2003 fue un año negro en la Comunidad de Madrid. Se cometieron un total de 100 asesinatos, seis de ellos atribuidos a Alfredo Galán, el asesino de la baraja. Veinte años después, Netflix estrena una serie documental sobre un hombre que perpetró sus crímenes para demostrarse a sí mismo que matar era fácil.
Se trata de Baraja: la firma de un asesino, una docuserie que pretende retratar en tres episodios una época, la del inicio del nuevo milenio, en la que la inseguridad ciudadana copaba los primeros puestos entre las mayores preocupaciones ciudadanas y en la que los programas mañaneros de televisión, como también ocurre ahora, atraían a la audiencia con «nuevos capítulos» de los sucesos más mediáticos.
Dirigida por Amanda Sans Pantling y producida por Cuarzo Producciones, la serie muestra también el desconcierto policial ante una serie de asesinatos que no tenían nada en común, ningún «hilo conductor» que dirigiera a los investigadores hacia un autor ni, por supuesto, hacia un móvil que llevara al asesino a descerrajar varios tiros en la cabeza a sus víctimas, tan dispares estas como los lugares donde las «ejecutaba».
Quizá Galán solo tenía un móvil: matar por matar. O demostrarse a sí mismo que matar podía ser algo muy fácil, tal y como declaró en la comisaría de Puertollano (Ciudad Real) cuando cinco meses y medio después de su primer crimen se entregó, justo en la localidad donde vivía.
Condenado a 142 años de cárcel por seis asesinatos y tres intentos -solo cumplirá 25, el máximo que fijó la sentencia, Alfredo Galán saldrá en libertad en 2028, pero seguirá figurando en la lista de los asesinos en serie de España, codeándose con nombres como Manuel Delgado Villegas, El Arropiero, o José Antonio Rodríguez Vega, El Mataviejas. Salvando las distancias, claro, porque estos le superaron con creces en número de crímenes.
alarma social. «Como le dejemos, llega al rey de copas». Esta frase la pronuncia uno de los expertos forenses en declaraciones realizadas en su día y que la serie documental ha rescatado. No es más que una muestra de la alarma social que Alfredo Galán creo en una sociedad, la madrileña, que en los primeros meses del año ya había contado hasta una treinta de asesinatos en la región.
Una alarma que creció cuando en la escena de uno de los asesinatos, cometido el 5 de febrero de 2003, apareció un naipe, el as de copas. ¿Fue el azar el que llevó la carta hasta la parada de autobús donde Galán disparó a Juan Carlos Martín, un joven empleado del aeropuerto de Barajas?
Galán, se supo después, ya había matado a un portero de la calle Alonso Cano diez días antes. Pero en ese escenario no había naipe, como tampoco en el bar Rojas de Alcalá de Henares donde horas después del asesinato de Juan Carlos Martín mató a un joven, hirió gravemente a su madre y acabó con la vida de una clienta del establecimiento.
En la actualidad, en las redes sociales el as de copas hubiera sido todo un trending topic. Ese año también lo fue a su manera. Porque lo cierto es que a partir de que el nombre y la imagen de ese naipe circularan por todos los medios de comunicación, Alfredo Galán dejó en sus siguientes crímenes tres cartas de ese palo consecutivas, el dos de copas, el tres y el cuatro, esta vez marcadas con un punto azul en su reverso.
Solo una pista: el arma
La serie que Netflix estrena hace un recorrido por la investigación de los crímenes, no exenta de dificultades e, incluso, de presiones políticas ante la inminencia de las elecciones municipales y autonómicas que se iban a celebrar el 25 de mayo. Había que detener al también llamado asesino del naipe.
Todo aquello se conviertió en una mezcla entre la alarma social y la presión política aderezadas con las especulaciones sobre el perfil del supuesto autor, del que se llegaron a hacer dos retratos robot muy diferentes, lo que también reflejaba el desconcierto policial.
La docuserie abre también el debate que en su día se produjo sobre la autoría. ¿Cometía los crímenes una sola persona? ¿Estaba detrás de ellos algún grupo ultra?
Mientras se desataban las especulaciones, los periodistas de la crónica negra de Madrid, como se refleja en la producción, se enfrentaron a la cobertura de su mayor suceso, que mantenía todas las incógnitas abiertas pese al paso de los días. A su vez, las fuerzas de seguridad se afanaban en conseguir pruebas, algunas se las llevaron con la manguera y el agua los servicios municipales de limpieza, y lograron la única que podía encajar todas las piezas: el arma.
Se podrán ver, en suma, tres episodios en los que se da voz a las víctimas de Alfredo Galán. A las que no consiguió matar pese a dispararles y a los más allegados de los que acribilló.