"A muchos jóvenes les recomendaría tres meses de mili"

Francisco Martín Losa
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Antonio Comunión Ramírez de la Peciña ha sido abogado, funcionario, asesor de la Federación de Fútbol, legionario, tertuliano en la Cope y 'gozador' de la noche logroñesa en la década de los ochenta

Antonio Comunión Ramírez de la Peciña. - Foto: Óscar Solorzano

Los fundadores de Google implantaron en Stanford una disciplina, que es la de relaciones sociales, los interfaces entre los humanos y las computadoras. El objetivo fundamental es analizar que el ser humano interactúa en la pantalla de la vida sin que perciba mentalmente su historia. Todos vivimos en una ficción, la de la antonomasia personal, que, en el fondo, tiene que ver con la historia de los protagonistas que pasan por estos relatos. Igual que te asomas a la ventana y ves el parque, te asomas a la memoria de Antonio Comunión Ramírez de la Peciña, sesenta y seis años, en unos meses, y vemos su pasado, su presente y hasta parte de su futuro. Cuando un servidor se encuentra con personajes de ánimo alegre, el relato parece tirando al entretenimiento pero conviene estar atento al transfondo. Encaja el estereotipo en su persona de exfuncionario, abogado, asesor, cantante de fines de semana en disco-bares de media España, gozador de la noche logroñesa en la década de los ochenta y hasta legionario en su juventud. No se le puede encasillar en un trabajo concreto, pero ha consumido una vida en plenitud, aunque el tiempo, que tanto sofoca, le ha puesto una especie de contención serena, replegado, silenciosamente, a un estar más tranquilo, aunque nadie le quita lo 'bailao'.

EL HONOR Y LA AMISTAD. Con personajes, como el que me ocupa, es fácil reconstruir su biografía a placer. Y éste es el caso. «He sido funcionario, muchos años, y tengo una sorpresa para la gente: yo soy gaditano, nacido en La Línea de la Concepción el veintisiete de noviembre de mil novecientos cincuenta. A mi padre, al entrar en el Banco de España, lo destinaron al Instituto Nacional de Moneda Extranjera, que había entre La Línea y Gibraltar, mi familia estuvo como tres años y medio hasta que nos vinimos para La Rioja y, desde entonces, no nos hemos movido. ¿Mi niñez?; te lo puedes imaginar, ibas a clase y, a la entrada, se cantaba el Cara al sol, lo que había entonces en todos los colegios, establecido por el régimen. Pasé por todos los colegios y me echaron de todos, sólo por preguntar; seguramente forma parte de mi idiogente huyendo de muchas cosas, haces amigos puntuales, del momento. Me enchufaron en oficinas que manejaba los expedientes que se enviaban a los juzgados y no disparé ni un tiro ni a un pájaro». Es la etapa en que se está saliendo del cascarón, que cambia la casa de los padres por un regimiento disciplinado. «Yo recomendaría tres meses de mili a muchos jóvenes, antes no discutíamos el principio de autoridad, al revés que hoy. Hemos pasado de que el profesor te diera dos capones a pegarle un puñetazo, no lo entiendo, no hay autoridad ninguna, tampoco la veo en el Legislativo y cualquier día se van a dar cuatro bofetadas en una sesión del Parlamento y ya está preparada».

EL 'ABUELO' DE LA CLASE EN LA UNIVERSIDAD. Echar una pensada, detenerse a repasar hechos vividos es un buen ejercicio. «Hecho un hombre en la Legión, trabajo de todo lo que se mueve, camarero, albañil y, un día, tomando una copa en el Robinson, con un amigo que tú has conocido, Matías Entrena, me dice: 'Vete a ver a Julio Revuelta padre que te va a contratar'; y me puse a trabajar en la empresa Edificios y Terrenos, en la que estaba de gerente Choliz, ingeniero aeronáutico, que se mató en una avioneta, junto a un hijo de Alberola, que era fotógrafo. Revuelta llegó a tener más de 400 obreros entre Santander y Logroño, pero se lo llevó la crisis. De todos modos, comprendí que no tenía mucho futuro y me entró por opositar en la Administración Pública, ingresando en el Mutualismo Laboral, que dirigía don Ángel Loma-Osorio, un auténtico caballero». Luego, lo destinaron a la Inspección de Trabajo, tres años y conoce a Guillermo de Gregorio, persona muy cualificada con el que traba una buena amistad, lo mismo que con Pepe Lapuente, cuyos padres eran funcionarios del Banco de España. Estamos en mil novecientos ochenta y tres. Se despliega en la conversación con soltura, sin dudar ni en las fechas ni en los hechos. «Andaba mi hija Andrea, la pequeña, que no sabía qué estudiar y le propongo Derecho y también me apunto. Tenía los cincuenta años. Dicho y hecho, nos matriculamos en dos mil y uno en la Universidad de La Rioja, como cualquier alumno, ocupando los primeros bancos de la clase. Padre e hija acabamos la licenciatura y, luego, destino tres años a la tesis doctoral sobre la desviación del poder, me aburría y abandoné. Solamente me colegié para defender a mi madre en un recurso, sin toga ni nada. Me llamaban en clase 'el abuelo' y tuve un profesor que me impactó muchísimo, un catedrático tocado por la varita mágica, Sergio Cámara, una autoridad europea en Derecho Civil, un auténtico fuera de serie. Me hizo ilusión terminar la carrera y eso que no sincrasia. Fundamentalmente, en Maristas, en los Píos, en el Instituto, en Jesuitas, en fin, en los Marianistas de Miranda, toda una odisea de mal estudiante». Y vino la siguiente etapa escolar. «Hice el bachillerato, jugaba al futbol, discutí con mi padre y, muy serio, un día le digo: 'He tomado una decisión, me voy a la Legión'. Y allí dejé tres años y medio de mi existencia, en Villa Cisneros, período sesenta y nueve al setenta y dos y me inculcaron dos cosas que hoy llevo a fuego en la mente, como el concepto del honor, con todo lo que lleva, y la amistad. A la Legión, venía mucha tienes capacidad de memoria, te exige una disciplina y levantarte a las seis de la mañana».

UN ACCIDENTE CAMBIA SU VIDA. A lo largo del relato, un servidor se deja llevar, casi, escribiendo al dictado. «Probé a trabajar en la Comunidad Autónoma, en el tiempo previo al Estatuto. Estaba en el Gobierno Rodríguez Basulto, en el ochenta y dos y me llama José Antonio Caro, director del Hospital, designado consejero de Salud y me quedo como secretario particular. Después de una reunión, me comenta que han acordado un sueldo de trescientas mil pesetas y contesté que eso íba a ser su patíbulo y así fue. Permanecí cuatro meses porque aquello no era para mí y a las pocas fechas, se reúne el Consejo de Gobierno y la guillotina no perdona a nadie. Más tarde, a Caro lo destinaron a Galicia y quiso que le acompañara pero regresé al Insalud». Eran los primeros pasos preautonómicos con carencias de casi todo. «No teníamos de nada y preparé un borrador, que luego se editó como informe, en papel couché, quince pá- ginas, sobre los deberes y observaciones de los usuarios, que se distribuyó por todos los centros sanitarios. Me ofrecen seguir pero mi mujer Milagros estaba embarazada de mi hija pequeña y como que no. Mi paso por la polí- tica fue de lo más efímero». Si una situación no te emociona, lo mejor es dejarla y pasar página. «En el ochenta y tres, se crea la Tesorería de la Seguridad Social y pasó al Insalud, desde mil novecientos setenta y ocho hasta mil novecientos noventa y ocho, tengo un accidente de tráfico, me dan un bofetón por detrás, me conceden la invalidez y me jubilo con cuarenta y ocho años. Me cambia la vida, no podía andar, estás limitado, cuatro años con muletas y collarín, la familia te ayudaba en lo que necesitabas, es verdad».

CANTAR, UNA PASIÓN. Estamos ante un personaje honesto, sin perder pie. «Me hubiera gustado ser tenor y se necesitaba disciplina que la adquirí con el tiempo. Me hubiera gustado ser el 'gran gordo'. ¿Sabes quién era? Pues Luciano Pavarotti, lo más. En España, hemos tenido dos tenores de primer orden: Julián Gayarre y Miguel Fleta. A Fleta, en una operación, le extrajeron la nariz para analizarla y descubrieron que tenía una de las cuerdas vocales lesionada de nacimiento y daba un do sostenido que para qué. Me hubiera encantado el bello canto, es algo que hay que estudiar, sacrificarse mucho y, a cualquier profesión hay que dedicarle una exclusividad absoluta. Nunca he estudiado música, todo es de oído y he cantado muchos años en la Casa de Aragón. La jota es lírica y muy valiente. Como diría un amigo, jugar en el Madrid, aunque sea en el banquillo, es la rehostia». La última vez que actuó fue en el pasado San Mateo en el Club de los Tres Tenores, en La Glorieta, sin hacer el ridículo. Pero el devenir de sus aficiones va más allá. «Torear es una gozada y tiene que ser sublime pasarte un toro de seiscientos kilos, no sabría definir la sensación y tengo grabada una tarde en Madrid de Curro Romero, lloviendo, quitándose las zapatillas y en silencio, se oía el agua, hasta llorar. Llorar de emoción es uno de los logros del ser humano».

DE TVE A LOS DISCO-BARES. No hay palo que no haya tocado y se ha metido en mil zambras. «Estaba en Logroño Manolo Sainz de alcalde y Arozamena dirigía un programa en TVE sobre las autonomías, la música, el humor, la cocina y tal. Total, que me empujaron a ir a la tele a contar chistes. Repetí y, a ra- íz de esto, unos chicos me hicieron un contrato, viernes y sábado, me parece que eran cincuenta mil pesetas por actuación y nos recorrimos media España en disco-bares y música en directo. Aquello duró dos años, estaba en excedencia y era muy duro». En el baúl de los recuerdos, las noches logroñesas de la década de los ochenta. «Cada época es una historia y aquellas noches no volverán, cómo corría el dinero por todos lados, había una alegría que no puede describirse. En La Laurel, estabas en un bar y jota va, jota viene y en el bar de Óscar Alesanco, en el Acordes, he estado muchos años cantando, contando chistes, haciendo reir a la gente. Antonio Munilla, mi cardiólogo, me diagnosticó: 'tú naciste gozador y has vivido para gozar pero ese tiempo ha terminado'; y le hice caso». A nuestro protagonista, la noche se le hacía pequeña y ha visto muchas lunas llenas pero la gota le ha retirado absolutamente de todo. «A mí, la noche me ha encantado y he cantado la jota hasta la extenuación, la navarra y , sobre todo, la aragonesa. La riojana no tiene ese nivel pero hemos tenido el mejor jotero del mundo, Antonio García, de Rincón de Soto, donde se ha creado un concurso con su nombre, de mucho categoría».

TANTO ASESOR, SOBRA. Ha sido difícil seguir todas sus andaduras. Tiene dos hijas, Mó- nica, ingeniera técnica, antes aparejadora, con un despacho, que le va muy bien, y Andrea, abogada, con máster en no sabe qué cosas, que anda por Cádiz. Es un cocinero de primera y es responsable de las comidas de la casa. Le gusta la cocina y su plato favorito es la tortilla de patata con cebolla. Ha llegado a todo y ha sido asesor del Club Taurino Logroñés y seis años en la Federación Riojana de Futbol hasta que lo ha dejado. Se ha tirado años y años en la COPE, radio y televisión, en una superposición de tiempos para responder a los compromisos. Se hizo del Barcelona porque su padre era del Madrid y recuerda lo que decía Ortega que los catalanes son muy especiales: «Desde la tragedia del 98, van a seguir pidiendo y pidiendo, son insaciables como los niños pequeños». No le hacen tilín las autonomías con tantos asesores y cuenta el chiste del enfermo que llega al quirófano, a tope de asesores, pero faltaba el médico. Si volviera a nacer, repetiría el mismo recorrido intentando cantar lí- rico. Es un personaje sin una ambición particular, ha sido un ser sin red y ha caminado por la vida fiel a sí mismo, sin disfrazarse de lagarterana. Hiciera lo que hiciera, parece que todo le ha salido bien y ha seguido al pie de la letra lo que escribió Borges: 'el objetivo de estar en este mundo es ser feliz'.