Su padre estuvo con una maza y una gubia entre las manos hasta los 85 años. «El oficio se muere, escapado», lamenta Bernardo Lope Montiel (Ezcaray, 1968), tallista de madera que lleva quince años compaginando su profesión con la «ebanistería» para poder cuadrar las cuentas. «Pero la talla y la ebanistería son dos profesiones distintas», especifica.
La cooperativa de muebles de Ezcaray tuvo en nómina a cinco tallistas. Pero ahora solo él ejerce esta tarea eminentemente artesanal. «La crisis de 2008 hizo mucho daño, la talla de mueble prácticamente desapareció», se resigna. Hasta ese momento compaginaba la talla de muebles de madera (gabaneros, paragüeros, cabeceros, etc.) con la restauración«pero ahora nadie talla muebles y yo lo hago, casi, casi como hobby». Sí continúa realizando escudos heráldicos, en una tarea bien hecha en la que puede emplear hasta un centenar de horas «porque depende del motivo que lleve en el centro aunque las prisas no son para este oficio». También realiza canes de restauración pero en este cometido se encuentra con un serio inconveniente: «Es un trabajo para el que se necesitan seis meses pero me piden hacerlos en dos y medio. Y eso es imposible».
En su taller ezcarayense ya no queda sitio para la copiadora pero en su mesa de trabajo figuran, en perfecta alineación, un puñado de mazas, un centenar de gubias («medias cañas, planas, de esquina,...»), sargentos, lijas y punteros. «Copiamos los dibujos en papel de aceite y luego lo pasamos a la madera por cuartos o por la mitad», enumera. Hay dos requisitos indispensables para ser un buen tallista: «Dibujar bien y ser ambidiestro». La tercera característica de estos artesanos manuales sería la paciencia, pues esculpir la materia vegetal lo requiere. Las mejores para su menester son el «nogal» porque «aunque es laborioso de manipular, es duro y permite muchos detalles». Le siguen la «caoba», cara, «cerezo, castaño, roble o pino sin nudos», completa.