El terrible terremoto que asoló parte de Marruecos el pasado viernes ha retratado a Mohamed VI. Su inoperante gestión del seísmo ha roto las costuras de un frágil sistema político con un rey ausente, una administración incapaz y unos ciudadanos golpeados por la catástrofe, huérfanos y sobrepasados por una mezcla de impotencia y rabia. Cuando los marroquíes más requerían un líder que les ayudara a superar la tragedia se han encontrado con un vacío vergonzante y una inexplicable parálisis institucional. Un seísmo de tal magnitud requiere actuaciones diligentes y eficaces en cualquier lugar del mundo, pero más si cabe en una zona extremadamente pobre. Entorpecer el auxilio de la comunidad internacional, que actúa sin cicatería y al unísono en estos casos, puede resultar tan devastador como el propio temblor de tierra. Con endebles justificaciones y demasiados intereses geopolíticos ocultos, Rabat sólo ha aceptado la ayuda ofrecida por España, Reino Unido, Qatar y Emiratos Árabes, declinando entre otros ofrecimientos los de la UE o Francia. Chirrían más estos vetos en yuxtaposición con la expedita petición de socorro internacional que ha registrado Libia tras sufrir el devastador paso de un ciclón que también dejará miles de muertos.
Al rechazar las propuestas europeas y de Emmanuel Macron, Mohamed VI está transmitiendo un mensaje falaz. Marruecos sí necesita a Europa y Francia, ahora y en el futuro. Cuando se está librando una carrera contra el tiempo para salvar la vida del mayor número de personas posible, el gesto resulta cuanto menos temerario y obvia de forma vejatoria que la historia une indefectiblemente a París y Rabat. El desaire marcará a partir de ahora unas relaciones ya heridas de gravedad por las acusaciones de escuchas con el programa espía Pegasus, por el acercamiento galo a Argelia y por el rechazo a reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Bruselas, por su parte, ha movilizado un millón de euros en ayudas, pero sigue esperando el visto bueno de Rabat, que parece no perdonar que hasta la víspera del terremoto el Consejo de Europa exigiera explicaciones sobre el uso de Pegasus fuera de sus fronteras.
En su día, el gobierno de Pedro Sánchez decidió archivar las mismas sospechas tras la filtración de datos de su móvil y de varios ministros. Y sigue sin explicarse el súbito giro del presidente español a favor de los postulados del monarca alauí en el conflicto del Sáhara. Sus provocadoras vacaciones marroquíes y ahora la decisión de Mohamed VI de aceptar que España lidere la ayuda internacional confirman la fluidez de unas relaciones que siguen proyectando más sombras que luces. Lo primero y urgente ahora es intentar paliar el sufrimiento del pueblo marroquí. Pero en algún momento habrá que justificar y desembrollar las relaciones con un rey que nunca ha sabido lucir el atuendo apropiado de un monarca del siglo XXI.