Patrimonio sentimental

R. Muro
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El antiguo convento de los Escolapios sobrevive a merced del vandalismo y al esfuerzo de la propiedad en su mantenimiento

Vista interior de la denominada Universidad Calasancia - Foto: Ingrid

El colosal edificio que albergó antaño el colegio de los padres Escolapios en Albelda de Iregua sobrevive entre el sello y las marcas que a lo largo de los años ha dejado el vandalismo. «No queda ya nada que robar», señala Sara Arambarri, relaciones públicas de la bodega Vinícola Real que hace ya tiempo adquirió la propiedad del inmenso inmueble y su finca, por donde se extiende ahora una plantación de viñedo. 

El antiguo colegio muestra todo su esplendor desde la distancia, desde donde se atisban ya detalles del saqueo. Desde la proximidad,  los desperfectos en sus más de setecientos ventanales son ya una evidencia. «Continúa entrando gente, y no solo jóvenes. Se han llevado hasta el último tornillo de las puertas», matiza Arambarri. En uno de los laterales, varios caballos se cobijan del sol bajo un pequeño pórtico de piedra. 

El edificio fue adquirido hace ya años por el empresario albeldense y propietario de la prestigiosa bodega Vinícola Real 200 Monjes. En su día hubo planteamientos de reformar al menos una parte del hercúleo convento con el objetivo de diseñar actividades vinculadas a la cultura y al enoturismo. Sin embargo, «actualmente no hay ningún proyecto», señala la responsable de  las relaciones pública de la bodega del bajo Iregua. Ahora bien, la propiedad del edificio «asume su mantenimiento. Si hay que retejar, se reteja, si hay que quitar la maleza, se quita». Sara Arambarri cree que «la gente se piensa que puede entrar al edificio así sin más, pero es una propiedad privada», recuerda mientras apunta que «dispone de un importante valor sentimental» para Rodríguez y en definitiva, para el municipio riojano.

Todavía en el pueblo hay quien recuerda que su construcción, a finales de la década de los años veinte del pasado siglo, llevó a muchísima gente hasta Albelda. El inmueble se levantó al gusto y firma del célebre arquitecto riojano Fermín Álamo, responsable también de la hoy restaurada plaza de Abastos. 

Pero el sentimiento de pertenencia caló hondo en la localidad riojana ya que muchos hogares humildes, tal y como describen los escritos, labraron un porvenir gracias a la especialización que obtuvieron en las diferentes ramas de la construcción empleándose «los laboriosos obreros» junto a maestros y oficiales conocedores exquisitos del oficio. 

Los mismos escritos, plasmados con orgullo en la web del Consistorio albeldense dan buena idea del orgullo que llevó su construcción a los vecinos de la localidad. «Contendrá el edificio, todo de cemento armado, dos grandes patios interiores, de 60 por 27 metros con 68 bellos arcos góticos. Separará estos patios un cuerpo central donde está la Iglesia, que tendrá cinco altares e igual número de amplios ventanales: guiarán su ornamentación exquisito arte y depurado gusto», detalla el texto. 

Hoy día, el estado del majestuoso inmueble, a pesar de los sentimentales esfuerzos que la propiedad imprime en su mantenimiento, queda a merced del deterioro. El propio convento, desde sus paredes, dibuja unos ventanales que sangran y un desgarrado grito de imperiosa ayuda. El interior, el que se ve desde el exterior, agoniza a merced de pintadas, destrozos e incluso el salvajismo de quien no valora su historia ni su valor sentimental. Llevó porvenir a la localidad además de vivencias que permanecen vivas. 

Sergio Ochagavía, primer edil del Consistorio albeldense, lamenta los actos de vandalismo. «Mi padre, que sabía de ganado y agricultora hizo la mili» en el convento de los Escolapios, «desde donde trasladaban la producción de comida y alimentos al acuartelamiento de Agoncillo». 

El edificio nunca ha contado con ningún tipo de protección patrimonial. Hace ya años, un grupo empresarial fuerte «propuso la construcción de un hotel con balneario», señala Ochagavía sobre un proyecto que quedó en el aire. «Era un planteamiento impresionante», detalla también Arambarri. «He llegado a ver los planos y el proyecto era importante». 

«Albelda parece un pueblo cosmopolita con las obras de la Universidad Calasancia»

La Universidad Calasancia, como también se conoció en la época al ilustre edificio de principios del siglo pasado, abrió también sus puertas a unos cuantos riojanos que con el tiempo, y por motivos diferentes, consiguieron dar protagonismo a sus nombres. De la localidad riojana de Baños de Río Tobía llegaron cuatro, relatan los escritos. Entre ellos un tal Eduardo Martínez Somalo, nacido en 1927 y que falleció hace ahora casi tres años después de ordenarse sacerdote, erigirse arzobispo y cardenal además de Camarlengo de la Iglesia Católica.

Otro de los nombres propios riojanos que citan los escritos es el del igeano Jesús Sanz, padre del expresidente de la Comunidad autónoma de La Rioja, Pedro Sanz.

Ambos llegaron al seminario de los padres de Calasanz de Albelda de Iregua un 14 de septiembre de 1938 junto a otros 44 niños. 

En plena Guerra Civil, aquel día de septiembre se desalojó el edificio en el que todos ellos permanecían internos y entregados a los estudios previos al sacerdocio pasando el inmueble a albergar objetivos hospitalarios derivados del conflicto bélico. 

Todo ello en un edificio de 1.600 metros cuadrados, de 80 por 85 metros de ancho que cambió al municipio riojano. Los escritos recuerdan que «topamos por todas partes con individuos de todas  las regiones españolas, aragoneses, portuguesas, gallegos burgaleses, etcétera. Colocados todos éstos en las grandiosas obras de la Universidad escolapia de Viñuelas (como se denomina a la finca) que dan la sensación de un pueblo cosmopolita». La Hoja Parroquial del 11 de agosto de 1929 hacía constar también, ante el efecto que el edificio tuvo en la localidad del bajo Iregua, que evidenciaba «la  alegría en muchos braceros del pueblo, que tienen el cocido seguro, ganando dichas obras aceptables jornales». 

La escasez de vocaciones empieza hacerse patente en la década de los setenta cuando los Superiores Mayores adoptan la decisión de trasladar el teologado a Salamanca. Fue vendido después al ministerio del Ejército que nunca llevó a cabo sus planes para niños discapacitados.