La televisión ha modificado nuestra noción sobre el sistema judicial. Basta con seguir cualquier serie de abogados y dejamos de creer en el sistema. No solamente se confirma un desprecio absoluto hacia la verdad, sino que los profesionales del ramo son capaces de cometer delitos sin freno. También te queda claro que el poder económico es la balanza que desequilibra su correcto funcionamiento.
Una sociedad propensa al litigio demuestra una pérdida de confianza en las relaciones comerciales, lo cual lleva a unos mayores costes. En esta área Estados Unidos se lleva la palma. En el otro extremo, tenemos a Japón con su bajo número de abogados y de homicidios; aunque nadie sabe explicar bien qué pintan los Yakuza en esa foto.
La verdad es escurridiza por principio en un crimen. Saber quién es culpable no es fácil; a veces, es hasta complicado confirmar que se haya producido un delito. Las plataformas en streaming no lo entienden. La eficiencia punitiva no es sinónimo de justicia como han descubierto muchos presidiarios negros injustamente condenados.
En Occidente la confianza en el sistema se está resquebrajando. Dudamos de los jueces, los fiscales, los abogados adinerados y las leyes que no comprendemos. Las garantías procesales nos estorban y el anonimato de las redes nos parece la fórmula correcta de funcionamiento; sin reflexionar las nefastas consecuencias de dicha ocultación.
Un sistema judicial robusto, ágil e incorrupto protege a la sociedad, ya que su ausencia empobrece a la comunidad de manera insidiosa. Todas las dictaduras tienen sistemas judiciales brutalmente eficientes pues son una lógica extensión del gobierno.
Los tribunales no pueden evitar los males sociales. Los jueces no crean leyes o tienen agenda propia, solo deben limitarse a cumplir la ley. Utilizar el verbo interpretar es un recurso muy peligroso en manos de un funcionario de la ley, porque abre una puerta a lo desconocido.
Todos somos conscientes que, en las últimas décadas, se ha producido una evolución perversa del sistema. Nadie lo dice abiertamente al producirse el miedo al estigma que genera defender las garantías procesales, el derecho a un juicio justo o la imparcialidad de la ley. Exigir su correcto cumplimiento parece apoyar al culpable, al agresor, al criminal; cuando solo busca garantizar la protección del débil frente al poderoso. Hace no mucho un famoso escritor norteamericano dijo en una red social que creía a una persona. No alcanzo a comprender las diferencias con los juicios de Salem que a él le repugnan.