Un farallón de hormigón nubla la vista de los lugareños de Enciso que han asimilado, con estoicismo, la política de hechos consumados. La presa, quieran o no, es una realidad con la que toca convivir tras más de un cuarto de siglo de proyectos, adjudicaciones y, como en toda obra pública, dilaciones y desfases presupuestarios. Treinta años (la licitación arrancó en 1993) después el debate, como Las Ruedas de Enciso, ha quedado soterrado para mirar a un futuro en el que, pese al recrudecimiento del cambio climático, los vecinos, regadíos en desarrollo (5.500 hectáreas contempladas) e industrias del valle del Cidacos no volverán a pasar sed.
Es el primer verano de funcionamiento de una infraestructura faraónica, la segunda por capacidad de la región con sus casi 47 hectómetros cúbicos. Sus dimensiones -una pared de 104 metros de altura, con 80 metros de base y 350 en coracinación- impresionan hasta el punto que los enciseños ven como a sus espaldas se enseñorea un talud tan brutalista como intimidador. La seguridad de la infraestructura, pese a las advertencias de Ecologistas en Acción (ver apoyo), está garantizada y los habitantes evitan abonarse al catastrofismo en uno de los centros paleontológicos más importantes del mundo. Los grandes saurios, un enclave privilegiado en el alto Cidacos, una armónica arquitectura rural y Barranco Perdido han dado fama a una villa que ahora ve asociado su nombre, inmutablemente, al de la presa.
José ManuelValle (Logroño, 1967), que confiesa que no era partidario de la infraestructura, lleva un año al frente de la corporación y reconoce que mirar atrás ya no tiene sentido «porque la presa está hecha y ahora de lo que se trata es de sacarle el máximo partido». Por la fuerza de los hechos, el embalse ha desaparecido del día a día. «Solo nos acordamos por el ruido cuando se suelta el agua y por la luz nocturna que puede hacer que nos quiten la condición de Starlight», teme. El pantano, tras cortar el valle, también ha modificado el viento: «Ya no sopla esa brisa tan característica».
Desde la equidistancia y con una perspectiva riojabajeña, asume que la presa tiene sus ventajas que se pueden resumir en la «regularización del cauce del Cidacos que era necesaria para todo el valle» y que «el caudal se ha estabilizado y eso ha permitido la recuperación de la fauna autóctona». «Ha mejorado la riqueza del agua de boca, ha aumentado la capacidad del regadío y permite la práctica de deportes acuáticos», agrega. Pero estos beneficios calan, según su opinión, «aguas abajo».
Su envés tiene un componente eminentemente local que los encisenses no pueden obviar. «Sufrimos el impacto de tener una pared de cien metros de altura a 300 metros del pueblo», critica. «Las luces, el ruido del desagüe y el cambio del régimen de los vientos lo sufrimos nosotros pero la presa está ahí y no se va a quitar», asevera.
La corporación se ha reunido con la CHE para mitigar el impacto lumínico y el volumen del desagüe que «si bien a 4 metros cúbicos por segundo puede ser tolerable, cuando aumenta (puede desaguar hasta 26 m3/s) es intolerable». Un vecino, que sufrió las obras interminables, describe el sonido tan molesto «como el de un avión a punto de despegar».
Otra de las circunstancias que ha cambiado es que la localidad, que aspiraba a ser designada como Capital del Turismo Rural, vive ahora «de espaldas» al propio Cidacos. «El agua de la presa sale a 4 grados. Ahora es imposible bañarse», sentencia con desánimo.
Y aunque hay quien considera que la infraestructura no es cien por cien segura, desde el Ayuntamiento no ven peligro alguno: «Rompo una lanza a favor de los ingenieros. Es imposible que colapse salvo que hubiera dejación en el mantenimiento y se anulen los sistemas de seguridad y control que se han implantado».
Si en el pasado el pantano de Mansilla acabó con el pueblo homónimo, que fue levantado en una nueva ubicación, la presa se ha llevado por delante Las Ruedas de Enciso, una de las aldeas dependientes de la localidad. Deshabitada desde hace años, en la pedanía echó raíces el británico Peter Dobson(Essex, 1954). Sabe que bajo las aguas estuvo su casa pero pasa página.«No he querido volver», agrega. Llegó en 1992 y en Las Ruedas estuvo hasta 2014, cuando tuvo que desalojar la aldea.
Milita entre los favorables a la presa no solo porque su construcción «me dio un trabajo y un oficio (oficial de topografía)» sino porque considera que «es un regalo para el valle». «Con el cambio climático, nos va a salvar la vida», sentencia.
Aficionado a la astronomía, sigue disfrutando de los cielos límpidos de la zona y aunque afirma que la luminosidad de la presa es una realidad «ésta se queda en el valle», hasta el punto que la mayor contaminación lumínica, según su parecer, «llega del Valle del Ebro».
El vigilante del cauce del Cidacos en el tramo Arnedo-Puerto de Oncala, Jesús Javier Sadaba (Lodosa, 1961), también evidencia el factor transformador de la presa.«El río estaba sometido a fuertes estiajes y con una problemática seria cuando había episodios de avenida», rememora.«Ahora su caudal es más regular y eso ha permitido que se echen truchas. Da gusto ver cómo baja el río», se despide.
La presa, a espaldas de Enciso, existe y los enciseños, que observan el apacible Cidacos pasar, tratan de flotar en una corriente que ya no pueden controlar.
Ecologistas en Acción: «Con una presa de doce hectómetros y 40 metros de altura hubiera sido más que suficiente»
Antonio Casas (Calahorra, 1962), profesor de Geofísica en Zaragoza y miembro de Ecologistas en Acción, denuncia que «con una presa de doce hectómetros cúbicos y una altura de 40 metros hubiera sido más que suficiente para satisfacer las necesidades».
Ecologistas en Acción siempre se ha manifestado en contra de una infraestructura en la que los riegos potenciales superan las beneficios hipotéticos. «La Administración ha jugado a la política de hechos consumados. La infraestructura es una realidad y para nosotros es un experimento a gran escala», informa. «Se ha comprobado que hay deslizamientos de laderas y que puede haber una sismicidad inducida como ha sucedido en un centenar de presas en todo el mundo», señala. Además de los riesgos, lamenta que el embalse se llevó por delante Las Ruedas y que, en caso de rotura, «será Arnedillo, al estar bajo la carretera, el que más pagará la riada».
Moscaventur: «Dependíamos del deshielo del Oncala»
La empresa arnedana Moscaventur lleva dos décadas de actividad en la zona y reconoce que la apertura de la presa facilita la actividad deportiva en el Cidacos hasta el punto que permite, más allá de primavera, la realización de canoraft y rivertubing. Moscaventur, además, ha solicitado permiso a la CHE para poder realizar paddlesurf en el propio pantano. «Estamos encantados», apunta Liliana Bretón. «Antes solo se podía con el deshielo en el Oncala», informa. «En verano hemos podido extender la actividad porque se ha regularizado el cauce del Cidacos». Ésta solo se ve interrumpida con las sueltas de agua planificadas por la CHE y que impiden la práctica acuática.