La vida de Miguel ha girado siempre en torno al juego. Nació en el seno de una familia en la que las apuestas, la lotería y la «partidita» eran algo habitual. Sus padres eran ludópatas y de sus ocho hermanos, cinco terminaron enganchados al juego.
«Empecé a ser adicto a los 14 años» recuerda Miguel, «en aquella época la ONCE sacaba cupones de tres número que valían 25 pesetas, si salía la tómbola de Cruz Roja, también jugaba». En la familia de Miguel era algo normal jugar. «Venías del trabajo y si no estaba la comida, echabas una partida y si llegabas después, comías y seguías jugando. En Navidad jugábamos a la lotería, al casino, toda nuestra vida era el juego».
Miguel confiesa que «el chip de la ludopatía siempre lo he tenido, pero la situación empeoró cuando empezaron los problemas en la empresa de construcción donde trabaja. «Me junté a un compañero que también jugaba, no le hago responsable porque yo fui el único culpable de mi situación», apunta, «la empresa iba mal y yo quería salir de ahí. Así que busqué un premio grande y eso conllevó hacer apuestas inmensas: en tres años perdí 300.000 euros, recuperé 200.000 y generé una deuda de 100.000 euros». Fue el principio del fin porque tuvo a punto de perderlo todo. Ahí es cuando su familia descubrió su adicción. «Todo esto les afectó negativamente. Tuvimos que restringir gastos y eso afectó a mis hijos, reagrupar créditos: los que yo había pedido y los que ya teníamos y trabajar el doble mi mujer y yo para salir adelante». El apoyo de su familia fue vital. Eso y la ayuda que encontró en ARJA. «Mi proceso de rehabilitación fue muy duro porque seguía trabajando en el mismo sitio con compañeros que seguían jugando, mis padres vivían todavía y no entendían que el juego era una adicción. Es casi un milagro que lleve 12 años rehabilitado y no haya recaído», afirma. Ahora su vida es completamente diferente, «dejas de mentir, de soñar con las apuestas, estoy más tranquilo, creo que son todo beneficios».
A todas aquellas personas que están pasando por lo que pasó hace doce años, Miguel tiene un mensaje: «Es una enfermedad que no se cura sola, tienen que se fuertes y pedir ayuda. Pero que no crean que por el mero hecho de venir a la asociación ya están curado. Un adicto al juego no se cura, se rehabilita y se puede caer en cualquier momento».