Lleva desde 2010, junto con Julián Sáenz-López, al frente de El Patio, compañía teatral riojana que ha puesto en escena, en colaboración con el Centro Dramático Nacional, Feriantes, un homenaje a la feria, a las barracas y a todas esas personas anónimas que, de feria en feria, entretienen todos los pueblos del solar ibérico. Izaskun Fernández (Viana, 1987) firma el texto y la dirección de este extraño viaje que, a diferencia de otras producciones, la tiene entre bastidores.
«Colaborar con el CDN ha sido muy fácil y cómodo. Todo fueron facilidades. Fue como un regalo que el Centro Dramático Nacional quisiera coproducir con una compañía como la nuestra, pequeña, formada por Julián y por mí y que, además, somos de Logroño», rememora la dramaturga formada, «durante cinco años», a las órdenes de Jorge Padín en el desaparecido taller teatral TAT, dependiente de la CNT. «Tengo que reconocer que fue hermoso pero también sentimos mucha responsabilidad y presión», completa.
La puesta en escena de Feriantes le ha dejado exhausta hasta el punto que la compañía, por ahora, guarda descanso: «He de admitir que hemos acabado súper cansados porque ha sido demasiada presión. Terminamos agotados». «No estamos quietos», agrega, «pero todavía no nos vamos a meter en una creación nueva».
Pese a que el cuerpo y la mente les pide parar, en 2025 tienen muchas citas agendadas. «Este oficio es una fiesta», bromea. «La programación está cerrada con mucha antelación. En breve iremos a Lituania y es muy probable que en agosto y noviembre estemos en Francia y quizás también en Portugal», enumera. Su dramaturgia, sin texto, no conoce fronteras, circunstancia que facilita su movilidad internacional.
Se muestra muy satisfecha de un repertorio (compuesto por A mano, Hubo, Conservando memoria, Entrañas y Feriantes) del que «mantenemos en gira cuatro». «Entrañas, con mi compañero y conmigo en escena», explica, «ha tenido muy buena aceptación».
La logroñesa desembocó en la escena de forma autodidacta.«Terminada la Selectividad, decidí no ir a la universidad», rememora. En su lugar, «estudié un grado medio de Cerámica, antes de llegar al teatro», completa.
A buen seguro, su paso por la Escuela de Artes no fue baldío pues El Patio es una compañía que ha hecho del «teatro de objetos» su seña de identidad. «Pese a que bebemos de los títeres, lo que hacemos es teatro de objetos, aunque ésta no deja de ser una etiqueta como cualquier otra», agrega.
Y si el público no especializado asocia los títeres al público infantil, su dramaturgia está orientada al aficionado adulto «aunque en realidad son muchas veces los programadores los que deciden si vale para un público infantil o incluso para una campaña escolar». «Creo que no hay nada que un niño no pueda ver», reflexiona.
Su propuesta, minimalista, ha sido reconocida por los espectadores y por el circuito de premios (Fetén y El Ojo Crítico, entre otros), una satisfacción para una autora que nunca pensó en dedicarse «profesionalmente» al teatro. «Lo hacía porque lo necesitaba. Fue más una necesidad del alma que, por así decirlo, del bolsillo», aclara. «Aunque al principio lo compaginábamos con otros trabajos, llevamos diez años de una cierta solvencia económica», se despide desde Olot donde disfruta de un más que merecido reposo.