Esta es, debería ser, la Navidad de todas las víctimas de la DANA, y especialmente de los niños, en todos los pueblos asolados en Valencia, aún abandonados y con fango, donde personas como el chef José Andrés siguen repartiendo comida gratis porque las instituciones no son capaces de hacer ni siquiera eso; de los vulnerables y de los vulnerados que viven entre nosotros; de los que pasan hambre; de los sin techo; de los que no tienen empleo ni casa; de los que no tienen ayudas para sobrevivir ni acceso a la educación o a la sanidad; de los mayores que viven en soledad y sin cuidados paliativos, que, en ocasiones, se sienten tentados a dejar el mundo voluntariamente; de los bebés que no nacen porque no les dejamos nacer; de esos millones de españoles que viven en la pobreza o en la exclusión social, mientras la economía va como un tiro. Son los invisibles que, a pesar de todo, no han perdido la dignidad porque nadie se la puede quitar. No hay nada más duro que vivir, y a veces morir, en la calle o en la desesperación.
Debería ser, es, la Navidad de los refugiados sirios que dudan en volver a su país después de años de exilio forzoso y de dolor inmenso; de los que sufren la más terrible guerra en Gaza o en Ucrania, en Yemen o en la República Centroafricana entre paisajes de desolación y muerte de inocentes; de las mujeres de Afganistán o de Irán, abandonadas por Occidente y machacadas por hombres sin conciencia; de los refugiados que viven en campos de concentración a las puertas de Europa para que no entren en nuestro territorio; de los migrantes que se juegan la vida, y la pierden, en el Mediterráneo; de los que han llegado a España pero viven explotados o haciendo los trabajos más duros que los españoles no quieren hacer y, encima, son marcados como enemigos.
La Navidad es para muchos tiempo de consumo desaforado, de fiesta, de ostentación. La Navidad es otra cosa. Es el recuerdo del nacimiento del niño Dios, del Dios del Amor. Tendríamos que ser capaces de "descomercializarla", de aprovecharla para acercarnos a quienes pueden necesitarnos; de levantar los ojos del móvil y mirar al otro de frente; de dejar de lado esas redes sociales que siembran odio entre las personas y hablar con los que están cerca; de mirar a la estrella que guio a los Magos; de alzarnos para estar de pie frente a la vida; de abrazarnos con alegría incluso en la adversidad; de que nos sientan cerca los que están solos o enfermos; de, como dice el cardenal de Rabat, el español Cristóbal López "matar de raíz la insolidaridad y el egoísmo, el orgullo y la soberbia"; de dejar de mirar a la tierra porque estamos hechos para el cielo. Tenemos urgencia de esperanza. Y la Navidad es eso, esperanza, la que trae el nacimiento del Niño Jesús. Hay que mirar al pesebre, al niño despojado de todo honor y de todo privilegio. Eso es lo que celebramos de verdad. Eso es la Navidad, la otra Navidad.