No hay tregua por Navidad. El avance judicial de las causas que señalan a políticos o su entorno más cercano no está permitiendo que baje el tono en un país peligrosamente acostumbrado a las invectivas más aceradas. España está a punto de cerrar otro ejercicio en el que el Ejecutivo nacional ha demostrado la fragilidad sobre la que se sostiene acudiendo a un mando basado en el decreto como forma de gobierno, con serias diferencias de criterio y acción con su socio preferente, Sumar, y en constante fricción con los aliados secesionistas, que se frotan las manos cada vez que el presidente, Pedro Sánchez, asegura que todo va bien, que el conflicto interno es en puridad un sano debate y que el país crece y avanza, argumentos que se ponen inmediatamente en pasiva para pedir más desde las periferias.
La imagen de la Justicia ha quedado todavía más socavada a lo largo de este 2024 en vías de agotamiento, lo que implica una erosión de la credibilidad de la división de poderes tanto a nivel interno como en el concierto internacional. Resulta preocupante que el PSOE y sus satélites crean inmaculada la actuación de la Justicia que sentenció la Gürtel, la trama de corrupción sistémica que le costó la Presidencia a Rajoy por negar que el Sol sale por el Este, pero vean ponzoña entre las puñetas cuando las causas señalan a gobiernos o militantes de izquierdas. Esa forma ciega de militar agota el espíritu crítico y es un magnífico alimento para el enconamiento social. Lo de la Fiscalía General del Estado, por su parte, ha alcanzado un punto que causa, además del lógico rechazo a una forma servil de entender una labor tan esencial, una vergüenza con pocos precedentes. Y va a más, puesto que el PSOE, ahora ya en bloque, parece determinado a asirse a la fe del carbonero para proyectar la imagen de un Álvaro García Ortiz martirizado por una persecución política alineada con esos jueces tenebrosos que sólo son sospechosos de decencia cuando condenan al PP.
Falta, para coronar la escena, que el presidente se siente a un diálogo bilateral y simétrico con Carles Puigdemont para dar satisfacción a las exigencias del prófugo al que Sánchez prometió poner frente a la Justicia -usando a su capricho, precisamente, la Fiscalía General- y acabó amnistiando para permanecer en el poder. Y el cuadro estará completo. Mirando, una oposición dividida e inmersa en guerras de poder que obedecen a las cuentas electorales de Vox, que parece decidido a perpetuarse en un 10% del electorado con el que poder mantener alimentados a sus cuadros de mando mientras el PP busca recobrar un crédito que habita en un centro harto de tanta bilis. Esperanzador no es.