Editorial

Nuestra preocupante dependencia de la tecnología exige medidas que salvaguarden la sociedad

-

El mundo padeció el pasado viernes las consecuencias de un fallo informático. Aerolíneas, compañías ferroviarias, industrias de telecomunicaciones, gestores aeroportuarios, hospitales, administraciones públicas, medios de comunicación, bancos e, incluso, algunas bolsas sufrieron problemas de comunicaciones. En algunos países, las cadenas de televisión tuvieron que cortar sus emisiones, miles y miles de vuelos fueron cancelados o sufrieron retrasos -más de un centenar solo en España- e infraestructuras críticas, las vinculadas al funcionamiento de servicios esenciales como el agua o la energía, se vieron comprometidas. 

Si ayer no pudo pagar con tarjeta en un comercio o no pudo repostar en su gasolinera habitual se debió a un error cometido a miles de kilómetros de aquí, en las instalaciones de la empresa CrowdStrike, una firma con sede en Texas (EEUU) que presume de ser una de las compañías especializadas en ciberseguridad más importantes del mundo. Sin embargo, en la noche del jueves al viernes, durante la actualización de un componente de ciberseguridad vinculado a las plataformas de Microsoft, algo falló y se desató el caos en todo el planeta. 

Nada describe mejor lo que es la teoría del caos y el efecto mariposa que lo ocurrido ayer a nivel mundial. Y ni siquiera se trató de un ataque informático, fue solo un fallo que, por suerte, parece que no irá a mayores y quizá hoy todo haya regresado a la normalidad. Sin embargo, debe hacernos reflexionar de la creciente dependencia de los ordenadores y las redes interconectadas que como sociedad, a nivel prácticamente global, padecemos hoy en día. Una reputada analista de infraestructuras críticas, Avivah Litan, advirtió de que «el problema es que los humanos no pueden seguir el ritmo de toda la tecnología que han creado y que se está convirtiendo en algo inmanejable para el cerebro humano». Fue hace cinco años, antes del boom de la Inteligencia Artificial. 

Cada vez estamos más expuestos a un efecto dominó tecnológico porque cada vez hay más ordenadores y estos son más complejos. En cambio, la capacidad de las administraciones tanto nacionales como supranacionales para legislar y establecer los cortafuegos que nos pongan a salvo de crisis masivas va muy por detrás. 

Errores como el de CrowdStrike o el que hace unos años puso en jaque a United Airlines, la bolsa de Nueva York y The Wall Street Journal deben ser el recordatorio de que la tecnología domina nuestras vidas y, por eso, en necesario establecer parapetos analógicos que impidan que la sociedad se venga abajo.