"Cante o no cante, mi voz tiene que estar al cien por cien"

Francisco Martín Losa
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El tenor riojano internacional Miguel Olano, ha actuado en los teatros más reconocidos y afamados del Planeta, incluida la Scala de Milán

Miguel Olano, junto a Riojaforum, en cuya inauguración cantó con el rey Juan Carlos entre el público. - Foto: Óscar Solorzano

Detrás del uno noventa de altura se esconde una poderosa voz que, cuando lanza su música al aire, es un fogonazo de expresividad, talento, arte, esfuerzo y belleza en sus recursos bucales. A lo bestia, pero con calidad, se abre una sonoridad que cautiva. Este relato, sin miedo a los márgenes de la cartulina, nos dan una pista sobre por dónde atraviesa la vida de Miguel Olano, aunque los carteles se comen el segundo apellido, Artacho, que delata su origen de Cenicero de pura cepa. A punto de caerle los sesenta y cuatro tacos, su voz lírica de tenor se ha escuchado de cabo a rabo del Planeta, en los más famosos teatros y óperas del mundo mundial y colecciona hinchas, que le han seguido por Europa y América. Una profesión que ha desarrollado con el corazón  y, después de más de treinta años en los escenarios, por qué no  soñar.

A lo largo del encuentro, resurge la memoria de nuestro protagonista, también el optimismo de estar siempre a punto. Nunca ha perdido las certezas, es relajado, entusiasta, nada visceral, un poco divo, es reconocido por la crítica más severa , ha hecho todos los deberes que se le han aparecido en su vida. Está en plena forma para su trabajo. 

 

Perdido por la música desde la niñez. Miguel es una historia que da mucho juego, como lo da la música. «Vivo la música desde que tengo uso de razón. Oía la banda y se me ponía la carne de gallina. Mis padres eran hosteleros y, en un tiempo, llevaron el Casino, donde se daban bailes y recuerdo unas vivencias musicales en fiestas desde muy pequeño. Nací en Cenicero el veintidós de agosto de mil novecientos sesenta, pasé en mi pueblo hasta los catorce años, fui a estudiar FP administrativo y ya no volví». No se libró de la mili y, al licenciarse en mil novecientos ochenta, ya tenía los estudios  terminados. Conocer a su mujer dio un vuelco a su vida, que le ha seguido y apoyado toda su trayectoria. «Aquello de que las mujeres acompañaban a los maridos cuando eran artistas es una cosa que ya no está de moda. Ella saca un puesto de archivista en la Biblioteca Nacional, que es cuando nos venimos a Madrid». Pero retrocedamos al año ochenta. Su descubridor se da pronto. «Empiezo en el Conservatorio de Logroño a estudiar solfeo y piano, que compagino con Empresariales, y aquí llega una figura que cambió todo: Juan Eraso. Era director de la Coral de Elizondo, un pueblo pequeño de Navarra, que cuenta con una coral que ha ganado cantidad de premios internacionales, prácticamente eran cuarenta voces.  Juan Eraso escucha mi voz y exclama sorprendido: 'Pero ¿tú sabes qué voz tienes?'. Encogiéndome de hombros, le contesto que siempre cantaba con los amigos y punto, pero nunca quería destacar». Sin complejos y ofreciendo una opinión profesional, el director de la Coral lo retrata. «Me descubre una voz que es de tenor lírico, spinto en italiano, que quiere decir que es lírica dramática, que pueda hacer el drama, muy dotada para las obras de Puccini y de Verdi y me aconseja culturizarme porque yo no sabía de qué iba la ópera». Nuestro personaje las ha cazado siempre al vuelo y se pone manos a la obra. «Mi mujer estaba en Zaragoza haciendo Geografía e Historia, acabando cuarto y quinto para licenciarse y le suelto: 'aquí hay un señor que dice esto, ¿qué hacemos?'. Al día siguiente, año mil novecientos ochenta y cuatro, estaba en Madrid, me matriculo en la Escuela Superior  de Canto, compaginando con el Conservatorio Superior de Madrid y, también, traslado Empresariales de Logroño a la Complutense».

El salto a Italia y debut. A Miguel le gusta ir al grano de lo importante, muy meticuloso en la conversación, sin que nada se le pierda. «Sigo estudiando en Madrid hasta que de repente me doy cuenta de que no evoluciona mi voz, que va para atrás y, sin más reflexión, decido marcharme a Italia. ¿Dónde? Donde estaban los mejores: Florencia, Parma, Milán. Primero Florencia, estamos en mil novecientos ochenta y ocho, porque conozco a un alumno que había estado en los cursos de Gino Bechi, el barítono que grababa prácticamente todo y entonces es cuando mi voz se mueve hacia donde ir, sin forzarla. Mi voz está hoy igual de fresca que a los veinte, aplicando una técnica italiana que hace durar la voz en el tiempo. Lo que pasa es que a los veinte años podía presumir de la fortaleza física de esa edad  y ahora he adquirido la experiencia y la técnica que ningún otro».

 Hay que ser un visionario, un atrevido o un convencido del esfuerzo personal para seguir su estudio vocal con el gran tenor Carlo Bergonzi, manteniendo  a su maestro y consejero de técnica vocal Sergio Bertocchi. «En mil novecientos noventa y dos debuto en Austria en ópera a los treinta y dos años, con La bohème, de Puccini, interpretando el personaje de Rodolfo. Era la edad ideal, con seguridad».

Dejando a un lado otras vivencias, un  agente importante le advirtió: 'La bohème es demasiada lírica para ti y sólo vas a aguantar cuatro o cinco funciones. Ese año hice sesenta y dos funciones de tournée por toda Europa en una compañía italiana itinerante, que es donde dejaban cantar a los principiantes, sin apoyos políticos y artísticos. Al empresario, le hicimos ciento veinticuatro funciones y, al año siguiente, le contrataron doscientas cuarenta y yo, sin apoyo de nadie,  siempre he ido a  pulmón. Mis padres me dijeron 'tú quieres hacer esto, pues adelante'. He sido hijo único y me dieron mil euros para que estudiase donde quisiera. Yo iba a pelo».

Veinte minutos de aplausos en Tokio. Aparece en el relato su mujer, compañera inseparable. «Cuando firmaba los contratos e íbamos en autobús de gira, el asiento pegado al mío era el de mi mujer, que ha estado conmigo en todos mis conciertos y aventuras, con todos los gastos pagados. Hoy son otros tiempos y hay compañías que te hacen en un año cuarenta o cincuenta sesiones pero doscientas cuarenta y dos, no. En aquella época, cogías toda Alemania, Inglaterra, Francia, Austria y no parabas». Su carrera ha sido vertiginosa, pasando, como en el fútbol, por todas las divisiones: la Tercera, la Segunda, la Primera y la Internacional. «En mil novecientos noventa y uno, empiezo a palpar lo que iba a ser mi vida, hago concursos internacionales y gano tres en Italia».

   En su recorrido artístico, no se le ha resistido ningún teatro ni ópera por muy  importantes que fueran. Ha pisado los escenarios más reconocidos, ha interpretado los personajes más difíciles y ha participado en las producciones más famosas y festivales más prestigiosos: Teatro Margherita de Trapani, Châtelet de París, Spoleto, Luca, Pisa, Parma, La Scala de Milán en Italia, el GgroBes de Salzburgo, el Grand Théâtre de Ginebra, la Deutsche Oper de Berlín,  Londres, Roma, Sicilia,  en Amsterdam,  en el Centro John F. Kennedy de Washington, la Ópera de San Francisco, una tournée en Japón por las ciudades de Tokio, Osaka y Nagasaki y funciones en la capital de Corea del Sur, Seúl, Gunsan y  Jeonju. 

  La lista sería interminable pero en el tintero de los recuerdos no olvida tres actuaciones: «Veinte minutos ininterrumpidos de aplausos en Tokio, el triunfo en la Ópera Nacional de Varsovia con la compañía de la legendaria Eva Marton y la condecoración El corazón púrpura, en  Washington, que sólo entrega  el Pentágono a los militares por una hazaña bélica.  Se puso enfermo el otro tenor y tuve que actuar dos días consecutivos haciendo Turandot y Don Carlo». 

Por su repercusión mediática, hay que señalar que, en mil novecientos noventa y ocho, Miguel Olano fue contratado por La Scala de Milán para formar parte del elenco de Manon Lescaut, de Puccini, para el papel de Des Grieux, dirigido por el maestro Muti. Ese fue el gran salto que le coloca en los  teatros y óperas más importantes  de Europa y de América. 

Plácido Domingo es otro tenor. Está un servidor ante un tenor legal que no ha dejado en su vida de tocar palos y meterse en mil zambras, incapaz de molestar, honrado en su comportamiento. «La gente piensa que, después de haber debutado, ya eres Dios. Pues no:  has  empezado a reconocer tu voz, a dónde puedes llegar si no te contaminan las agencias que te mandarán a los teatros, según sus intereses. La voz es mi instrumento y todo le afecta. Me cuido como un deportista, comiendo sano, buenos paseos. A la voz, le viene bien esa  vida, evitando coger una gripe porque te la estás jugando. Mi voz es mi medio de vida y sólo he cancelado una vez, precisamente en el Bretón de Logroño, porque vine enfermo de hacer Don Carlo en París. No podía ni hablar. Soy como un monje que cante o no, la voz tiene que estar al cien por cien y, si no merece la pena,  prefiero hacer conciertos, no cantar ópera. Somos actores que cantamos». 

A lo largo de su trabajo, ha cumplido con todos los roles de más peso. Por ejemplo, en España. «Se produce la reinauguración del Teatro Real de  Madrid y me llama Juan Cabrales, el primer director del Real que tenía a Plácido Domingo y a mí para la segunda compañía en Divinas Palabras. Luego, yo tenía otros contratos en Berlín  y, después, de la función en Milán, me caen ofertas como moscas. En España también canto en el Arriaga de Bilbao, el Kursaal de San Sebastián y el Palacio de la Música de Valencia. En la capital vizcaína hago el Réquiem de Verdi, al fallecer Alfredo Kraus porque buscaban un tenor español para hacer los honores. La representación, curiosamente, fue el diez de septiembre de dos mil uno, coincidiendo con el atentado de las torres gemelas de Nueva York. «En España he actuado relativamente poco, no me llama nadie para preguntarme qué haces, qué propones, nadie».

Un  poco por aquello del morbo, derivo de perfil la charla hacia sus relaciones con Plácido Domingo y corta en seco. «No quiero entrar en ese tema, no interesa en esta conversación. El tenor aquí soy yo y él es otro tenor».

Cantar en La Rioja, una satisfacción. El paisanaje cuenta y Miguel tiene agradecimientos para la tierra. «No me puedo quejar porque en La Rioja lo he inaugurado todo: el Parlamento, cantando ante diecisiete presidentes autonómicos españoles en la Plaza de Toros; la inauguración de la Plaza de Toros La Ribera, con transmisión en directo por RTVE; el centenario de la defensa de la torre contra los carlistas en Cenicero; la inauguración de Riojaforum, con la Orquesta Sinfónica de RTVE y presencia del Rey Don Juan Carlos. Estuve hablando con él y, como no venía doña Sofía, acortaron la actuación para que no se cansara. Estaba encantado y no entendía la decisión de retirar piezas; el estreno de El sitio de Logroño y una Gala de Danza Ballet con Lucía Lacarra. Después de la pandemia, la presentación del CD Una voz para el Camino, dentro del año jacobeo, un álbum que contiene canciones vinculadas a la cultura popular, La Rioja y el Camino de Santiago, en un lugar emblemático como es la Iglesia de Santiago el Real de Logroño, recorriendo las ciudades más representativas de la ruta jacobea a lo largo de nuestro territorio».

   Ha sido, y lo es, un trotamundos, aunque ha bajado el ritmo. «Lo último ha sido Otelo y, después, conciertos y galas con orquesta. El mundo del teatro ha cambiado mucho. He tenido público que fletaba dos autobuses para oírme cantar, porque me habían conocido en los primeros conciertos o fans, como Adolfo Aranoa, me  gusta decirlo, que me ha seguido por toda Europa y hasta en Washington o Silos Manso de Zúñiga, que ha asistido hasta a las clases magistrales.  Ahora no sale el nombre de los artistas, se publicitan la obra y el director de escena y nada más».

Una calle en Cenicero. Se asoma nuestro relato a su final y llega el embotellamiento para meter más historias de Olano y el espacio del periódico no se estira, como el chicle. Nuestro tenor escucha, pero ya no hace aquello que no le gusta. Ahora, lo que más le interesa es ayudar a la empresa de enoturismo que gestiona  su mujer, Amalia, que trae turismo de élite y alta gama, gente que ha estado en Burdeos, en el valle del Chianti y sabe de lo que va. Ha vivido en Florencia, se cambió a la zona de viñedos y, milagrosamente, no volvió a coger catarros. Todo lo apunta y quién sabe si un día se decidirá a publicar sus memorias. A los que van a verle, escucha las voces y da consejos. Ha cantado Aida subido en una cuadriga, tirada por caballos, vocaliza todos los días por si sale algo apetecible con tranquilidad. «Puedo morir tranquilo porque he cantado en los mejores teatros del mundo».

   De joven, jugó al baloncesto, muy poco y no va al gimnasio porque, luego, sale con ganas de comer y engorda tres veces más. Ha sido nieto único de cuatro abuelos y, con su familia metida en la restauración, siempre ha comido de vicio. En su pueblo, de momento, ninguna nominación, le quieren y le daría una alegría si le pusieran su nombre a una calle. Se siente realizado porque, en su proyecto de vida, ha conseguido lo que quería. Un triunfador, añado de mi cosecha.

   Nuestro personaje no para de aprender, de estudiar, de enseñar y es feliz.