivencias, anécdotas e historietas que resume en 62 relatos ilustrados con fotos. No es la primera publicación que lleva estampada la firma de Taquio Uzqueda, que ha colaborado fundamentalmente como ilustrador en una veintena de obras, pero sí su trabajo más personal y autobiográfico, aunque el autor matiza que los relatos se circunscriben a los años que transcurren entre su nacimiento, en 1950, y la década de los 70, cuando se casó.
En Entre la Nostalgia y el Recuerdo, Taquio ofrece un entretenido y desenfadado salto al pasado reciente de su ciudad, un relato estructurado en 62 historias sin un orden cronológico estricto, de manera que puedan leerse de forma aislada, y que comienza en el número 2 de la calle Rodríguez Paterna, en casa de los abuelos maternos, donde vino al mundo, aunque el domicilio familiar estaría, no lejos, en Hospital Viejo. Al padre Marín, el jesuita recordado por su labor con los más necesitados y la escolarización infantil, le dedica un capítulo. En su escuela, la primera maestra del parvulito Eustaquio ya debió adivinar aptitudes artísticas, pues a final de curso le regaló una caja de lápices. Los recuerdos van completando las páginas del volumen, con presentación escrita por Gonzalo Capellán y prólogo del periodista Javier Pascual, director de La Prensa del Rioja, y con personajes como el padre Gerardo, del colegio LosBoscos, que encomendó al pequeño Taquio y a otros dos compañeros de clase la 'aventura' de ir a buscar flores para la Virgen al antiguo chalé de los dueños de Zapatillas Fernández, en lo que hoy es el parque del Carmen.
'INAUGURANDO' LA GRAN VÍA. Con su amigo y compañero en Marrodán y Rezola, Rafa Espiga, tuvo el honor, en una travesura propia de la edad, de inaugurar el asfalto virgen de la Gran Vía a lomos de sendas Velosolex, la humilde bici con motor muy popular en la España de postguerra. «Fuimos los primeros en pisar la nueva Gran Vía, pero íbamos acojonados», rememora Uzqueda, que también se la jugó, años antes en el colegio al contar un chiste de curas.
Entre las 62 historias hay sitio para recuerdos familiares, como el relato dedicado al bisabuelo de la guerra de Cuba, de su abuelo, oficinista en la Ford y con el carné de conducir número 67 de Logroño, del balcón de la abuela Asun, palco privilegidado para ver las procesiones o de las correrías de chaval, como la de la charca de la vía, un socavón que dejó la imperiosa riada de 1961 y en el que el jovenzuelo Taquio y sus amigos 'navegaban' sobre tablones como si surcasen los mares del sur. Tiempos de pantalón corto («no nos los quitábamos hasta los 14 años»), de los que también rescata imágenes de las colas de clientas en las rebajas de La Roja, del río que fluía frente a Jesuitas en la actual calle Huesca, donde se pescaban cangrejos, y ya más tarde el paso por La Industrial, donde se hizo delineante y años después decorador o del trabajo en Marrodán y Rezola, que también tenía en plantilla a su padre, como mecánico.
Aparecen también inmuebles de su querido casco antiguo, objetivo de muchos de sus dibujos y grabados de siempre, en los que aún bien avanzado el siglo XX aún convivían vacas en la planta baja con vecinos en los pisos superiores. A las añoranzas del corazón urbano, allí donde Logroño se hizo ciudad al hilo del Ebro y del Camino de Santiago, también alude en el libro con un lamento de alguien que se siente con autoridad para ello, por haber nacido y crecido en sus rúas: «Somos la ciudad que peor ha cuidado su casco antiguo».