Aunque su proteica actividad ahora no se lo permite, Patricia Andrés Ruiz (Logroño, 1984) es de consumir, «al menos», una película diaria. Da igual el género, la nacionalidad o el metraje porque la curiosidad de esta cinéfila riojana es insaciable como lo ha demostrado en estos cuatro años de trayectoria de Los trabajos y las noches, iniciativa que codirige y que acaba de clausurarse con un gran éxito de público.
Junto con Fernando Vílchez, y un equipo de apenas diez personas, puso en marcha este festival de cine y procesos artísticos que, la pasada semana, reunió en la capital riojana a la futura hornada de cineastas españoles así como a los consagrados Javier Rebollo o Elena López Riera (en 2023 contaron con la presencia de Jaione Camborda, ganadora en Donosti con O Corno).
El palmarés de la quinta edición consagró a Saturno, del novel Daniel Tornero, «una historia personal y al mismo tiempo universal», aunque las preferencias del público también premiaron a Cambium (Maddi Barber y María Lameiro), Las novias del sur (Elena López Riera), Cuento de una noche de verano (María Herrera) o La Marsellesa de los Borrachos (Pablo Gil Rituerto).
«Estamos muy sorprendimos por la respuesta del público, tanto de la sección oficial como de actividades como 'Un vino con...' que, en Semilla Negra, han reunido a mucha gente de todas las edades», rememora sobre un certamen que bajó el telón el pasado sábado aunque, a partir de enero, tanto ella como el codirector Fernando Vílchez, comenzarán la selección para la sexta edición. «Es una carrera de fondo que nos lleva por festivales como Málaga, San Sebastián, Punto de Vista o Seminci. Nos interesamos por cineastas cuyas narrativas se salgan de lo habitual, que produzcan en España y que ofrezcan nuevas miradas, sin importarnos mucho el género», enumera sobre el material con el que, año tras años, Los trabajos y las noches sorprende al público logroñés.
Tras formarse como traductora, llegó al cine de la mano de la celebérrima Escuela de San Antonio de los Baños, el vivero del fértil cine cubano. «Hice un taller documental de un mes en 2017 y, al año siguiente, volví. Es una escuela que está muy viva, una colonia en la que se respira cine», se entusiasma sobre una academia por la que han pasado 10.000 alumnos y 800 cineastas.
Aunque como programadora no le hace ascos a nada, sus gustos miran al documental y es ahí donde no puede olvidar a Agnès Varda:«La primera que vi fue Daguerréotypes y he intentado ver todas suyas. Mi referente, ahora y siempre, es Agnès Varda».
El cine español atraviesa un gran momento y lo hace de la mano de jóvenes directoras -de la misma generación que Andrés- egresadas en la ESCAC o en su periferia y que han conjugado el favor de la crítica y del público. «Si ahora las futuras generaciones pueden tener como referente Carla Simón, Clara Roquet, Estibaliz Urresola o muchas más, es cierto que mi generación no las tuvo. Sí que es cierto que, además de Varda, siempre me he fijado en Josefina Molina», se sincera.
Con el año a punto de terminar, su filiación por el documental le permite prescribir Dahomey, ganadora en Berlín, como el mejor filme del año «quizás porque La Chimera, de Alice Rohrwacher sea ya de 2023». En clave nacional, destaca Los destellos, de la zaragozana Pilar Palomero. «Me queda mucho por ver de 2024 pero la cosecha ha sido excelente», concluye. También lo ha sido para Los trabajos y las noches.